CAPÍTULO 101 : Conversaciones en la Oscuridad
El bar de Enid Corp estaba prácticamente vacío. Solo unas pocas luces cálidas iluminaban las botellas alineadas detrás del mostrador y las mesas de madera pulida. No era un lugar abierto al público, sino un espacio reservado únicamente para los altos mandos de la corporación, un refugio silencioso donde el mundo parecía detenerse.
Fénix estaba sentado en uno de los taburetes, con el brazo en cabestrillo. Frente a él, un vaso de agua helada apenas sudaba sobre el mostrador. Se notaba cansado, con la mirada perdida en el reflejo del líquido y la respiración pesada, como si incluso estar ahí le costara energía.
La puerta se abrió suavemente, y Enid entró. Su andar seguro resonó en el eco del bar vacío. Al verlo, una sonrisa suave curvó sus labios, aunque sus ojos denotaban más preocupación que alegría.
—Vaya, pensé encontrarte con algo más fuerte en la mano —comentó mientras se acercaba, intentando romper la tensión.
Fénix apenas alzó la vista.
—Ni ganas… el agua ya es suficiente.
Enid se sentó a su lado, apoyando uno de sus codos sobre la barra para mirarlo de cerca.
—Estás muy callado.
Él suspiró, con voz ronca, sincera.
—Me duele demasiado el hombro como para hablar. Apenas pude dormir anoche… cada movimiento es una puñalada.
Enid inclinó la cabeza, examinándolo con detenimiento. Había palidez en su rostro y unas marcadas ojeras que dejaban en evidencia lo que decía.
—Lo sé —dijo con un tono casi maternal—. Estás pálido, Fénix. Y esas ojeras… pareces un muerto en vida.
Él esbozó una media sonrisa amarga.
—Bueno, tampoco sería la primera vez que me confunden con uno.
Enid rodó los ojos suavemente, aunque no podía ocultar la preocupación en su mirada.
—Deberías estar descansando, no aquí sentado como si nada.
—No puedo descansar —respondió él, tajante—. Cada vez que cierro los ojos, el dolor me despierta. Y cuando no es el hombro, son las imágenes de todo lo que pasó…
Enid lo observó en silencio por unos segundos, calibrando cada palabra. Luego, apoyó su mano sobre la barra, muy cerca de la suya, sin llegar a tocarlo todavía.
—Eres fuerte, pero no eres de hierro. Si sigues forzándote así, terminarás rompiéndote del todo.
Fénix giró el rostro hacia ella, con los ojos cansados pero aún firmes.
—Tal vez ya estoy roto.
Hubo un instante de silencio, casi incómodo. Enid lo sostuvo con la mirada, como si buscara atravesar la coraza de amargura que él levantaba.
—No digas eso —replicó al fin con suavidad, aunque con firmeza—. No mientras yo esté aquí.
Enid guardó silencio unos segundos más, observando a Fénix con una calma inquietante. Entonces, una sonrisa distinta, más afilada, se dibujó en sus labios. Una risa leve, casi burlona, escapó de su garganta.
—¿Sabes a qué te pareces ahora mismo? —dijo con un brillo extraño en los ojos.
Fénix arqueó una ceja, cansado.
—Ilumíname.
Enid se inclinó hacia él, su voz se volvió más baja, casi íntima.
—A un perro.
Él frunció el ceño, incómodo.
—¿Un perro?
—Sí —respondió sin titubear—. Siempre fiel, siempre volviendo a su amo aunque lo lastimen, aunque lo ignoren. Te quedas a mi lado incluso cuando estás hecho pedazos… Eso es lo que hace un perro.
Fénix apretó la mandíbula y bebió un trago de agua para ganar tiempo, pero la molestia era evidente en su expresión.
—No soy un perro, Enid.
—Claro que lo eres —dijo ella, sonriendo de manera retorcida mientras lo miraba de arriba abajo—. Eres mi perro. El que me sigue, el que me obedece, el que se queda incluso cuando debería largarse.
Él dejó el vaso sobre la barra con un golpe seco, clavando su mirada en ella.
—No me sigas llamando así.
Enid no se inmutó.
—Lo niegas, pero lo sabes tan bien como yo. Y ¿sabes qué? —acercó aún más su rostro al de él, su sonrisa se volvió más amplia—. Me encanta tenerte así, tan leal, tan mío.
Fénix respiró hondo, luchando entre el cansancio y la rabia contenida.
—No soy de nadie, Enid.
Ella ladeó la cabeza, como si acabara de escuchar una broma muy graciosa.
—Claro que lo eres… aunque todavía no lo aceptes.
Enid lo miró un instante más, y luego dejó escapar un suspiro fingido, como si finalmente se rindiera.
—Está bien, Fénix. Ganas tú —dijo con un tono suave, casi juguetón, borrando la dureza de su mirada anterior—. Pero dime… ¿qué te parece si dejamos esto y vamos a descansar? Los dos tuvimos una mañana pesada.
Fénix frunció el ceño, todavía con cierta desconfianza.
—¿Descansar?
—Sí —respondió Enid con una sonrisa tranquila—. Solo eso. Nada de discusiones, nada de órdenes… Solo tú y yo.
Antes de que pudiera objetar, Enid lo tomó de la mano con firmeza, entrelazando sus dedos, y lo jaló suavemente hacia la salida del bar.
—Vamos.
—Enid, no hace falta que… —intentó decir, pero ella lo interrumpió tirando un poco más fuerte.
—Shhh, ya está decidido. —Su tono era mitad dulce, mitad imperativo.
Caminando juntos por el pasillo alfombrado, Enid lo llevó hasta el ascensor privado y, tras un corto trayecto, llegaron a la zona más alta del edificio. Allí, abrió la puerta de su habitación.
El contraste fue inmediato. La estancia era amplia, elegante, con ventanales que mostraban la ciudad de Berlín iluminada en la distancia. Un gran sillón de cuero frente a una mesa de cristal, librerías de madera oscura alineadas en las paredes, y al fondo, una cama enorme, perfectamente tendida, que dominaba la habitación. Cada detalle reflejaba poder y exclusividad: era, después de todo, la habitación de la CEO.
Enid se giró hacia él, todavía sujetándole la mano.
—Bienvenido a mi santuario, Fénix. —Su sonrisa volvió a ser ambigua, entre tierna y posesiva—. Ahora, quiero que descanses… conmigo.
Fénix recorrió el lugar con la mirada y luego volvió a ella, dudando.
—Siempre te sales con la tuya, ¿verdad?