Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 124 : Infierno en Berlín-17

CAPÍTULO 124 : Infierno en Berlín-17

El túnel temblaba todavía por la energía que emanaba del pentagrama. Las líneas carmesí se movían como si tuvieran vida propia, y el aire se volvía más denso cuanto más cerca se encontraban de Alex. Fénix y Alucard se quedaron inmóviles, evaluando la situación.

Fénix apretó los puños. Sabía que si atacaban sin pensar, el daño podría volverse contra ellos. Y si Alex moría mientras el vínculo seguía activo, Alucard podría morir con él. No podían permitirse ni un error.

Alex sonreía, confiado, girando lentamente la guadaña entre los dedos.
—¿Qué pasa, héroes? —dijo con tono burlón—. ¿Os quedasteis sin valor? Vamos, probad a tocarme. No os morderé… bueno, tal vez un poco.

Fénix no respondió. Su mente trabajaba a toda velocidad, analizando cada detalle: la sangre, las líneas del círculo, los puntos débiles del suelo. Si lograba sacarlo de ahí, todo el hechizo se rompería. Era simple en teoría, pero difícil en ejecución.

Alucard lo miró de reojo, notando su concentración. Entonces su voz retumbó dentro de la cabeza de Fénix, grave y telepática.
—¿Tienes un plan, muchacho?

Fénix respondió sin mover los labios, su mente firme.
—Sí. El pentagrama es la clave. Mientras él esté dentro, es invencible. Pero si lo sacamos fuera del sello, la maldición se anula. Ahí es cuando tenemos que acabar con él… sin dudarlo.

Un destello de comprensión cruzó por los ojos de Alucard.
—Hmmm… suena arriesgado, pero me gusta. —Sonrió con un aire casi divertido—. No hay nada más satisfactorio que romperle los juguetes a un niño.

Fénix lo miró con seriedad.
—Necesito que confíes en mí. No ataques directamente. Solo distráelo… yo me encargo de hacerlo salir del círculo.

—Como digas —respondió Alucard con una inclinación de cabeza telepática—. Pero date prisa, antes de que esa criatura decida volver a jugar.

Alex los observaba desde el centro del pentagrama, impaciente.
—¿Qué pasa, mis valientes cazadores? ¿Os dio miedo el dibujito? —dijo, riendo.

Fénix levantó la mirada, y su expresión cambió. Ya tenía una estrategia, una chispa de determinación en los ojos.
—No, Alex —dijo con voz firme—. Solo estamos decidiendo cuál de nosotros va a ser el que te saque de tu zona de confort.

Alucard sonrió, los colmillos brillando bajo la penumbra.
—Y te aseguro que cuando eso pase, no habrá pentagrama que te salve.

El aire volvió a cargarse de tensión. La batalla estaba por reanudarse, pero esta vez, Fénix tenía algo que Alex no: un plan.

El túnel entero parecía contener la respiración. Las líneas carmesí del pentagrama palpitaban como venas vivas, iluminando el rostro de Alex, que sonreía con confianza.
Fénix, con la mirada fija en él, empezó a caminar despacio, su respiración pesada pero controlada. Cada paso resonaba sobre el cemento agrietado.

—Ya basta de juegos, Alex —murmuró Fénix, acercándose—. Esto termina ahora.

Pero antes de que pudiera reaccionar, Alex se movió como un relámpago. La guadaña cortó el aire, un zumbido mortal, y de pronto el acero carmesí atravesó el torso de Fénix de lado a lado, emergiendo por su espalda con un chorro de sangre.

—¡FÉNIX! —rugió Alucard, sus ojos encendidos como brasas.

Fénix quedó inmóvil, el arma clavada en él. Por un instante, Alex sonrió satisfecho, pero entonces notó algo distinto: el joven no gritaba ni caía, sino que sujetaba con ambas manos la guadaña, tirando de ella con fuerza brutal.

—¿Qué…? —alcanzó a decir Alex.

Con un rugido profundo, Fénix dio un tirón violento, arrastrando a Alex fuera del pentagrama. La luz carmesí del sello parpadeó y se apagó, como si le hubieran cortado el corazón. Alex cayó al suelo, sorprendido, y antes de que pudiera reaccionar, Fénix ya estaba encima de él.

—¡SE ACABÓ! —gritó Fénix, lanzando golpe tras golpe. Cada puñetazo hundía el rostro y el pecho de Alex contra el cemento, levantando polvo y sangre.

Por fin, Fénix se apartó, jadeando, con los puños ensangrentados.
Alex yacía en el suelo, pero su cuerpo empezó a deshacerse en un charco de sangre espesa.

Fénix retrocedió un paso, desconcertado.
—¿Qué demonios…?

Una risa suave resonó desde una esquina del túnel. Entre las sombras, Alex emergió ileso, apoyado tranquilamente en su guadaña.
—Oh, Fénix… tan impulsivo como siempre. —Su voz era venenosa, casi dulce—. Ese era solo un clon de sangre. Yo siempre he estado aquí, esperando.

Los ojos de Fénix se abrieron de par en par.
—¡Cobarde…!

Alex sonrió con calma y levantó su guadaña, apoyándola sobre su propio pecho.
—No, esto no es cobardía. Esto es evolución. —Su mirada brilló con un fulgor inquietante—. Se acabó el juego.

Antes de que Fénix pudiera reaccionar, Alex se atravesó el corazón con su propia arma. La hoja carmesí lo perforó con un chasquido húmedo.

—¡NOOOOOOO! —gritó Fénix, su voz quebrándose mientras corría hacia él.

Pero entonces escuchó un sonido que le heló la sangre: el crujir del cristal.
Giró la cabeza y vio a Alucard. Su maestro empezaba a fragmentarse, su cuerpo agrietándose como si fuera vidrio.

—No… no, no, no… —Fénix corrió hacia él, lágrimas escurriéndose por su rostro ensangrentado—. ¡Alucard, no!

Alucard bajó la mirada a sus propias manos, viendo cómo se disolvían en fragmentos de luz.
—Así que… ese maldito vínculo… —murmuró con calma, casi resignado.

Fénix se arrodilló frente a él, sosteniéndolo con fuerza.
—¡No te atrevas a dejarme! ¡No ahora! ¡Dijiste que juntos acabaríamos con él!

Alucard levantó una mano temblorosa y la apoyó en la mejilla de su discípulo, su toque frío pero firme.
—Escúchame, Fénix… —su voz era grave pero suave—. En este mundo podrido… tú eres lo poco bueno que queda. Nunca dejes que te lo arrebaten.

Fénix apretó la mandíbula, lágrimas cayendo sobre la mano de su maestro.
—No puedo… no puedo hacerlo sin ti…




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