Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 106 : La cena

CAPÍTULO 106 : La cena

El lugar al que Anna lo llevó estaba escondido en una calle secundaria, lejos de la ostentación de los restaurantes que solían frecuentar los ejecutivos de Enid Corp. Era pequeño, con apenas unas cuantas mesas de madera, paredes decoradas con fotos viejas y un aroma cálido a pan recién horneado. Humilde, pero acogedor.

Ambos se sentaron frente a frente. Fénix, mientras observaba cómo la muchacha pedía algo sencillo al camarero, apoyó el brazo bueno sobre la mesa.

—Anna —dijo con voz tranquila—. Siempre he tenido curiosidad… ¿qué piensa tu familia de que trabajes en Enid Corp?

La sonrisa de Anna se desvaneció poco a poco. Bajó la mirada, jugando con la servilleta entre sus dedos.
—Mi familia… —murmuró. Se tomó un respiro antes de continuar—. No tengo contacto con ellos desde hace tiempo.

Fénix arqueó una ceja.
—¿Tan mal quedaron las cosas?

—Bastante —respondió con una mueca amarga—. Mi madre y mi padre siempre fueron claros: yo no merecía ir a la universidad. Según ellos, el único que tenía derecho a eso era mi hermano menor. —Apretó la servilleta—. Me dijeron que mientras viviera bajo su techo, mi obligación era trabajar para darle dinero a él. Que mi vida… debía girar en torno a su futuro.

Fénix frunció el ceño, sintiendo una punzada en el pecho.
—Así que decidiste irte.

Anna asintió, con un brillo de orgullo en los ojos.
—Sí. No quería pasarme la vida sirviendo a alguien más solo porque mi familia lo decía. Quería algo mío, una meta propia… aunque terminara aquí, en Enid Corp.

Hubo un silencio breve. Fénix la observó, notando la fuerza en su mirada a pesar de la tristeza de las palabras.
—Hiciste lo correcto —dijo finalmente, con voz firme—. Nadie debería decidir tu vida por ti, ni siquiera tu propia familia.

Anna lo miró, sorprendida por la seguridad en sus palabras. Una sonrisa tenue apareció en su rostro.
—Gracias, Fénix. No sabes lo bien que se siente escucharlo.

Fénix entrelazó sus manos sobre la mesa, apoyando ligeramente el peso hacia adelante.
—Créeme… te entiendo más de lo que crees.

Anna jugueteaba con la servilleta entre los dedos, mirándolo con curiosidad.
—Oye, Fénix… —dijo al fin—. Siempre eres el que pregunta, el que observa a todos, pero nunca cuentas nada de ti.

Fénix arqueó una ceja y apoyó el codo en la mesa.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que quieres saber?

Anna lo miró directamente a los ojos, como retándolo.
—Por ejemplo… ¿qué te trajo a Enid Corp? No parece el tipo de trabajo que cualquiera elegiría así como así.

Fénix soltó una media sonrisa, pero no respondió enseguida.
—Digamos que… no fue una elección, sino una consecuencia. —Se inclinó hacia atrás en la silla—. No soy alguien que pueda encajar en una vida normal. Enid Corp. me ofreció una razón para seguir adelante.

Anna apoyó la barbilla en su mano, sin apartar la vista de él.
—¿Y antes de eso? ¿Cómo era tu vida?

—Caótica —contestó sin pensarlo demasiado—. Mucho movimiento, peleas… y un montón de errores.

Ella sonrió, divertida por lo vago de la respuesta.
—Eso no es una respuesta, Fénix. Me estás esquivando.

Él soltó una pequeña risa nasal.
—Quizá. O quizá no sea algo que quieras escuchar.

Anna ladeó la cabeza, aún más intrigada.
—Déjame decidir a mí si quiero escucharlo o no.

Fénix la observó en silencio unos segundos. Había algo en esa mirada insistente de Anna que le recordaba a alguien que no se dejaba intimidar. Finalmente suspiró.
—Perdí mucho. Amigos, gente cercana… —Se quedó mirando el café frente a él—. Y cada vez que creo que puedo estar tranquilo, algo aparece y me recuerda que no tengo derecho a esa calma.

Anna dejó de sonreír. Bajó la mirada hacia la mesa, procesando lo que había dicho.
—Eso suena… muy solitario.

—Lo es —dijo él con naturalidad, aunque su tono cargaba con un peso difícil de disimular.

Anna, después de un instante de silencio, volvió a mirarlo.
—Entonces… ¿qué es lo que te hace seguir? ¿Qué es lo que todavía te mantiene en pie?

Fénix la miró directamente, y por un segundo sus ojos brillaron con algo que no supo definir.
—La promesa de que todo esto… sirva para algo. Que no sea en vano.

Anna lo sostuvo con la mirada y asintió despacio, como si de pronto entendiera mejor la persona que tenía enfrente.

Cuando terminaron, el murmullo del lugar comenzaba a apagarse. Anna bebió el último sorbo de su café y dejó la taza sobre el platillo con un suave tintineo.

Fénix se acomodó la chaqueta y la miró.
—Gracias por invitarme, Anna. —Su voz sonó sincera, grave pero cálida—. Ha sido… una buena cena.

Ella sonrió con cierta timidez, aunque en sus ojos había orgullo.
—Me alegra que lo digas. No suelo compartir este sitio con cualquiera.

Él arqueó una ceja.
—¿Así que me he ganado un privilegio?

—Más de lo que piensas —respondió ella con una media sonrisa, apoyando el codo en la mesa y mirándole directamente.

Fénix sostuvo esa mirada unos segundos antes de apartarla, incómodo con la intensidad que transmitía Anna.
—Supongo que lo recordaré.

Anna se puso de pie y recogió su abrigo.
—Hazlo.

Fénix asintió despacio, sin palabras. La acompañó hasta la salida, y tras una breve despedida, cada uno tomó su rumbo.

Las calles de Berlín lo recibieron con un aire frío y húmedo, cargado de neón y sombras. El sonido lejano de un tren y el eco de pasos aislados se mezclaban con la vibración de la ciudad nocturna.

Fénix caminaba, el humo de su aliento escapando como suspiros invisibles. Sus pensamientos lo perseguían con la misma constancia que el viento helado.

"Anna… Enid… todos."

Cada rostro que pasaba junto a él, cada figura anónima que se cruzaba en la acera, lo hacía pensar en lo mismo.

"Cada persona tiene su guerra. Cada uno lidera su propia batalla, aunque nadie más pueda verla."




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