Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 118 : Infierno en Berlín-11

CAPÍTULO 118 : Infierno en Berlín-11

La casa en la que se habían refugiado Enid, Lucian y Vannesa estaba en buen estado: paredes firmes, ventanas reforzadas y un silencio que, al menos por un momento, les daba la ilusión de seguridad. Los tres estaban sentados en lo que parecía ser una sala de estar intacta.

Lucian no dejaba de moverse en la silla, golpeando el suelo con el pie, visiblemente inquieto.

—¿Y si Anna y Fénix no vuelven? —preguntó de repente, rompiendo el silencio—. Digo… si no regresan… estamos muertos.

Enid lo miró de reojo, sin responder de inmediato. Vannesa le lanzó una mirada seria a Lucian, intentando calmarlo.

—No digas eso —replicó ella—. Están vivos, tienen que estarlo.

Pero Lucian no cedía. Pasó las manos por su cabello, apretando los dientes.

—¿No lo entienden? Sin Fénix no tenemos ninguna oportunidad. ¡Ninguna! —dijo con un temblor en la voz, casi desesperado—. Mientras él esté con nosotros, aunque sea una mínima posibilidad… podemos ganar. Pero si él cae… se acabó todo.

Enid lo observó con el ceño fruncido, su expresión oscilando entre la ira y la preocupación. Antes de que pudiera contestar, el chirrido de la puerta principal interrumpió la tensión.

Anna apareció, cargando a Marcus, que estaba hecho trizas: sangre, heridas abiertas, apenas consciente.

—¡Ayudadme! —exclamó Anna, esforzándose por llevarlo hasta el sofá.

Vannesa y Lucian se levantaron de inmediato, ayudándola a recostar a Marcus. Enid se arrodilló frente a él, examinando sus heridas con rapidez.

—Marcus… —dijo en voz baja, sujetándole el rostro—. ¿Dónde está Fénix?

El joven respiró con dificultad, la voz ronca, como si cada palabra le costara un mundo.

—Lo más seguro… —tosió, escupiendo un hilo de sangre— en el metro… de Berlín…

El silencio cayó de golpe sobre todos. Nadie se atrevió a hablar.

Marcus estaba recostado en el sofá, respirando con dificultad. Sus heridas, aunque profundas, comenzaban a regenerarse poco a poco gracias a su condición. El proceso era lento, doloroso, pero evidente.

Con un suspiro cargado de cansancio, murmuró:

—Espero… que Fénix siga vivo… —cerró los ojos un instante, intentando resistir el dolor.

De repente, la pared de la sala explotó en pedazos de ladrillo y polvo. Una figura atravesó el muro como si no existiera, aterrizando con ligereza en medio del salón.

Era Alucard.

—Vaya, vaya… —dijo con una sonrisa ladeada y un tono burlón—. ¿Por qué todos tienen esas caras tan largas? ¿Acaso se murió alguien importante?

Los presentes se tensaron de inmediato. Vannesa se puso en guardia, Lucian retrocedió unos pasos, y Enid apretó la mandíbula, sin apartar la vista de él.

Alucard paseó la mirada por el grupo, deteniéndose finalmente en Anna y Marcus antes de reír suavemente.

—Tranquilos, no es el fin del mundo. —Se encogió de hombros—. Bueno… para vosotros quizá sí. Pero no os preocupéis tanto por el chico lobo, yo no tengo problema en traerlo de vuelta con vida.

Todos lo miraron, desconfiados. Enid se adelantó, su expresión endurecida.

—¿Qué estás insinuando? —espetó.

Alucard la señaló con un dedo, como si estuviera explicando algo obvio a un niño.

—Vamos, Enid… ¿de verdad no lo pillas? Si Fénix ha caído en las garras equivocadas, el pobre está en el metro rodeado de sorpresas desagradables. Y yo… —pausó, inclinando la cabeza con una sonrisa sádica— podría meterme ahí, sacarlo de una pieza… o en varias, depende del humor que tenga.

Enid frunció los labios, sus ojos brillando con furia contenida.

—Escúchame bien —dijo con voz helada—. Si vas a traer a Fénix, más te vale que lo hagas completo. Ni un rasguño de más, ¿me oyes? O lo pagarás caro.

El ambiente se tensó aún más. Alucard la miró un segundo en silencio… y de pronto rompió a reír, divertido.

—¡Eso me gusta! —exclamó, chasqueando los dedos como si le hubieran dado un reto emocionante—. Muy bien, princesa, veremos qué tan intacto puedo dejar a tu chico.

Se giró hacia la pared rota, como si estuviera a punto de lanzarse ya a la acción.




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