CAPÍTULO 113 : Infierno en Berlín-6
En lo profundo de los túneles del metro, el hedor a sangre fresca impregnaba cada rincón. Un silencio espeso lo dominaba todo, roto únicamente por el goteo de agua desde las tuberías oxidadas. Sobre una pila de cadáveres apilados sin cuidado, Alex estaba sentado, tamborileando los dedos contra su rodilla. Sus ojos se movían perezosos, sin verdadero interés por el paisaje de muerte que lo rodeaba.
A su alrededor, los vampiros de laboratorio permanecían expectantes, inmóviles como estatuas grotescas, esperando alguna señal que los liberara del letargo. La escena parecía suspendida en un extraño equilibrio: depredadores y cadáveres compartiendo el mismo aire viciado.
Alex suspiró con exageración, inclinando la cabeza hacia atrás.
—Qué aburrimiento… —murmuró con voz arrastrada, casi infantil—. Me tienen aquí sentado como un perro atado, cuando lo único que quiero es divertirme un poco.
Dejó caer un brazo a un lado, como si no tuviera peso alguno, y pateó distraídamente uno de los cuerpos a sus pies. Una sonrisa torcida apareció en sus labios.
—Darem dijo que me quedara quieto hasta que él diera la orden. —Su tono se volvió burlón, imitando con mofa una voz más grave—. “Espera, Alex. Sé paciente, Alex.” —rió suavemente, con un deje sádico—. Siempre lo mismo… ¿Y mientras tanto qué? ¿Mirar cómo se pudren estos pobres diablos?
Se inclinó hacia adelante, los codos sobre las rodillas, la sonrisa ensanchándose mientras susurraba casi para sí mismo:
—Lo que yo quiero es pelear… jugar… ver qué tanto ruido puede hacer una ciudad antes de desmoronarse del todo. Sembrar un poquito de caos, nada más.
El eco de su risa resonó por los túneles, perturbador y ligero, como el canto de un niño en un cementerio vacío.
Alex dejó de tamborilear. La sonrisa en su rostro se tensó, cambió de ángulo como si se encendiera una chispa que nadie más había visto venir. Se incorporó con calma, como quien decide levantarse de la mesa en una cena que ya no le divierte.
—¿Sabes qué? —murmuró hacia la fila de cadáveres como si hablara con viejos conocidos—. Me aburro de esperar órdenes.
Los vampiros que lo rodeaban alzaron la cabeza, como perros atentos a una nueva señal. Alex alzó un brazo, lento y ceremonioso. Su voz, baja pero cargada de autoridad impropia, cortó el silencio.
—Levantarse. Seguidme.
No fue una pregunta. Fue una orden. Los ojos rojos de las criaturas brillaron, y uno a uno comenzaron a moverse con la fluidez mortal de quienes conocen la violencia como idioma materno. Se pusieron en marcha detrás de Alex, formando una columna de sombras que raspaban el suelo con pasos silenciosos.
Alex se detuvo un instante, mirando la oscuridad del túnel como si aguardara la ovación que nunca llegó, y luego avanzó con paso decidido hacia la boca del andén. El hedor a sangre y metal quedó atrás por un momento; delante, la ciudad esperaba, ignara y festiva, lista para ser descoyuntada.
Mientras la columna se deslizaba por los pasillos, Alex murmuró para sí, con esa mezcla de desprecio y deleite:
—Vamos a divertirnos. Y si a Darem no le gusta… que se fastidie.
Y con eso, la horda lo siguió, emergiendo desde la penumbra en dirección a donde la noche aún latía con luces y música, dispuestos a convertir el aburrimiento en estrépito.
La noche de Berlín estaba teñida por el humo y los destellos naranjas de los incendios a lo lejos. Las calles eran un caos, pero Enid, Lucian y Vanessa lograron avanzar hasta una zona más residencial, donde el silencio era inquietante pero ofrecía la promesa de un respiro. Frente a ellos se alzaba una casa de dos plantas, aún intacta, con las ventanas cerradas y el portón entreabierto.
Lucian empujó la puerta con cuidado, su arma lista.
—Está vacía… al menos por ahora. —Echó un vistazo rápido al interior—. Buen sitio. Muros sólidos, ventanas reforzadas… esto nos puede servir.
Enid entró detrás de él, sosteniendo su abrigo manchado de hollín. Su mirada recorrió la sala iluminada tenuemente por la luna que se filtraba entre las cortinas.
—Después de lo que hemos visto ahí fuera, esto parece un palacio. —Suspiró y se dejó caer en uno de los sillones—. Necesitábamos un respiro.
Vanessa cerró la puerta con llave y corrió un mueble para bloquearla.
—No me importa si es un palacio o una cueva, mientras nos mantenga con vida. —Dejó su rifle apoyado en la pared y se sentó en el suelo, recostándose contra la madera—. Hace horas que no siento que estamos a salvo… pero ahora… ahora lo parece.
Lucian se acomodó junto a la ventana, vigilando la calle oscura.
—Lo importante es que aquí podemos reagruparnos. —Se giró hacia las dos mujeres—. Al menos esta noche, estaremos seguros.
Enid asintió, con una ligera sonrisa cansada.
—Seguros… —repitió, como saboreando una palabra que hacía tiempo no tenía sentido para ellos—. Sí, aunque sea solo por unas horas.
El silencio llenó la casa, roto únicamente por el crepitar de un incendio lejano. Por primera vez en esa noche infernal, los tres pudieron sentir algo parecido a alivio.