Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 140: Insurrección-9

CAPÍTULO 140: Insurrección-9

El reloj del café marcaba las 5:55 p.m.. La luz tenue del atardecer atravesaba los ventanales, tiñendo de ámbar las mesas de madera. Fénix y Marcus estaban en una de las del fondo, apartados del bullicio, rodeados de carpetas y papeles.

Marcus, con su precisión casi maniática, había dispuesto tres carpetas gruesas perfectamente alineadas sobre la mesa, cada una etiquetada con letras mayúsculas: A–F, G–M, y N–Z. Dentro, los documentos estaban numerados, subrayados y con notas adhesivas de colores. Incluso las grapas estaban alineadas.

—Cuatro horas me llevó esto —murmuró Marcus, con un suspiro entre resignado y orgulloso—. Todo lo que tenemos está aquí. Fechas, registros, grabaciones, transacciones… todo.
Fénix asintió mientras daba un sorbo a su café, mirando los legajos.
—¿Y crees que basta para hundir a una presidenta? —preguntó con voz baja.
—Ni de lejos —contestó Marcus con seriedad—. Esto es suficiente para llamar la atención, pero no para tumbar un gobierno.

En ese momento, la campanita de la puerta sonó. Agnes Templeton apareció en el umbral. Llevaba una blusa blanca y parecía debatirse entre la emoción y el miedo. Al ver a Fénix, casi tropieza con una silla.

—¡S-señor Rogers! —tartamudeó con una sonrisa nerviosa, acercándose—. Perdón por la demora, el tráfico estaba… bueno, el tráfico.

Fénix la observó sin decir nada, mientras Marcus giraba levemente la cabeza.
—Tú debes ser Agnes —dijo Marcus, ofreciéndole la mano con una sonrisa diplomática.

—¡Sí! Agnes Templeton, secretaria de la señorita Drakewood. Es un honor, de verdad. Y usted debe ser Marcus, el... el recipiente de Adán que luego fue rescatado por Fénix en Washington D.C, ¿no?

Marcus la miró sorprendido.
—¿Perdón?

Agnes se llevó las manos a la boca, roja como un tomate.
—¡Lo siento! ¡No quería sonar acosadora! Es que leí los informes de campo, bueno, los antiguos informes de Fénix… y claro, su caso era fascinante desde un punto de vista clínico y—

—Respira —dijo Marcus, conteniendo una risa.
Agnes aspiró aire como si acabara de salir del agua.
—Perdón, hablo mucho cuando estoy nerviosa.

Fénix se masajeó el puente de la nariz y soltó una exhalación cansada.
—Ya me había dado cuenta.

Marcus rió por lo bajo.
—Tranquila, Templeton, no pasa nada. Si hubieses trabajado en Washington D.C, yo también habría hablado de más.

—¿De verdad? —preguntó Agnes con los ojos brillantes.
—No —respondió Marcus con una sonrisa irónica.

Agnes bajó la cabeza avergonzada, y Fénix rodó los ojos, aunque no pudo evitar que se le escapara una leve sonrisa.
El ambiente se relajó un poco, mientras Marcus le acercaba una de las carpetas.

—Bien, ya que todos estamos aquí… empecemos —dijo Marcus, volviendo a su tono serio.
El reloj marcó las seis en punto, y las luces del café se encendieron justo cuando la lluvia empezaba a caer fuera.

Marcus dejó escapar un suspiro y apoyó las palmas sobre la carpeta, mirando a los dos como quien prepara a un equipo antes de entrar en zona hostil.

—No va a ser fácil —dijo con solemnidad—. Es la candidata a la presidencia. Cualquier cosa que hagamos contra ella será minimizada o descartada como “teoría de conspiración” si no vamos con pruebas de hierro y una estrategia que no deje cabos sueltos.

Agnes, que había ido aflojando el nudo de los hombros desde que empezó la conversación, habló con más seguridad de la que su voz mostraba.

—Yo conseguí algo más —dijo deprisa—. No es contabilidad, pero es contexto. Helena no nació en la política. Se hizo famosa porque iba a convenciones... a eventos de gente supersticiosa, a círculos donde la gente buscaba respuestas sobrenaturales, consuelo o promesas. Les decía lo que querían oír; tenía carisma, se vendía como reveladora. Se ganó una comunidad de seguidores leales —los llamaban “creyentes”— y a partir de ahí dio el salto a la política. Su retórica siempre tuvo ese tinte: esperanza mezclada con seguridad extrema. Se volvió política gracias a esa red que la votó y la puso en el mapa.

Marcus inclinó la cabeza, interesado.

—¿Cómo se llama ese evento? —preguntó, buscando una pista concreta.

Agnes masculló el nombre, como repasando en voz baja.

—Se hace todos los jueves en varias ciudades; el principal, el que ella frequentaba, es en Múnich —dijo—. Lo llaman Jornadas del Creyente. Hoy se celebra justo allí. Es un evento público, algo ruidoso, con stands, charlas y gente que busca espectáculo tanto como respuestas.

Fénix apretó la mandíbula, procesando.

—Entonces tenemos que ir —dijo al fin—. Si Strauss sigue ligada a esa comunidad, puede que encontremos a gente que la admire y que deje pistas. O alguien que hable demasiado.

Marcus clavó la mirada en él y le explicó el plan con la calma operativa que lo definía.

—Yo y Agnes iremos a la Jornadas del Creyente —dijo—. Pasaremos desapercibidos, veremos aliados, recabaremos testimonios, vigilaremos quién habla con quién. Pero tu tendras otra tarea. Para entender cómo razonan los políticos y cómo se venden al público, no hay nada mejor que hablar con quien ya lo fue —con un político acabado, descontento y con lengua suelta. Vas a visitar al “bufón”.

Fénix frunció el ceño, curioso y a la vez molesto.

—¿El bufón? —repitió—. ¿encerio a ese puto psicopata?

Marcus sonrió con un aire enigmático, manteniendo la identidad en sombra.

—Vamos es solo una visita —respondió—. Ademas es solo una visita...

Fénix no pareció muy convencido; su boca formó una línea dura. Pero después de un silencio, asintió con gesto firme.

—Está bien —dijo secamente—. Iré a visitarlo. Pero quiero que me mantengan al tanto.




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