Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 147: Insurrección-16

CAPÍTULO 147: Insurrección-16

Vanessa dio dos golpes con los nudillos en la puerta.

—¿Jefa? ¿Se puede? —dice sin esperar realmente respuesta y entra.

Enid está sentada en su escritorio. Ojeras marcadas. Más pálida de lo normal. Montañas de papeles, un café frío abandonado a un lado. No levanta la mirada hasta un segundo después.

—Vanessa.

—Solo venía por algo rápido —entra como si fuera su casa, con esa máscara de desgana habitual—. ¿Sabes dónde está Fénix? Me debe treinta y cuatro euros del otro día. Me juró que hoy me los pagaba. Ha desaparecido del mapa.

Enid solo frunce el ceño… y de repente se lleva la mano a la boca.

Vanessa parpadea.

—…¿qué?

Enid se levanta demasiado rápido, empuja la silla y prácticamente sale corriendo al baño interior.

Se escucha claramente cómo vomita.

Vanessa la observa desde fuera, levantando una ceja muy despacio.

—…¿resaca, Drakewood? ¿O te han envenenado en algún banquete diplomático?

Enid regresa al cabo de un minuto. Se ha enjuagado la boca. Sigue pálida.

Vuelve a sentarse. Respira algo agitada.

—He comido algo en mal estado.

Vanessa no se lo cree ni un segundo.

Sus ojos bajan. Despacio. Al vientre.

No es enorme… pero definitivamente está más abultado que hace dos días.

Silencio breve.

—…jefa.

Enid levanta la mirada.

Vanessa entrecierra los ojos.

—¿Estás embarazada?

Enid permanece inmóvil durante exactamente dos segundos.

Hasta que finalmente inclina apenas el rostro… y responde, muy bajo:

—Sí.

Vanessa relaja los hombros. No hace escándalo, no grita. Solo sonríe, con un interés FELINAMENTE delicioso.

—¿Y de quién es? —pregunta ya sabiendo la respuesta.

Enid cierra los ojos.

Respira hondo.

—De Fénix.

Vanessa deja escapar un silbido bajo.

—…Maravilloso desastre.

Enid la taladra con la mirada.

—Vanessa. —su voz es un cuchillo—. No se lo digas a nadie. Ni una palabra. Ni siquiera a Fénix. Ni por accidente. ¿Ha quedado claro?

Vanessa alza las manos como si alguien le apuntase con un rifle.

—Tranquila, tranquila. Yo no vendo secretos… los colecciono. Y este, uf… este vale oro.

Enid se recuesta ligeramente. Por un instante parece más frágil de lo que jamás permitiría mostrar.

—Aún no sé cómo voy a manejar esto. Ni cuándo… ni si siquiera debo decírselo a él.

Vanessa se inclina sobre el escritorio, apoyando los codos.

—Le conocemos, jefa. Si lo dudas es porque sientes algo. Si no, ya le habrías arrancado la yugular.

Enid desvía la mirada. Apenas. Como si odiase ser leída tan fácil.

—No quiero que afecte su juicio. No ahora.

—Oh, tranquila, su juicio ya estaba hecho destrozado desde antes —sonríe Vanessa—. Pero igualmente… enhorabuena, supongo.

Enid no responde, pero sus ojos revelan demasiadas cosas a la vez.

Culpa. Dolor. Algo que parece… ilusión enfermiza.

Y miedo.

Vanessa se incorpora y hace un medio saludo informal.

—Me largo. Y tranquila: boca sellada. Fénix jamás sabrá que ahora me debe treinta y cuatro euros… y una sobrina.

Enid la mira helada.

Vanessa guiña un ojo, se gira… y se va como si nada.

Y Enid, completamente sola otra vez… por primera vez en años, siente que su mundo está a punto de cambiar de forma irreversible.

Vanessa se marchó cerrando la puerta con suavidad. En cuanto el silencio se apoderó de la habitación, un leve parpadeo cruzó el espejo. Una voz surgió desde dentro, fría, siseante:

—Felicidades, Enid… ya no necesitamos a Fénix para nada. El testigo ya no importa. Los hijos ya son nuestros. Ese perro puede volver al infierno del que salió.

Enid frunció el ceño, retrocediendo un paso.
—Cállate. No voy a permitirlo. Él no es desechable. Yo… lo amo. No voy a entregarlo.

—¿Amarlo? —la voz se deformó con desprecio—. Eres patética. ¿Desde cuándo una Drakewood se arrastra por un perro? ¿Te crees romántica? ¿Crees que esto es una historia de redención? ¡Él ya cumplió su función!

Enid apretó los puños.
—No es una herramienta. No es un recurso. Es mi compañero, y—

—¡ERES UNA MALDITA IDIOTA! —rugió el reflejo, ahora con ojos distintos—. Siempre tan blanda, tan débil, tan emocional. Por tu culpa Helena nos humilló. Por tu culpa casi lo perdemos todo. ¡Y quieres seguir defendiendo a un puto engendro que ni debería existir!

—¡CÁLLATE! —gritó Enid, temblando—. No voy a condenarle. No pienso traicionarlo. No pienso sacrificarlo como vosotros queréis.

El reflejo sonrió con locura.
—Entonces arderéis juntos. Tú y tu ridículo amor de cuento. Qué irónico… la reina que fue devorada por su propio perro.

Crac.

Enid agarró con fuerza la lámpara de la mesa de noche y la lanzó con toda su rabia contra el espejo.

¡ESTALLIDO SECO. MIL FRAGMENTOS DE SILENCIO.

Y de pronto, nada. Solo respiración. Solo oscuridad. Y ni un sonido más desde el espejo.




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