CAPÍTULO 105 : Revelaciones
Cuando Enid regresó de aquel encuentro con su reflejo, la habitación estaba en penumbra. Para su sorpresa, Fénix ya no dormía; estaba sentado al borde de la cama, con el torso inclinado hacia adelante, vistiéndose a medias.
—¿Ya despierto? —preguntó Enid, ladeando la cabeza con una sonrisa que no ocultaba su tono posesivo.
Fénix se ajustó la camisa sin mirarla.
—Sí… supongo que dormí lo suficiente. —Su voz era grave, distante, casi como si quisiera cortar rápido la conversación.
Ella lo observó en silencio mientras él se levantaba y empezaba a colocarse la chaqueta. Había algo en esa manera suya de ignorar las ataduras que la hacía hervir por dentro.
—¿Y ya te vas tan rápido…? —preguntó Enid, caminando lentamente hacia él—. Después de lo bien que lo pasamos… pensé que te quedarías un poco más conmigo.
Fénix resopló apenas, sin detenerse, como si no hubiera escuchado del todo el reclamo. Se acomodó el hombro en cabestrillo y se inclinó a recoger su corbata del respaldo de la silla.
Enid aprovechó ese momento. En un movimiento ágil, lo tomó de la corbata antes de que pudiera ponérsela, acercándolo hacia ella con una fuerza que no admitía resistencia. La tela quedó tensa entre sus dedos, y sus ojos brillaron con una mezcla de picardía y dominio.
—Tienes un aspecto irresistible cuando intentas escapar de mí —murmuró, arrastrando las palabras con coquetería—. Pero no te engañes, Fénix… yo siempre sé cómo traerte de vuelta.
La sonrisa de Enid se volvió más felina mientras tiraba suavemente de la corbata, acercando su rostro al de él, lo bastante cerca como para rozar su aliento. Había algo en su tono que era tanto una insinuación como una advertencia: él podía intentar alejarse, pero jamás estaría fuera de su alcance.
Fénix bajó la mirada, incómodo por lo cerca que estaba Enid, casi atrapado por la tensión de la corbata en sus manos.
—Enid… —murmuró con voz grave, sin poder ocultar cierta molestia—. No es momento para esto, ¿vale? Estoy cansado… y no me siento bien.
Ella arqueó una ceja, sin soltarlo todavía.
—Siempre tienes una excusa, ¿no? —susurró con un deje juguetón, aunque en el fondo se notaba la chispa de dominio que no podía ocultar—. Pero tranquilo, lobo… no voy a encadenarte.
Fénix se removió, incómodo por la cercanía, hasta que finalmente Enid soltó la corbata con un gesto lento y calculado, como si hubiera querido marcar su punto.
—Puedes irte si lo deseas —dijo con una sonrisa peligrosa—. Pero recuerda, cariño… —su voz descendió a un susurro ardiente, rozando lo prohibido— esta cama aún guarda tu calor, y yo estaré esperándote para cuando quieras reclamar lo que ya es tuyo… o dejar que yo lo reclame por ti.
Fénix tragó saliva, apartando la mirada. No dijo nada más; simplemente se giró hacia la puerta y salió con pasos pesados.
Afuera, en el pasillo silencioso, apoyó la espalda contra la pared y se llevó una mano al rostro. Respiraba con fuerza, no tanto por el dolor del hombro, sino por lo extraño que había sido todo.
—Mierda… —murmuró para sí, con el ceño fruncido—. Esa no era la Enid que conozco.
Por un instante se quedó quieto, repasando en su cabeza el brillo en los ojos de ella, ese tono posesivo disfrazado de seducción. Era como si hubiese visto otra faceta de la CEO, una que lo inquietaba tanto como lo atraía.
Sacudió la cabeza y comenzó a caminar por el pasillo, tratando de apartar esos pensamientos, pero la sensación persistía:
Enid había cambiado. O quizás, simplemente, había mostrado una parte de sí que siempre estuvo oculta.
El eco de los pasos de Fénix resonaba en el pasillo silencioso. Iba con el ceño fruncido, intentando procesar lo que acababa de ocurrir en la habitación de Enid, cuando una voz suave interrumpió sus pensamientos.
—¿Fénix? —dijo Anna, apareciendo desde una de las bifurcaciones.
Él levantó la vista. Anna lo miraba con una sonrisa ligera, como siempre, con ese aire amable que la diferenciaba del resto en Enid Corp.
—Hola, Anna —respondió él, con un intento de normalidad, aunque aún se le notaba cansado.
Ella inclinó la cabeza, fijándose en su brazo en cabestrillo.
—Parece que sigues con molestias. —Pausó un segundo, y luego, con un leve rubor, añadió—. Estaba pensando… ¿te gustaría cenar conmigo?
Fénix parpadeó, sorprendido.
—¿Cenar?
—Sí —Anna sonrió tímidamente—. Hace una semana me enseñaste bastante sobre las armas… y, gracias a eso, me he sentido mucho más segura en el campo. Quiero agradecértelo, al menos con una comida.
Fénix la observó por un momento. Había algo refrescante en su propuesta, lejos del ambiente sofocante que acababa de dejar atrás. Finalmente, asintió.
—Vale… acepto.
Anna se iluminó con una sonrisa sincera.
—Genial. Entonces vamos, sé un sitio tranquilo.
Ambos comenzaron a caminar juntos por el largo pasillo, las botas de Fénix resonando a la par de los tacones discretos de Anna. Por primera vez en mucho tiempo, él sintió que podía respirar con algo más de calma.