CAPÍTULO 115 : Infierno en Berlín-8
Las calles de Berlín se sentían pesadas, el aire cargado de humo y ceniza, como si el mismo infierno se hubiera instalado allí. Fénix y Anna avanzaban con pasos firmes pero silenciosos, sus sombras proyectadas sobre las paredes quebradas. Entre ruinas y escombros, las llamas danzaban a lo lejos, iluminando un callejón estrecho. Fue allí donde lo vieron.
—¿Marcus...? —Anna susurró, llevándose la mano a la boca.
Marcus estaba tirado contra la pared, su cuerpo golpeado, la cara hinchada y la nariz rota. Sangre seca manchaba su camisa desgarrada, y uno de sus brazos colgaba torcido en un ángulo extraño. Apenas levantó la cabeza al escucharlos acercarse, sus ojos apagados pero aún con vida.
—Parece que viniste al rescate... Qué sorpresa. —Marcus intentó reírse, pero solo consiguió toser sangre.
—¿Qué mierda te pasó? —Fénix se agachó a su lado, inspeccionándolo rápido. Su tono era más enojo que preocupación, pero por dentro sentía que cada herida en Marcus era una culpa más sobre sus hombros.
—Digamos que me metí en una pelea equivocada. —Marcus sonrió de lado, minimizando la situación como siempre hacía. Evitó mencionar a Marius, pero el eco del encuentro aún lo atormentaba.
Fénix lo miró de cerca, buscando algo en su rostro, alguna pista de lo que realmente había pasado. Pero Marcus solo apretó los dientes y miró hacia otro lado.
—Lo importante es que sobreviví... más o menos. —Su tono era sarcástico, pero algo más oscuro se escondía detrás.
Anna se arrodilló junto a él y le revisó el brazo roto. —Tienes suerte de seguir vivo —dijo, intentando mantener la calma.
Marcus dejó escapar un suspiro entre dientes y miró a Fénix con seriedad, aunque disfrazada de desdén.
—Hay alguien en el metro. —Marcus lo soltó como si no fuera gran cosa, pero Fénix lo notó enseguida: era un aviso.
—¿Alguien? —Fénix frunció el ceño.
—Un maldito monstruo, si te soy sincero. Era más fuerte de lo que él podía manejar.
Fénix apretó los puños, mordiéndose la lengua para no maldecir más alto. Lo que menos quería era enredarse en otra mierda complicada, pero el deber lo estaba arrastrando otra vez.
—¿Siempre tienes que buscar problemas, Marcus? —espetó, con irritación clara en su voz.
—Si no lo hago yo, ¿quién más? —Marcus esbozó una sonrisa torcida, como si todavía tuviera fuerzas para burlarse de su propia desgracia.
Fénix soltó un bufido y se puso de pie. Sabía que no tenía opción. Si había algo peligroso allá abajo, tenía que encargarse de ello.
—Maldición... Está bien. —Se pasó una mano por el cabello, frustrado. —Voy al metro, pero tú... —miró a Anna— Te quedas aquí con él.
Anna lo miró, sorprendida. —¿Estás seguro? —preguntó, sabiendo perfectamente que no podría convencerlo de cambiar de idea.
—Soy un lycan. Tú eres humana. —Fénix fue claro y directo, aunque su tono no era cruel. —Lo mío es lidiar con mierdas sobrenaturales. Lo tuyo es mantenerlo con vida.
—No voy a dejarte solo, Fénix. —Anna cruzó los brazos, firme.
Fénix esbozó una leve sonrisa. —Te vas a quedar, y punto. —dijo, dándole una palmada en el hombro—. Él te necesita más que yo.
Marcus dejó escapar una risa ahogada, como si las costillas rotas no fueran suficiente para detener su humor ácido. —Siempre el héroe... —murmuró, sarcástico.
Fénix lo fulminó con la mirada. —Cállate.
Antes de irse, Fénix se inclinó sobre Anna por un momento, más cerca de lo necesario.
—Cuídalo bien. Si se muere, te mato. —Lo dijo sin un ápice de humor, pero Anna notó la preocupación oculta detrás.
Fénix se detuvo un momento frente a Marcus y Anna, los miró con esa mezcla de sarcasmo y determinación que nunca lo abandonaba, incluso en momentos críticos. El humo y el eco distante del caos resonaban en Berlín, pero él ya no escuchaba nada más que el sonido de su propia misión en la cabeza.
—Nos vemos después. Si sobreviven, inviten la cena. —dijo con una media sonrisa. Marcus alzó un dedo, sin energía para más sarcasmo, y Anna simplemente lo observó, sabiendo que no podía detenerlo aunque quisiera.
Fénix inclinó ligeramente la cabeza, una despedida silenciosa.
—No se mueran, ¿sí? —fue lo último que les dijo antes de dar media vuelta y empezar a correr.
Sus pasos resonaban fuertes y seguros entre los escombros. A cada zancada, esquivaba vehículos abandonados y ruinas humeantes, mientras las luces de neón parpadeaban moribundas en las fachadas de los edificios en ruinas. El metro estaba a solo unas pocas cuadras, pero la distancia se sentía interminable en ese escenario que parecía devorarlo todo.
Mientras corría, sus pensamientos lo alcanzaron. Por un momento, se permitió imaginar algo diferente.
—¿Y después de esto? —pensó, sus respiraciones sincronizadas con el ritmo de sus pasos. ¿Dónde iría cuando todo terminara?
Se imaginó en algún lugar apartado, lejos de misiones y enemigos. Un maldito bar en el sur de Francia, tal vez, donde pudiera dormir sin el eco de voces pasadas persiguiéndolo. O quizás en alguna playa remota, bebiendo cualquier cosa fría mientras veía el mar en calma.