Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 102 : La otra tu

CAPÍTULO 102 : La otra tu

La habitación estaba envuelta en penumbras, iluminada apenas por la tenue luz que se filtraba desde la ventana. Afuera, Berlín seguía rugiendo en su propio caos nocturno, pero allí dentro reinaba un silencio espeso.

Fénix dormía profundamente a su lado, con el pecho subiendo y bajando en un ritmo constante, pesado, como si el agotamiento lo hubiera vencido al fin. Enid, sin embargo, no conseguía rendirse al sueño. Llevaba minutos—quizás horas—dando vueltas entre las sábanas, inquieta.

Se giró hacia él, observándolo. Su rostro endurecido en la vigilia parecía ahora más humano, casi vulnerable. Una sonrisa fugaz le cruzó los labios, pero se borró pronto. Había demasiadas preguntas que aún la devoraban por dentro.

No necesito saberlo todo… pensó mientras alargaba la mano para rozar con los dedos la mejilla de Fénix. No necesito que me cuente cada herida ni cada sombra de su pasado. Lo que quiero es sentir lo que él siente. Saber cómo ardió su rabia, cómo dolió su pérdida, cómo tembló su miedo y cómo aún se aferra a algo que ni él entiende.

Con un gesto lento, casi tembloroso, se acomodó más cerca. El calor de su cuerpo contra el suyo la envolvió, y Enid lo rodeó con sus brazos, abrazándolo como si temiera que desapareciera en cualquier momento. Hundió la frente en su cuello, respirando su aroma, y cerró los ojos.

Y entonces la tentación se volvió insoportable. Sus colmillos se alargaron con un impulso instintivo. Un roce apenas perceptible, un deslizamiento de sus labios hasta la piel de Fénix. Dudó un segundo—solo un segundo—y luego dejó que sus colmillos se hundieran delicadamente, lo justo para abrir un camino a la sangre.

Un hilo cálido recorrió su boca. Y en el instante en que la primera gota tocó su lengua, todo se abrió ante ella.

No eran imágenes claras, sino una avalancha sensorial:

El recuerdo del bosque, el frío cortante y el aullido interior que lo desgarraba, el eco del dolor cuando perdió a los suyos, sus tiempos en el ejercito de Marius.

Enid ahogó un suspiro, separándose apenas, con los labios manchados de rojo. Se relamió lentamente, saboreando no solo la sangre sino la tormenta que había tras ella.

Miró a Fénix de nuevo. Dormía todavía, ajeno a la invasión silenciosa de sus recuerdos. La pequeña mordida no lo había despertado, pero Enid sentía que el vínculo entre ambos había cambiado para siempre.

Enid se deslizó fuera de la cama con cuidado, sin despertar a Fénix. Caminó descalza hasta el baño, buscando apagar la agitación que aún le hervía en la sangre después de lo que acababa de hacer. Cerró la puerta tras de sí, encendió la luz y se encontró de inmediato con esa otra presencia inevitable: su reflejo.

Enid se quedó mirando su reflejo en el espejo del baño. La otra ella fue la primera en sonreír.

—Felicidades, Enid —dijo el reflejo con un tono casi burlón.

Ella frunció el ceño.
—¿Felicidades por qué?

—No te hagas la tonta —respondió la voz en el cristal—. Te dejaste preñar por el lobo solitario.

Enid apretó los labios, conteniendo un temblor.
—¿Qué estás diciendo?

—Lo que ya sabes. Dos lycans de linaje alfa no deberían cruzarse así… y menos tú, que llevas la sangre pura. En la Era Umbra esas uniones se regulaban con hierro y fuego, porque cada cachorro nacido de esa mezcla era un monstruo en potencia.

Enid bajó la mirada, sus dedos clavándose en el borde del lavabo.
—Eso es absurdo.

—¿Absurdo? —rió el reflejo—. Era la cúspide de la guerra. Cuando un alfa se unía con otro alfa, el equilibrio se rompía. No eran hijos, eran armas. Por eso estaba prohibido. Y tú, que siempre quisiste dominar, ¿de verdad crees que este destino es casualidad?

Enid tragó saliva, tensa.
—Yo… yo no lo planeé.

—No hace falta planear lo inevitable. El mordisco, la sangre compartida, la unión de cuerpos… sellaron más que un capricho. Sellaron un legado.

—Bueno minimo... —replicó la voz del espejo, firme—. Has hecho bien. Ese cachorro tiene la sangre de Fénix, y eso nos sirve.

Enid arqueó una ceja, confusa.
—¿Nos sirve? ¿A quién?

—A nosotras, Enid. —El reflejo avanzó un paso, y su mirada era como hierro—. Si Fénix se revela, si deja de ser útil, al menos tendremos a su descendencia. Ese cachorro será un seguro, un vínculo y un arma al mismo tiempo. Y si él intenta interferir… bueno, siempre estará demasiado tarde.

—¿Y tú crees que…? —Enid vaciló.

—No hay “creer”. —La otra Enid la interrumpió con firmeza—. Hay hechos. Yo tomo las decisiones. Yo sé lo que es mejor. El cachorro es nuestro seguro. Y si alguna vez Fénix se atreve a cuestionar nuestra autoridad… no habrá otra opción que seguir adelante, sin dudar.

Enid sintió cómo un frío recorrido por su espalda la hacía estremecerse. No era miedo. Era la certeza de que, frente a su reflejo, no había espacio para su lado débil. Todo lo que importaba era la estrategia, la supervivencia… y el control absoluto.

—Entonces… —susurró Enid, tragando saliva—. Todo queda bajo tu mando.

El reflejo sonrió, satisfecha.
—Exactamente. Ahora deja de hacerte la sentimental. Todo esto, todo lo que hagas o sientas, es irrelevante. Lo que importa es mantener el poder.

Enid cerró los ojos un instante, absorbiendo la autoridad de su doble. Sabía que, a partir de ese momento, ella obedecería sin cuestionar, aunque en su interior el eco de Fénix siguiera resonando.




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