Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 129 : Infierno en Berlín-22 FIN

CAPÍTULO 129 : Infierno en Berlín-22 FIN

La noche había caído por completo sobre Múnich. Las luces del pasillo eran un hilo dorado que se filtraba por la rendija de la puerta de la habitación; dentro, el silencio era sólo interrumpido por el leve pitido del monitor y el roce de la cuchara contra el plato. Enid sostenía una bandeja con comida tibia; sus movimientos eran cuidadosos, casi ceremoniales. Fénix estaba tumbado, vendado, la respiración aún pesada, las manos temblorosas apoyadas sobre la sábana.

—Come un poco —dijo Enid en voz baja, ofreciéndole la cuchara—. No te va a hacer daño. Es sopa. Nada elegante, pero caliente.

Él aceptó con esfuerzo. Cada cucharada le dolía, pero la temperatura del caldo era un ancla contra el frío que tenía dentro. Enid le hablaba en voz baja de cosas banales: la lluvia en Múnich, una nota que había leído sobre un concierto que ahora sería imposible, la queja tonta de que el hospital tenía el café demasiado aguado. Hablaba para llenar el silencio, para que la calma fuera a cuentagotas.

Fénix la miró con los ojos hundidos. Tragó despacio y, al terminar una cucharada, dejó la cuchara sobre el borde del plato y habló, apenas audible.

—¿Qué saben de Darem? ¿De Viktor? —dijo, la voz quebrada—. ¿Dónde están?

Enid cerró los ojos un segundo antes de responder; su mano se tensó un instante sobre la suya, como quien contiene un resorte.

—No quiero hablar de eso ahora —contestó con firmeza—. Descansa. Tú necesitas dormir.

Él la miró con una mezcla de fatiga y fuego en la mirada. Las vendas no ocultaban la intensidad que ardía detrás de los párpados. Empezó a temblar: no por el frío, sino por la furia contenida que le recorría el cuerpo.

—No —respondió, más alto, y la palabra le salió áspera—. No voy a quedarme aquí callado mientras ellos… Mientras esos desgraciados siguen con vida.

El tono de Fénix cambió. El murmullo hospitalario quedó lejos; la habitación se hizo pequeña alrededor de su juramento.

—Los voy a buscar —dijo, clavando la mirada en Enid—. Los voy a encontrar. Darem, Viktor… y todos los que han jugado con la sangre de gente inocente. Les voy a arrancar todo lo que les queda. Les voy a hacer pagar por cada nombre, por cada cara que se me va de las manos.

Enid apretó los labios. Intentó recuperar el hilo de la conversación mundana, pero la furia de él la empujó atrás.

—Fénix, cálmate. No puedes moverte así. —su voz era urgente y suave a la vez—. Estás herido, necesitas recuperarte. No voy a permitir que te mates por una venganza impulsiva.

Él la miró, y por un instante su voz se quebró en dos: dolor y determinación se mezclaron.

—¿Cómo quieres que me calme? —susurró—. ¿Con qué? ¿Con silencio? ¿Con la idea de que ellos sigan riéndose y organizando su plan? No. Los voy a buscar. Haré que paguen. Si hay justicia en este mundo, será a base de mis manos si hace falta.

Las palabras salían en cascada, atropelladas. Sus ojos, inyectados en rojo por el cansancio y la rabia, brillaban con una violencia primitiva.

—Voy a encontrarlos —repitió, ahora con voz ronca, como una promesa que se tragaba las entrañas—. Los voy a encontrar y los voy a asesinar. Les voy a arrancar hasta la última gota de paz. Haré que sientan una noche eterna. Juro venganza… juro que no pararé hasta verlos caer.

Enid dejó la cuchara y lo miró de frente. Su mano se posó en la frente de Fénix, húmeda por la fiebre, y luego le apretó la palma como quien intenta sujetar un peligro inminente.

—Te prometo que no te voy a dejar ir ahora —dijo Enid con voz baja, contenida—. No te voy a dejar ir hasta que puedas sostenerte en pie. Si lo que quieres es justicia, lo haremos con cabeza. Te buscaré aliados. Te prepararé. Pero no te dejo salir así; no te dejo morir por algo que podemos planear y resolver con cuidado.

Fénix la miró, la respiración agitada, las manos clavadas en la sábana hasta que los nudillos se pusieron blancos. La rabia le vibraba en cada sílaba.

—No quiero promesas tibias —murmuró—. Quiero que lo entiendas: o ellos, o yo. O hacen la última jugada ellos… o la hago yo. Y si no puedo estar yo, que arda todo.

Enid no respondió de inmediato. Sus ojos reflejaron el conflicto: entre el consuelo y la complicidad, entre la estrategia y el fuego del hombre que tenía delante. Al final, posó la cuchara otra vez en la bandeja y tomó su mano, apretándola con tanta fuerza que Fénix notó cómo le temblaba el labio.

—Entonces prepárate —dijo en voz queda—. Cuando estés listo, no estarás solo.

Fénix apretó la mano de Enid con la fuerza del que jura un juramento que consume. La sangre en su labio le supo a hierro, y la garganta se le llenó de imágenes que no desaparecían: túneles, gritos, el polvo que se llevaba los nombres.

—Lo juro —repitió Fénix, como un eco oscuro—. Los voy a encontrar. Los voy a matar.




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