Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 90 : Conversaciones

CAPÍTULO 90 : Conversaciones

La puerta de la habitación de Marcus se abrió con un leve crujido. Él entró con el movimiento cansado de quien arrastra un día demasiado largo, sumergiendo la estancia en la penumbra solo rota por el cono de luz tenue de una lámpara de escritorio. Se quitó la chaqueta con un ademán automático, pero su instinto, afinado por años de servicio, se activó de inmediato. Un sonido cristalino y sutil, el tintineo de hielo contra un vaso, le alertó de que no estaba solo.

Su mirada se dirigió hacia la esquina más oscura, donde se alzaba el minibar. Allí, envuelto en sombras, estaba Fénix. La luz baja acariciaba sus rasgos afilados, dibujando una silueta de tranquilidad absoluta. En una mano sostenía una botella de Pepsi; en la otra, un vaso con varios cubos de hielo que giraban lentamente.

—Buenas noches, Marcus —saludó Fénix con una voz serena, elevando ligeramente el vaso en un brindis mudo.

Marcus contuvo el impulso de sobresaltarse. Con Fénix, la sorpresa era una constante, pero la alarma, un lujo inútil. Cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra el marco, cruzando los brazos. Su expresión era una mezcla de fastidio resignado y curiosidad.

—¿No es un poco tarde para visitas, Fénix? —preguntó, con un deje de cautela—. Y pensé que tu paladar era más refinado que la gaseosa.

Fénix emitió una risa baja y grave.
—El bourbon se agotó. La Pepsi es un sustituto aceptable cuando la misión es la sobriedad.

—Tú no sueles hacer visitas sociales —observó Marcus, acercándose al minibar y sirviéndose un trago de whisky, esta vez sin hielo.

—Tienes razón. No es social —la voz de Fénix perdió toda su leve broma anterior, adoptando una seriedad que tensó el aire de la habitación—. Siéntate, Marcus. Tenemos que hablar.

Marcus obedeció, dejándose caer en una butaca frente a él. Apoyó los codos en las rodillas y entrelazó las manos, mirando fijamente a Fénix.
—De acuerdo, habla. ¿Qué pasa?

Fénix dejó el vaso sobre el mueble, el clic del cristal contra la madera sonó como un punto final.
—Marcus, sé que ya no lidero el escuadrón. Pero eso no me impide preguntar: ¿por qué una humana está en nuestro equipo? ¿Por qué Anna?

Marcus suspiró, bebió un sorbo largo de su bebida antes de responder. El líquido ardía en su garganta.
—Sabía que esa pregunta llegaría. Anna no tiene nuestra fuerza, es cierto. Pero posee habilidades que nosotros, en nuestra naturaleza, despreciamos o ignoramos. La infiltración digital, el análisis de inteligencia pura... sistemas a los que nosotros no podemos acceder. Su mente es su arma.

—¿Y eso basta? —la voz de Fénix era un filo—. Cuando la misión se tuerce y en lugar de un teclado hay garras y colmillos, ¿su mente la protegerá? ¿O se convertirá en el eslabón débil que nos cueste la vida a todos?

—Anna conoce los riesgos —replicó Marcus, manteniendo la calma—. Y ha sido puesta a prueba. Tiene una frialdad bajo presión que envidiarían muchos soldados. No subestimes su capacidad para luchar. No todo es fuerza bruta, Fénix. A veces, la ventaja está en ver el mundo como lo hace un humano, sin la arrogancia de lo sobrenatural.

Fénix guardó silencio por un momento, su mirada escrutando a Marcus como si buscara una grieta en su convicción.
—Espero que tu fe esté bien fundada, Marcus. Porque si te equivocas, no seré yo quien recoja los pedazos. La responsabilidad será solo tuya.

—Lo asumo —afirmó Marcus sin vacilar—. Estoy seguro de que Anna se ganará su lugar. Solo necesitas darle una oportunidad.

Fénix se levantó con un movimiento fluido. La sombra que proyectaba era alargada y amenazante.
—Está bien. Confiaré en tu criterio... por ahora. Pero vigilante cada uno de sus pasos. Y si falla, ya sabes lo que te espera.

—Lo sé —asintió Marcus—. Buenas noches, Fénix.

—Buenas noches, Marcus.

La puerta se cerró tras él, dejando a Marcus solo con el peso de su decisión y el eco de una advertencia que resonaba en la silenciosa habitación.

El salón era un derroche de opulencia fría. Lámparas de cristal colgaban del techo alto, arrojando destellos sobre mesas con manteles inmaculados y cubiertos de plata. Una orquesta tocaba una melodía suave y distante, ahogada por el murmullo de conversaciones banales. Enid, envuelta en un vestido negro que parecia absorber la luz, era la estatua más perfecta de esa galería de vanidades. A su lado, Fénix observaba el espectáculo con un aburrimiento palpable, su traje negro fundiéndose con las sombras.

—Vayamos al grano, Fénix —dijo Enid, con una sonrisa que era pura estrategia—. Tenemos una misión. Y creo que esta te divertirá.

Fénix arqueó una ceja, llevando su vaso de whisky a los labios.
—¿Divertirme? La última vez que "me divertí" acabé con el aroma a alcantarilla pegado a la ropa durante una semana.

—Esta vez será más limpio —aseguró Enid, acortando la distancia entre ellos hasta que su voz se convirtió en un susurro íntimo—. Antigen celebra una reunión en su sede central. Parece rutinaria, pero circularán documentos... información que nos daría una ventaja decisiva.

—Déjame adivinar —interrumpió Fénix con sarcasmo—. Ustedes harán el papel de invitados distinguidos y yo, el de ladrón sigiloso. La historia de siempre.

—Exactamente —confirmó Enid, su sonrisa ampliándose—. Eres tan rápido captando los detalles.

Fénix simuló un bostezo, mirando hacia la multitud con desdén.
—Hmm... Tengo agendas que atender. Sueño que recuperar, por ejemplo.

Enid dio un paso más, hasta que el perfume de ella invadió el espacio de él. Su mano se posó en el brazo de Fénix con una delicadeza que era todo menos casual.
—Vamos, Fénix. Sabes que no puedes negarte.

Su tacto era ligero, pero la intención, firme.
—Además —prosiguió, su voz un hilo de seda—, ¿no es esto lo que se te da mejor? Crear el caos y desaparecer antes de que nadie note tu presencia.




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