Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 95 : La voz del espejo

CAPÍTULO 95 : La voz del espejo

El silencio en la oficina era casi absoluto, roto únicamente por el roce de la pluma de Enid al firmar los últimos documentos del día. La luz tenue de la lámpara de escritorio bañaba de dorado el mármol pulido, mientras afuera la ciudad dormía. Enid alzó la vista un instante, sus ojos cansados se encontraron con su propio reflejo en el gran espejo colgado en la pared.

Pero esta vez no fue un simple reflejo.

La mujer al otro lado del cristal sonrió con malicia, ladeando la cabeza como si llevara esperándola horas.

—Vaya, vaya… ¿otra vez agotada por jugar a ser “la comprensiva”? —dijo la voz del espejo, fría, cortante, desprovista de toda calidez.

Enid frunció el ceño y dejó la pluma sobre la mesa.

—No empieces —respondió con un tono cansado—. No quiero discutir contigo ahora.

La figura del espejo soltó una carcajada seca.
—¿Discutir? Yo no discuto, Enid. Solo te muestro lo que niegas. Has sido blanda con él. Ese lobo… ese hombre. Fénix no es tu igual. Antes de ser tu pareja, era tu empleado. Y nunca debiste olvidar eso.

Enid se levantó lentamente, acercándose al espejo. Mirarse allí era como enfrentarse a una versión suya sin alma: los mismos ojos, pero más fríos; la misma boca, pero endurecida por la falta de compasión.

—Yo… lo amo. Eso no cambia nada —dijo Enid en un susurro, como si esas palabras fueran un secreto peligroso.

El reflejo negó con calma, con un gesto cargado de superioridad.
—El amor es debilidad. ¿No lo entiendes todavía? Tú no amas, Enid. Solo deseas poseer. Y Fénix… es tuyo. Tu juguete, tu creación. Un perro que olvida su cadena demasiado a menudo.

La Enid real bajó la mirada, dudando. El espejo se inclinó hacia delante, como si pudiera atravesar el cristal para devorarla.

—Escúchame bien —prosiguió la voz gélida—. Estamos tan cerca de cumplir nuestro plan. Solo falta un paso: dominarlo. Que entienda que tú eres superior, y que los superiores siempre predominan sobre los débiles. Él debe rendirse a ti, Enid. No como pareja… sino como dueña.

El corazón de Enid latía con fuerza. Su respiración se volvió más pesada, casi temblorosa.
—No… no quiero que me tema. Quiero que esté conmigo.

El espejo sonrió, mostrando unos dientes que parecían más afilados que los suyos propios.
—¿Conmigo? Estar contigo significa obedecerte. Estar contigo significa servir. El lobo no puede ser libre… o te devorará. Tú lo sabes. Tú eres la única que puede domarlo.

La verdadera Enid apretó los puños. Una parte de ella quería rechazar esas palabras, pero otra… otra empezaba a aceptar aquella lógica venenosa.

—Él… es mío —murmuró Enid, como si esa frase la anclara.

—Exacto —sentenció el reflejo con un brillo triunfal en los ojos—. Tu perro, tu propiedad, tu arma. Y si en algún momento olvida su lugar, tú se lo recordarás. Porque los débiles no merecen más que arrodillarse ante los fuertes.

La sala quedó en silencio, salvo por el sonido del reloj marcando los segundos. Enid respiró profundamente, tragándose sus dudas. Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue, resignada.

La voz del espejo había ganado.




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