Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 99 : Tegel a las 3:33 AM

CAPÍTULO 99 : Tegel a las 3:33 AM

En lo profundo de Justizvollzugsanstalt Tegel, una de las prisiones más antiguas y notorias de Berlín, la oscuridad reinaba. Las paredes de concreto eran frías y rugosas, el aire denso, y el silencio, sepulcral. A esas horas, incluso los más inquietos prisioneros sucumbían al cansancio, pero en la celda 214, algo rompía la calma.

El reo conocido como Klaus Ritter se despertó de golpe. El resplandor débil de la luna se filtraba entre las barras de la pequeña ventana, iluminando tenuemente el espacio sombrío. La sensación de incomodidad lo invadía, como si algo extraño flotara en el aire. Al girarse en su cama, el brillo digital del reloj en la pared confirmó la hora: 3:33 AM.

Klaus se pasó una mano por la cara, intentando despejar el entumecimiento del sueño, y luego dirigió la vista hacia su compañero de celda, Otto. El hombre, completamente inmóvil, estaba de pie frente a la ventana abarrotada, observando cómo la lluvia fina y persistente golpeaba las rejas metálicas. Los ojos de Otto, abiertos como platos, reflejaban una mezcla de fascinación y temor.

—"Está lloviendo"— murmuró Otto, sin apartar la mirada del exterior. Su voz era baja y monótona, como si hablara en trance.

Klaus frunció el ceño, todavía medio dormido. —"¿Y qué? Siempre llueve en esta ciudad."—

Pero algo en la forma en que Otto lo dijo le puso la piel de gallina. Era como si la lluvia fuese una mala señal, un presagio sombrío.

Antes de que Klaus pudiera responder o levantarse de la cama, sintió un escalofrío recorrerle la nuca. Una mano fría y firme se posó sobre su cabeza, ejerciendo una ligera presión. Al mismo tiempo, otra mano hizo lo mismo con Otto.

Klaus se congeló.

—"¿Qué diablos...?"— comenzó a decir, pero su voz se apagó de inmediato cuando una tercera figura emergió de la penumbra.

Era Alex. Su silueta apenas visible en la oscuridad, pero los ojos de Klaus pudieron distinguir la sonrisa infantil y perturbadora que se dibujaba en su rostro. Alex inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera evaluando a dos juguetes rotos.

Entonces, con voz suave y maliciosa, Alex susurró una única frase:

—"¿Saben? La parte divertida es que todos sabemos lo que va a pasar..."

Klaus sintió un vacío indescriptible apoderarse de su estómago. Otto dejó escapar un suspiro corto, apenas un susurro de miedo contenido. La celda se sumergió en un silencio asfixiante, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse.

Y después...

No hubo más ruido. No hubo más palabras. Solo la lluvia cayendo en Berlín.

En su habitación, sumido en la penumbra, Fénix intentaba encontrar una posición cómoda sobre la cama. Pero el dolor en su brazo roto palpitaba sin tregua, haciéndole imposible conciliar el sueño. La férula que lo inmovilizaba era un recordatorio constante de su vulnerabilidad, algo que detestaba profundamente. Intentó girarse una vez más, pero el dolor lo detuvo en seco con una punzada aguda.

Soltó un suspiro frustrado y, tras unos segundos de lucha interna, decidió levantarse.

Con movimientos lentos, se sentó al borde de la cama y miró el reloj digital en la mesilla. Las cifras brillaban en rojo:

3:34 AM.

—"Otra maldita noche..."— masculló, pasando una mano por su cabello despeinado.

Se puso de pie y caminó hacia la ventana. Al apartar las cortinas, fue recibido por la oscuridad lluviosa de la ciudad. Berlín dormía bajo una lluvia constante, las gotas golpeando el vidrio con un ritmo suave pero insistente, como si trataran de arrullarlo en vano. Sin embargo, esa noche, ni siquiera la lluvia podía calmar la incomodidad que lo mantenía despierto.

Apoyó una mano en el marco de la ventana y dejó que su mirada se perdiera entre las luces borrosas del exterior. No podía dormir, y lo sabía. El dolor no era la única razón; algo más profundo lo mantenía inquieto, como una sensación extraña que no terminaba de entender.

Después de unos minutos de contemplación inútil, decidió ir al baño. La humedad del aire y el peso del insomnio lo envolvían, como un viejo enemigo con el que estaba demasiado familiarizado.

Entró al baño y encendió la luz. El resplandor blanco lo hizo parpadear unos segundos, acostumbrándose al cambio brusco. Se acercó al lavabo y abrió el grifo, dejando que el agua fría corriera. Se inclinó sobre el mármol y se lavó la cara, sintiendo el agua recorrer su piel tensa.

Finalmente, alzó la mirada hacia el espejo. Lo que vio fue una versión cansada de sí mismo: su rostro reflejaba agotamiento, y el corte sobre su ceja, aún en proceso de cicatrización, prometía dejar una cicatriz permanente.

—"Un recuerdo más para la colección..."— murmuró, sin molestarse en disimular el sarcasmo.

Suspiró, dejando que el aire escapara lentamente de sus pulmones, como si así pudiera aliviar el peso de los pensamientos que lo abrumaban. Sabía que no funcionaría, pero lo hizo igual.

Por un instante, mientras miraba su reflejo, sintió un leve escalofrío. Era como si hubiera algo extraño en su propia mirada, una sombra sutil que no le pertenecía. Sacudió la cabeza para despejarse, atribuyendo la sensación al cansancio acumulado.

—"Qué noche de mierda..."— masculló, apagando la luz.

Regresó en silencio a su habitación. Afuera, la lluvia seguía cayendo, y la oscuridad de la madrugada lo envolvió de nuevo. Se tumbó en la cama, consciente de que no encontraría descanso, pero dispuesto a intentarlo una vez más.

Mientras tanto, la ciudad permanecía en calma, y la noche de Berlín, como siempre, se convertía en un testigo silencioso de todas las cosas que ocurren cuando nadie más está mirando.




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