CAPÍTULO 107 : Preludio
El 31 de octubre del año 2000 había caído sobre Berlín como un manto extraño. La ciudad vibraba entre lo festivo y lo oscuro: calabazas talladas en las ventanas, disfraces baratos en las calles, niños corriendo con bolsas de caramelos y, al mismo tiempo, una sensación inquietante que se filtraba entre los callejones húmedos y el humo de los cigarrillos. Era la clase de noche en la que las máscaras parecían demasiado reales y la línea entre lo humano y lo monstruoso se difuminaba.
Enid Corp respiraba un ambiente distinto. Los pasillos metálicos y fríos contrastaban con el bullicio de la ciudad; allí dentro todo era rigidez, silencio profesional y tensión contenida.
Fénix se encontraba en el ascensor, con las manos en los bolsillos y el gesto serio. Habían pasado tres semanas desde el incidente en la prision Tegel. Tres semanas de reposo, entrenamiento, controles médicos y una recuperación que lo había devuelto al cien por ciento. No quedaba rastro de debilidad en su cuerpo, aunque en el fondo, las cicatrices invisibles aún ardían.
El ascensor emitió un suave ding y las puertas se abrieron en el último piso. Fénix salió, avanzando por el pasillo alfombrado hasta llegar a la oficina principal. Allí, detrás de un escritorio imponente, estaba Enid, impecable en su traje oscuro, con ese porte que imponía respeto incluso sin esfuerzo. Junto a ella, de pie, esperaba Anna, quien revisaba unos papeles con gesto aplicado.
—Llegas justo a tiempo —dijo Enid sin apartar la vista de un informe que sostenía, aunque su voz transmitía control absoluto de la sala.
Fénix se detuvo frente a ella.
—Me dijiste que había una misión.
Enid asintió y extendió un sobre negro con el sello de la corporación.
—Correcto. Información de última hora. Un informante anónimo asegura que esta medianoche habrá un movimiento sospechoso en el metro de Berlín. Tráfico de sangre. —Sus ojos brillaron con una mezcla de interés y desprecio—. Tu deber, junto con Anna, será interceptarlos y detener la operación.
Anna lo miró de reojo, seria, como esperando una reacción.
Fénix tomó el sobre, lo abrió y hojeó rápidamente el contenido: diagramas de túneles, posibles puntos de encuentro, y nombres codificados que poco revelaban.
—¿Alguna idea de quién está detrás de esto? —preguntó sin levantar la voz.
—No todavía —respondió Enid—. Pero si se está moviendo sangre en estas cantidades, alguien con poder lo respalda. Y quiero saber quién.
Anna se cruzó de brazos, con el ceño fruncido.
—Entonces vamos al metro. No podemos permitir que esto se expanda.
Fénix cerró el sobre y lo guardó bajo el brazo.
—Entendido.
El reloj en la pared marcaba las 20:07. Faltaban unas hora para que la medianoche envolviera Berlín, y el metro se convirtiera en el escenario de su próxima guerra.
En la oficina de Antigen, la luz era fría y calculada. Darem estaba reclinado en su sillón, los pies apoyados despreocupadamente sobre la mesa, rodeado de pantallas y carpetas que olían a tinta fresca. El reloj marcaba la noche; en la ciudad algo se estaba cocinando, y él esperaba noticias con la quietud de quien sabe que todo está atado por hilos que no se rompen.
El teléfono de la mesa sonó con un timbre breve. Darem lo atendió con la misma calma con la que apagaba un cigarrillo.
—Darem aquí —dijo, la voz neutra, profesional.
Al otro lado de la línea se cortó un silencio breve; luego, Darem carraspeó como quien retoma una conversación esperada y, del otro lado de la linea Viktor lanzo la pregunta.
—Darem, ¿va todo según el plan?
Del otro extremo llegó la voz de Darem, sólida y complacida.
—Todo según lo previsto —contestó—. Los vampiros de laboratorio se despertarán a las 21:00 en punto. A las nueve clavadas. Después, los liberamos en las calles de Berlín. El show comienza entonces.
Darem esbozó una sonrisa que nadie pudo ver por teléfono.
—¿Y tú? ¿Cómo van esas “vacaciones” en Nueva York? —preguntó, con un dejo de sorna.
—Bien —respondió Viktor, con un tono de falso desdén—. Eso sí: los cócteles en este sitio dejan mucho que desear. ¿Debería quejarme o te pedimos que traigan un barman decente para cuando llegues?
Viktor, soltó una risa corta.
—Asegúrate de que todo salga según lo planeado aquí. Quiero Berlín hecho polvo. Sin errores. Sin piedad.
—Lo tendrás —dijo Viktor, sin vacilar—. Y escucha: cuando completes tu trabajo, toma el primer vuelo a Nueva York. Allí proseguiremos con la siguiente fase. Todo está encadenado; no hay margen para fallos.
—Entendido —respondió Darem—. Me aseguro de que no haya fallos. Corto y cierro.
La llamada terminó con un clic preciso. Darem dejó el auricular sobre la base y se quedó un instante mirándolo, como quien contempla un tablero donde las piezas ya se mueven solas.
En la otra orilla de la línea, Viktor hizo una pausa. Estaba en la playa, los pies enterrados en la arena tibia, la brisa salada en la cara. Alejado de la tensión que acababa de dictar, se apartó el flequillo con la mano derecha y, por un instante, la luz dejó ver una cicatriz: una línea recta de suturas, fina y blanquecina, que cruzaban la frente como si hubieran abierto su cráneo y luego lo hubieran vuelto a coser.
Viktor observó la línea con un gesto casi satisfecho, la rozó con el pulgar y sonrió.
—Que comience el espectáculo —murmuró para sí, más para la marea que para cualquiera—. Berlín aprenderá a temer de nuevo.
Darem se inclinó hacia adelante en su sillón, girando el teléfono entre los dedos como si fuera una pieza de ajedrez. Una sonrisa torcida se le dibujó en el rostro mientras murmuraba para sí mismo:
—Toda esa pantomima del tráfico de sangre en el metro… una mentira bien colocada. Enid Corp se tragó el anzuelo como debía. —dio un golpecito con el dedo sobre la mesa—. Y claro, sé perfectamente a quién enviará Enid: a su perro más leal.