CAPÍTULO 142: Insurrección-11
Varias horas despues...
El cartel luminoso decía “Jornadas del Creyente – Munich 2025”, y un eco de voces, risas y teorías absurdas llenaba el enorme pabellón. Había stands con maquetas de platillos voladores, posters de políticos con ojos reptilianos, maniquíes metálicos representando “androides del gobierno”, y una señora con un megáfono gritando que la Tierra era hueca.
Marcus caminaba entre la multitud con las manos en los bolsillos, visiblemente incómodo. A su lado, Agnes miraba todo con una mezcla de fascinación y vergüenza ajena.
—¿Alguna vez lidiaste con algo así? —preguntó ella, alzando la voz por encima del murmullo general.
Marcus arqueó una ceja, observando un puesto donde un hombre vendía “amuletos antiradiación del Área 51”.
—Sí —respondió con una media sonrisa—. En los años treinta, en Nueva York. Fénix y yo. Pero no estábamos cazando conspiranoicos… sino ayudando al ejército de Marius. Éramos parte de su escuadrón, y, bueno, también… —se encogió de hombros— robamos un banco. Cosas de otra época.
Agnes lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Robaron un banco?
—Digamos que era parte del plan —dijo Marcus con un suspiro cansado, mirando a su alrededor—. Pero eso fue antes de que todo se fuera al infierno.
Caminaron un poco más entre pasillos repletos de teorías sobre clones presidenciales y mensajes en el agua. Marcus la observó de reojo.
—Dime algo, Templeton. ¿Por qué idolatras tanto a Fénix?
Agnes bajó la mirada, jugando nerviosa con los dedos.
—No lo idolatro… solo lo admiro —dijo, aunque su tono la delataba—. Leí todos sus informes, vi las grabaciones de sus misiones… cómo sobrevivió a Berlín, cómo protegió a Enid cuando nadie más pudo hacerlo. Es alguien que lo perdió todo, pero aún así sigue luchando.
Marcus asintió, en silencio.
—¿Y por eso lo admiras? —preguntó con voz más suave.
Agnes lo miró con sinceridad.
—Porque quiero creer que alguien puede pasar por el infierno… y seguir siendo humano después.
Marcus la observó un momento más, luego desvió la mirada hacia un cartel que decía “Los políticos son clones programados”.
—Ojalá tengas razón —murmuró—. Porque si no… ninguno de nosotros saldrá de este infierno siendo humano.
Agnes y Marcus entraron en un salón amplio dispuesto como si fuera una charla motivacional. Sillas plegables alineadas, un pequeño escenario con micrófono, luces cálidas y un cartel enorme en el fondo que decía:
“CONOCED LA VERDAD — ELLOS NO QUIEREN QUE LO SEPAS”
Se sentaron en la tercera fila. Poco a poco empezó a llenarse de gente: familias enteras, jóvenes con gorros de aluminio, señores con carteles impresos en casa. Agnes se inclinó hacia Marcus y murmuró:
—Aquí fue donde todo empezó. Helena daba charlas así. Se ganó a miles diciendo exactamente lo que la gente quería escuchar.
Marcus frunció el ceño.
—Temas idiotas, dijiste.
—Más bien… temas desesperados —respondió Agnes.
Justo en ese momento entró un hombre agitando una bandera, con una camisa que decía en letras gigantes:
“HELENA STRAUSS ES LA LUZ DEL MUNDO”
Se sentó en primera fila, con las manos juntas como si esperara al Mesías. A los pocos segundos, música triunfal sonó. Y Helena entró.
Perfectamente vestida. Sonrisa impecable. Movimientos ensayados.
—¡Gracias, gracias de corazón por seguir despiertos! —exclamó al tomar el micrófono—. Los medios siguen intentando ocultar la verdad, pero vosotros sois el verdadero pueblo.
El público explotó en aplausos y gritos de ¡despierta Alemania!
Helena continuó, con un tono casi mesiánico:
—Los gobiernos del mundo están reemplazando a los humanos importantes por hologramas inteligentes.
—Las vacunas están diseñadas para borrar recuerdos específicos y cambiar opiniones políticas.
—Hay manos ocultas que deciden qué sueños tenemos por la noche para controlarnos sin que lo sepamos.
—Y escuchen bien… los vampiros existen, y algunos de ellos ya controlan bancos.
Más aplausos. Gritos de ¡lo sabíamos!.
Marcus la miraba, sin parpadear.
¿Cómo MIERDA esta gente cree esta estupidez?, pensó.
Y luego, lo que lo heló:
—Pero si yo soy elegida presidenta, crearémos un escudo espiritual nacional, una red de protección mental que blindará a cada ciudadano alemán contra la manipulación global.
Más ovaciones. Lágrimas. Fanatismo absoluto.
Marcus exhaló muy despacio.
—Esta mujer no es peligrosa porque miente. Es peligrosa porque la creen.
Helena terminó su discurso con teatralidad absoluta.
—Volveré en treinta minutos con pruebas irrefutables —dijo, levantando una carpeta dorada—. No dejéis que os digan qué pensar. Nos vemos pronto.
Ovación. Gritos. Gente corriendo a buscar lugar para la siguiente charla como si regalasen la salvación eterna.
Y entonces el fan de la camiseta blanca —el de “HELENA STRAUSS ES LA LUZ DEL MUNDO”— se levantó muy serio, sin saludar a nadie, y se escabulló hacia un pasillo lateral prohibido al público.
Agnes tocó el brazo de Marcus.
—Marcus… sigámoslo.
—¿Por qué? —murmuró él, sin moverse aún.
—Porque esos fanáticos enfermos siempre saben más de lo que deberían. Y si Helena confía en alguien… es en los fanáticos más leales. Confía más en ellos que en sus guardias.
Marcus la miró un segundo… y asintió.
Ambos lo siguieron sigilosamente a través de la convención —entre stands de “Europa es controlada por gnomos psíquicos” y exposiciones de *“pruebas científicas de que la luna es sólida y está habitada por reptiles”— hasta que el fan entró en una puerta de servicio a medio terminar.
Cemento fresco. Pasillos sin pintar. Una sala vacía utilizada para materiales.