Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 110 : Infierno en Berlín-3

CAPÍTULO 110 : Infierno en Berlín-3

Desde su oficina en lo alto de uno de los edificios de Enid Corp, Enid observaba el apocalipsis que se desplegaba ante sus ojos. La ciudad de Berlín ardía. Las luces del fuego se mezclaban con el humo negro que se alzaba hacia el cielo, formando una imagen tan hermosa como aterradora. El caos reinaba en las calles: edificios colapsando, personas corriendo, y los vampiros masacrando todo lo que encontraban a su paso. Para Enid, era como observar el fin del mundo desde un palco privilegiado, con la misma calma con la que bebería una copa de vino.

Detrás de ella, Marcus, Lucian y Vanessa discutían intensamente. La lógica dictaba que debían salir ya de Berlín. La ciudad estaba perdida, no había forma de contener la catástrofe.

—Tenemos que evacuar ahora —insistió Lucian, cruzándose de brazos mientras miraba por las ventanas panorámicas, con el rostro iluminado por las llamas de la ciudad.

—No hay nada que podamos hacer aquí —añadió Vanessa, ajustándose su chaqueta negra, manteniendo la voz fría y práctica, como si ya hubiera aceptado que no había esperanza para nadie en esa ciudad.

Marcus, sin embargo, estaba inquieto, con el ceño fruncido y los puños apretados. No podía aceptar simplemente salir de allí.

—No podemos irnos sin Fénix. Es mi hermano, maldita sea. No voy a dejarlo aquí, ¿entiendes? No puedo.

—Fénix sabe cuidarse solo —intervino Vanessa, con tono firme—. ¿Cuántas veces lo ha demostrado ya? No estamos en posición de jugar a los héroes.

Marcus, sin embargo, se quedó en silencio un momento, pero su determinación no vaciló. No importaba lo que dijeran los demás: él no iba a dejar a Fénix atrás.

Enid, que había permanecido en silencio todo ese tiempo, giró su silla lentamente hacia Marcus, con una expresión inalterable. Sus ojos, serenos y vacíos de emoción, parecían atravesar a Marcus. Sin mostrar el más mínimo rastro de enojo o frustración, Enid tomó un arma de un cajón de su escritorio: una pistola negra con una elegancia letal. Sin levantar la voz, la lanzó hacia Marcus. La pistola aterrizó sobre la mesa con un golpe seco.

Siete balas de plata. —Su voz fue calmada, casi suave—. Guarda una para ti. Por si lo necesitas.

El comentario cayó sobre la habitación como una losa. Vanessa y Lucian intercambiaron miradas fugaces, sin saber qué decir. Pero Marcus no apartó los ojos de la pistola. Las palabras de Enid estaban cargadas de algo más que simple pragmatismo: una advertencia velada, un recordatorio de la brutal realidad que estaban viviendo. En Berlín, ni siquiera Fénix era invulnerable.

Marcus apretó la mandíbula y agarró el arma con firmeza. No dijo nada. No tenía que hacerlo. Los ojos de Enid, todavía fríos pero calculadores, lo siguieron sin inmutarse. Era como si ya supiera que, pase lo que pase, las opciones serían cruentas, y los sacrificios inevitables.

—Espero que encuentres lo que buscas, Marcus —dijo Enid finalmente, con una pequeña sonrisa enigmática, casi imperceptible. La sonrisa de alguien que entiende perfectamente que el destino ya está escrito.

Marcus guardó la pistola bajo su chaqueta, sin apartar la vista de Enid. Sabía que lo que le acababa de decir era más que un consejo: era una sentencia.

Enid se levantó con la misma calma que siempre la caracterizaba. Se acercó a las ventanas, observando por última vez cómo las llamas se propagaban por la ciudad y las criaturas salvajes se adueñaban de cada calle y rincón. Las explosiones en la distancia iluminaban las sombras danzantes, y los gritos humanos quedaban rápidamente sofocados por los rugidos inhumanos de los vampiros de Antigen.

—Es mejor evacuar ahora —dijo Enid sin emoción, girándose hacia Vanessa y Lucian—. Cuanto antes, mejor.

No hubo resistencia. Vanessa y Lucian asintieron, comprendiendo que no había otra opción si querían sobrevivir. El tiempo era un lujo que Berlín ya no les otorgaba.

Sin perder más tiempo, los tres se movieron rápidamente hacia la salida del edificio. Las luces del pasillo parpadeaban, y a lo lejos se escuchaban detonaciones, cada vez más cercanas. Llegaron al vestíbulo, cruzando los últimos metros que los separaban de la calle.

Cuando empujaron la puerta de emergencia, la visión los golpeó como un puñetazo en el estómago:

Un par de docenas de vampiros infestaban las calles frente al edificio. Las criaturas caminaban tambaleantes, sus cuerpos deformados y cubiertos de sangre, como zombis frenéticos con una insaciable sed. Sus ojos rojos ardían con rabia, y sus movimientos eran caóticos y antinaturales. Algunos de ellos devoraban a víctimas aún vivas, mientras otros desgarraban cuerpos inertes solo por el placer de destruir.

Lucian y Vanessa intercambiaron una rápida mirada. No había tiempo para pensar ni pelear.

—¡Al auto, rápido! —exclamó Lucian, ya corriendo hacia el vehículo que habían dejado preparado en la acera.

Enid caminaba con tranquilidad, como si no tuviera prisa alguna, mientras Vanessa se lanzaba tras Lucian. Los vampiros los notaron al instante.

Un rugido ensordecedor llenó el aire, y las criaturas comenzaron a correr hacia ellos, sus movimientos torpes pero rápidos. Los primeros vampiros ya estaban a solo metros de distancia, pero Lucian abrió la puerta del auto de un tirón, y Vanessa ya se estaba acomodando en el asiento del copiloto.




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