Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 130 : Armamento

CAPÍTULO 130 : Armamento

10 de noviembre. Berlín respiraba a medias: calles acordonadas, grúas recortando el cielo y obreros trabajando día y noche entre montañas de escombros. La ciudad intentaba recomponerse, y él también.
La reconstrucción avanzaba con el respaldo del gobierno y con capital extranjero, pero la devastación había obligado a muchas organizaciones a desplazarse. Entre ellas, Enid Corp, que instaló una sede provisional en Múnich, donde la infraestructura médica y logística era más estable.

La puerta de la sala médica de Enid Corp se abrió y Fénix entró apoyándose apenas en la mano sana. El olor a antiséptico y papel blanco le resultó extrañamente tranquilizador. Al otro lado del escritorio, el doctor Armitage lo esperaba con una sonrisa profesional y unas vendas ya preparadas para retirar.

—Fénix —saludó el médico—. Qué bueno verte de pie. Te ves mejor cada día. ¿Listo para que te quite esto de la cara?

Fénix asintió con un gesto breve y se dejó caer en la camilla. Armitage actuó con manos seguras: deslizó las tiras, levantó con cuidado las vendas que protegían la X y el labio inferior. El brillo de la luz reveló la piel nueva: cicatrices pálidas, firmes, bien cerradas. La X que bajaba de la ceja a la mejilla seguía ahí, marcada, y el labio se veía reunido, algo más corto por la cicatriz, pero cicatrizado.

—Bien —dijo Armitage, examinándolo—. Han cerrado muy bien. Van a quedar marcas, seguro, pero la piel está sana. La línea de la X se hará más tenue con los meses y el labio… bueno, tendrás una muesca que contará lo que viviste.

Fénix miró su reflejo en la ventanilla del cabinet y esbozó una mueca. No sonrió.

—¿Va a quedar así para siempre? —preguntó con voz rasposa.

—Quedará, sí —admitió el doctor con naturalidad—. Con tiempo y protección solar, disminuirá. Puedo recomendarte un tratamiento tópico para ayudar a que la cicatriz se aplane y a mejorar la pigmentación: una silicona en gel, masajes y evitar la exposición directa al sol. Además, te enviaré una orden para seguimiento con dermatología; podemos valorar tratamientos estéticos si quieres en el futuro, pero ahora lo prioritario es que la piel esté estable.

El doctor le entregó una hoja con indicaciones y apuntó con el bolígrafo.

—Te mando: un antiinflamatorio para el dolor leve (ibuprofeno 400 mg, cada ocho horas si lo necesitas), un analgésico de rescate si el dolor se vuelve punzante (paracetamol 1 g), y una pauta de suplemento vitamínico para ayudar a la cicatrización. Si notas enrojecimiento intenso, calor o supuración, vuelves de inmediato; eso sería signo de infección y hay que tratarlo. ¿Entendido?

Fénix asintió. La voz le sonó distante:
—Entendido.

Armitage bajó la mirada y pasó a la revisión del brazo que había estado fracturado semanas atrás. Palpó con suavidad, luego le pidió que flexionara el codo, que levantara la mano, que girara la muñeca. Observó su gesto, la fuerza que recuperaba.

—Vamos a hacer una radiografía de control —dijo—, por protocolo. Pero al tacto y a la movilidad, está perfecto. El callo óseo ha consolidado bien. Evita levantar pesos pesados por unas seis semanas y nada de contacto directo fuerte hasta que no te lo autorice rehabilitación. Te voy a pasar además sesiones de fisioterapia; te ayudarán con la movilidad completa y el agarre.

Fénix volvió a mover la mano, lento pero decidido.

—¿Voy a recuperar todo? —preguntó, con una mezcla de esperanza y cautela.

—Lo más probable es que sí —respondió Armitage con honestidad—. Con rehabilitación y cuidado, volverás a una función muy próxima a la normal. Quizá alguna limitación mínima, pero nada que no puedas trabajar.

El doctor tomó la ficha, tecleó en el ordenador y le pegó un par de órdenes médicas: receta, fisioterapia, derivación a dermatología. Luego, como quien evita tocar una herida sensible, cambió el tono.

—Hace unos días —comenzó y se detuvo—, la señorita Enid estuvo por aquí...

Se quedó un segundo en silencio, la frase colgando.

—Nada, olvídalo —añadió pronto, con una mueca que quiso ser despreocupada—. No importa. No te preocupes por eso ahora.

Fénix ladeó la cabeza, midiendo la reacción. No quiso ahondar.

—Está bien —respondió, restándole importancia con la voz—. No importa.

Armitage cerró el expediente y le alargó la hoja con la receta y las indicaciones.

—Descansa, come bien, haz la fisioterapia y protege las cicatrices del sol. Y por favor: si hay pesadillas o episodios que no te dejan estar, dilo. Hay apoyo psicológico y… —se detuvo, buscando la palabra—. Terapia para lo que viviste.

—Gracias, doctor —dijo por fin.

—Nos vemos en una semana para la radiografía de control —concluyó Armitage—. Y Fénix: toma las cosas con calma. Ya has hecho demasiado por ahora.

Fénix se incorporó con esfuerzo, la venda reaplicada con cuidado y la receta en el bolsillo. Al salir, miró por la ventana la lluvia de Múnich.
A cientos de kilómetros, Berlín seguía en ruinas, reconstruyéndose a paso forzado. Pero allí, en esa sede improvisada, el peso de la guerra aún se respiraba entre pasillos.
La frase a medias de Armitage quedó flotando en el aire, algo que no urgía responder por entonces.
Fénix no le dio más importancia y se marchó, decidido a seguir —a su modo—.

Horas después, en la habitacion de Fénix en Enid Corp, Fénix se encontraba frente al espejo. La lluvia seguía golpeando los ventanales, un sonido constante que acompañaba sus pensamientos. Se estaba ajustando la corbata, con movimientos lentos y meticulosos, como si aquello fuese un ritual que lo mantenía cuerdo.

El reflejo le devolvía una imagen extraña, casi ajena.

Las cicatrices nuevas cruzaban su rostro como recuerdos imposibles de borrar: la X torcida que iba desde la ceja hasta la mejilla, la muesca en el labio inferior. Y su cabello… diferente. Había pedido que solo lo recortaran, pero el barbero le había hecho un degradado en los costados. Jamás había llevado un corte así.




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