CAPÍTULO 138: Insurrección-7
La mañana era templada, con un cielo de tonos plateados sobre el moderno edificio de Enid Corp. En el amplio patio central se había montado un escenario con pantallas, luces y un enjambre de cámaras apuntando hacia el podio principal. Decenas de periodistas, reporteros y analistas políticos se agolpaban en el sector frontal, mientras la multitud se extendía más allá de las vallas metálicas. Había expectación en el aire: Elena Strauss, la candidata con mayor apoyo para convertirse en la próxima presidenta de Alemania, aparecía en público junto a Enid Drakewood, la poderosa directora de Enid Corp.
Ambas estaban sentadas en sillones blancos frente a una mesa de cristal, bajo una marquesina adornada con banderas y el logo azul de la corporación. A sus lados, los flashes no paraban. Las cámaras de televisión transmitían en directo para todo el país.
Enid vestía un traje oscuro, sobrio pero elegante, su cabello recogido en un moño firme. A su lado, Helena irradiaba una sonrisa cuidadosamente calculada, de esas que parecen naturales, pero que esconden horas de ensayo frente al espejo. La conversación entre ambas fluía como si se conocieran de toda la vida.
—La ciencia y la política no pueden vivir separadas —decía Helena, con su voz clara amplificada por los altavoces—. Enid Corp representa el progreso alemán, y creo firmemente que debemos trabajar juntos para asegurar un futuro libre de amenazas biológicas.
Enid asintió con calma, mirando de reojo a las cámaras.
—Nos honra que lo diga, señora Strauss. La cooperación entre el gobierno y el sector privado es lo que mantiene a nuestro país en pie. —Sonrió suavemente—. A veces, el orden no se logra solo con leyes… sino con visión.
La gente aplaudió. Un murmullo de aprobación recorrió el público, acompañado de flashes que destellaban como relámpagos artificiales.
A unos metros, Fénix observaba en silencio desde la sombra de una columna. Llevaba una chaqueta negra y las manos en los bolsillos, con la mirada fija en Enid y la candidata. La escena le parecía una coreografía ensayada, una farsa perfectamente ejecutada. Su pecho ardía con una mezcla de orgullo y desconfianza.
Era consciente del poder de Enid, de su capacidad para moverse entre los engranajes del mundo político como si fueran piezas de un tablero que dominaba sin esfuerzo. Pero verla ahí, tan cerca de Helena Strauss, le causaba una sensacion rara.
"¿Qué estás haciendo, Enid?" pensó, bajando la vista. "Desde Berlín no eres la misma… y tal vez yo tampoco."
Cruzó los brazos, intentando despejar la mente. Sentía el viento moverse entre la multitud, el olor de los focos calientes y el eco de los aplausos. Todo sonaba distante.
Fue entonces cuando una voz temblorosa interrumpió su aislamiento:
—¿S-señor Rogers?
Fénix giró lentamente. Frente a él estaba una joven de cabello castaño claro, con gafas redondas y una carpeta apretada contra el pecho. Su credencial decía Agnes Templeton – Asistente Administrativa. La chica parecía nerviosa, casi al borde de perder el equilibrio bajo la presión de hablarle.
—¿Qué pasa? —preguntó Fénix con su tono grave y directo.
—N-nada, disculpe —balbuceó ella, ajustándose las gafas—. Solo… quería saludarlo. Es un honor conocerle, de verdad. He leído los informes de sus operaciones, vi las entrevistas internas de seguridad y… bueno, soy muy fan. Desde hace años.
Fénix arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Fan? —repitió, con una media sonrisa escéptica—. ¿De qué exactamente? No soy cantante.
Agnes soltó una risa nerviosa, moviendo un mechón detrás de la oreja.
—De lo que hace… de cómo lucha. De su lealtad con Enid Corp. Usted… usted es una leyenda para los nuevos reclutas.
Fénix suspiró, desviando la mirada.
—Escucha, Templeton —dijo, con voz baja pero firme—. No me meto con fans. Ni con secretarias nuevas. Tengo demasiado en la cabeza.
Intentó marcharse, pero Agnes, armándose de valor, dio un paso adelante.
—E-esperé, por favor —dijo apresurada—. No quiero molestarle. Solo… sé que está investigando algo. Lo noté por cómo revisaba los informes de tráfico de sangre y los registros de Viktor. Yo puedo ayudarle. Tengo acceso a la base de datos política, y también al historial de vuelos y donaciones privadas.
Fénix se detuvo, mirándola de reojo. Esa frase le heló un poco la sangre: no mucha gente sabía que estaba tras esa pista.
—¿Y qué te hace pensar que necesito tu ayuda? —preguntó, volviendo lentamente hacia ella.
Agnes tragó saliva, pero mantuvo la mirada.
—Porque sé que lo que está haciendo es importante. Y porque… confío en usted, señor Rogers.
El silencio entre ambos se alargó unos segundos. El bullicio del evento sonaba a lo lejos, con las voces de Enid y Helena llenando el aire como un eco difuso. Finalmente, Fénix asintió con leve resignación.
—Está bien, Templeton —dijo, con voz más suave—. Si realmente quieres ayudarme, nos vemos a las seis en el café de la esquina, el que está frente a la estación.
Agnes lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿En serio? ¡S-sí, claro! A las seis en punto. No le fallaré.
—Bien. Pero no llegues antes ni después. Y no le digas a nadie de esto, ¿entendido?
—Lo prometo —dijo ella con una sonrisa amplia, como si acabara de recibir una misión de vida.
—Perfecto. Ahora vete —añadió Fénix, volviendo a apoyar el hombro en la columna.
Agnes asintió varias veces, nerviosa pero feliz, y se alejó entre la multitud, sujetando la carpeta contra el pecho como si guardara un secreto.
Fénix la siguió con la mirada unos segundos. Luego, sin poder evitarlo, sonrió apenas. Había algo en esa chica —su torpeza, su sinceridad— que rompía, por un instante, la dureza de su rutina.
Al fondo, los aplausos volvieron a estallar. Enid y Helena se estrechaban la mano frente a las cámaras, sellando lo que para el público era una alianza histórica.