Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 143: Insurrección-12

CAPÍTULO 143: Insurrección-12

Entraron sin hacer ruido, pegados a la pared. La habitación era un rectángulo desnudo: suelos de hormigón, paredes sin terminar, una luz colgante que parpadeaba. En el centro, la escena que ningún plan había previsto: una docena de hombres arrodillados en fila, cabezas gacha, y al frente, Helena Strauss de pie, impecable, como si presidiera un rito. Su sonrisa, bajo esa luz, parecía más fría que cualquier linterna.

Al verla, Helena alzó la mano y sus dedos señalaron sin asomo de sorpresa hacia Marcus y Agnes.

—¡Vaya! —dijo con esa voz que sabía acomodar las palabras para que dolieran—. ¿Enid Corp? Qué honor tan peculiar en un lugar como este. ¿Y su amiguito el cazador no vino a saludar? —miró hacia la entrada como esperando respuesta que no llegó—. Qué extraño…

Marcus contó con la mirada: doce figuras, una detrás de otra. No había tiempo para valorar opciones. Trece contra dos no era una estadística favorable. Calculó, frío, lo que podían hacer: distancia, barricada, flancos abiertos. Ninguna era buena.

—No tenemos margen —susurró a Agnes con la mandíbula tensada—. Aléjate de la luz, busca cobertura y dispara.

Ella asintió temblando, con la pistola aún húmeda en la mano. La respiración le martillaba el cuello.

Helena cerró los ojos un instante, como en plegaria, y luego habló con voz pausada, ceremoniosa.

—Hoy verán la verdad —anunció—. En nombre de la regeneración, por el futuro que nos pertenece.

Los hombres arrodillados empezaron a moverse. Un gesto sutil y sus cuerpos se contorsionaron: articulaciones que crujían, músculos que se tensaban. En segundos la transformación fue evidente: estaturas que crecían, mandíbulas que cambiaban, uñas que se alargaban. No era humano del todo; era algo más salvaje y más rápido. Lycans, pensó Marcus. Y las estadísticas dejaron de importarle: había que sobrevivir a la primera embestida.

No hubo gritos de orden: un rugido contenía toda la furia. Los primeros se lanzaron como proyectiles.

Marcus disparó sin pensar. El primero cayó con un quejido, la bala encontró el cuello; el segundo vino directo y Marcus lo frenó con otro tiro al pecho; el tercer golpe le dio tiempo a girarse y disparar otra vez, y otro se vino abajo. Tres abajo en segundos que parecieron horas. Había sangre, sí, pero no se detalló: eran impactos necesarios, cruce de supervivencia.

Agnes gritó, se quedó blanca, y sin ritmo ninguno apretó el gatillo: un disparo al aire, otro al techo, uno que dio en una caja de cartón. Sus manos temblaban tanto que la empuñadura se movía. No acertó cuando más hacía falta. Se pegó al suelo detrás de una mesa volcada, las rodillas dobladas, los ojos abiertos de par en par.

Marcus forcejea con un lycan que lo tiene sujeto por el cuello. Agnes, aún temblando, dispara de forma caótica. Una bala impacta de lleno en la pierna de Marcus.

—¡ME CAGO EN—! —grita cayendo al suelo, furioso.

Agnes, al borde del llanto, intenta recargar con manos trémulas.

El lycan que tiene a Marcus abre las fauces para arrancarle el rostro.

BANG

Su cabeza explota como fruta madura.

Fénix entra derribando la puerta de una patada, el marco se astilla como si fuera cartón.

—¿Ya empezaron la fiesta sin mí? —comenta con ironía mientras avanza sin prisa, con la mirada fría.

Los lycans dudan apenas un segundo ante su presencia. Ese segundo es suficiente para que Fénix desenfunde y abra fuego. Bang — bang — bang — bang — bang — sus disparos son limpios, quirúrgicos. Tres caen al instante. Otros dos tratan de flanquearlo. Ni lo logran. Uno recibe un tiro directo bajo la mandíbula. El otro, en el corazón antes de siquiera tocarlo.

—Marcus… ¿de verdad te disparó una pasante? —dice con absoluta seriedad, como si estuviera leyendo un informe contable.

En el suelo queda uno. Segunda fase incompleta. Humano otra vez. Agonizando. Temblando.

Fénix ni lo mira. Camina directo hacia Helena.

Helena ha retrocedido instintivamente contra la pared. Está pálida. El terror en sus ojos ya no es místico. Es animal.

—Tú —dice Fénix sin rodeos—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Helena abre la boca. Tiembla. Apenas puede respirar.

Pero no responde.

Detrás de Fénix, el último lycan se alza con una barra de hierro y la descarga en su cabeza.

CLANG

La barra se deforma como plastilina.

Fénix gira la cabeza. Lentamente. Terriblemente.

Sus ojos no expresan nada.

Atravesar su pecho con la mano es un gesto casual. Como apartar una cortina.

El lycan cae muerto al instante.

Ese único instante de distracción, Helena lo aprovecha para escapar por la puerta trasera. Su talón resbala. No mira atrás.

Fénix ni se mueve.

Solo exhala.

—Típico. —murmura.

El silencio cayó como una losa. El eco de los últimos gritos se fue apagando hasta quedarse solo el goteo de la sangre en el suelo y el zumbido distante de la instalación. Nadie habló durante unos segundos que parecieron una eternidad.

Fénix pegó la culata al muslo y masculló, sin levantar mucho la voz:
—¿Qué carajo pasó? Era una misión sencilla. Y como siempre… se convirtió en masacre.

Marcus, apoyado en una columna con la pierna herida doblada, trató de sentarse como pudo sobre una caja volcada y exhaló, dolor y cansancio mezclados. Miró a Agnes, que había enjugado las lágrimas y temblaba de pie.

—Tuvo que salir mal en cuanto empezaron las transformaciones —dijo Marcus con voz grave—. No era solo un mitin; fue una ceremonia. Tenían que ser muchos y rápido. Nos han sobrepasado por número y fuerza.

Agnes sollozó y se arrodilló un instante para recoger la pistola que se le había caído; su voz no quería salir, pero lo hizo:
—Perdón… lo siento, Marcus. Te disparé… no fue a propósito.

Marcus la miró, entre el enfado y la incredulidad, y soltó un taco suave. Luego respiró hondo y la voz se le ablandó lo justo:
—Está bien. Solo… respira. Si no fue a propósito, no te martirices ahora. No nos sirve.




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