CAPÍTULO 154: Insurrección-23
El fuego consumía lo que quedaba de la casa mientras el choque entre los dos licántropos hacía temblar el suelo. Fénix y Matthias se golpeaban con una brutalidad casi animal, zarpas contra carne, colmillos contra hueso. Cada impacto dejaba marcas en el suelo ennegrecido, cada rugido hacía eco en la noche.
Matthias lanzó a Fénix contra una pared, pero el Uber Lycan se incorporó rugiendo, con los ojos ardiendo en un tono dorado y salvaje. Se impulsó con una fuerza devastadora y embistió a Matthias, clavándole las garras en el pecho. Ambos atravesaron la pared de la casa y salieron despedidos hacia la calle, entre cascotes y brasas.
Allí, las dos bestias se enfrentaron de nuevo. Los vecinos huían, los coches temblaban por el estruendo, y el asfalto se agrietaba bajo sus pisadas. Matthias lanzó un zarpazo que Fénix esquivó por poco. El Uber Lycan respondió con una embestida que lo derribó, y sin darle respiro, se abalanzó sobre él con furia desatada.
El rugido de Fénix resonó en toda la manzana. Sus fauces se abrieron, brillando con un reflejo metálico bajo la luna. Matthias intentó resistir, pero Fénix hundió sus mandíbulas en su cuello y lo mordió con una fuerza imposible. La sangre brotó a borbotones mientras el cuerpo del enemigo se estremecía. Fénix apretó con más fuerza, desgarrando la yugular hasta que el rugido de Matthias se extinguió en un gorgoteo.
El Uber Lycan levantó la cabeza, jadeando, con los colmillos cubiertos de sangre. Pero en ese instante, algo extraño ocurrió. La sangre de Matthias tenía un sabor distinto… amargo, denso, vivo. Una oleada de imágenes invadió la mente de Fénix: recuerdos, rostros, órdenes, documentos… Matthias de niño, su entrenamiento con Helena, las misiones secretas, los experimentos de la División Strauss…
Y luego lo vio todo.
Los laboratorios subterráneos, los planos del “Proyecto Rebirth”, el verdadero propósito del suero Uber Lycan, las coordenadas del siguiente operativo y… la figura de Helena Strauss, observando desde su cámara de contención, dando órdenes.
Fénix se separó del cuerpo sin vida, respirando con dificultad. Su mente ardía.
Ahora sabía quiénes eran realmente sus enemigos. Y lo que venía, sería mucho más que una simple venganza.
Agnes se acercó despacio, con el corazón latiéndole con fuerza. El aire olía a hierro y humo; las llamas seguían devorando lo que quedaba de la casa mientras el cuerpo de Matthias yacía inmóvil en mitad de la calle. Frente a ella, la enorme figura del Uber Lycan respiraba con fuerza, el pecho subiendo y bajando como una fragua viva.
—Fénix… —susurró con voz temblorosa.
El monstruo no respondió. Solo giró lentamente la cabeza hacia ella. Sus ojos rojos brillaban en la oscuridad, salvajes, inhumanos… pero había algo distinto en ellos: no era rabia, sino una sombra de duda, de lucha interna. Agnes dio un paso más, tragando saliva.
—¿Eres tú… verdad? —dijo en voz baja—. Dime que todavía estás ahí dentro, que no te he perdido también.
El Uber Lycan gruñó levemente, un sonido profundo que retumbó en el suelo. Agnes se detuvo por instinto, pero no retrocedió. Observó cómo las enormes orejas del licántropo se echaban hacia atrás, y su cabeza se inclinaba lentamente, como un animal domado que recordaba a quien tenía delante.
—Fénix… —murmuró ella, acercándose hasta quedar frente a su pecho cubierto de sangre y humo—. Sé que puedes oírme. No importa si no puedes hablar… sé que sigues siendo tú.
Agnes levantó la mano, temblando, y la apoyó en la cabeza del licántropo. El calor que desprendía era abrumador, pero no apartó la mano.
—Te prometí que no te dejaría solo. Y no lo haré, ¿me oyes? —dijo con firmeza, aunque la voz se le quebraba—. No me importa cómo te veas, ni lo que hayas hecho… mientras sigas respirando, mientras sigas peleando, eso basta para mí.
El Uber Lycan exhaló un gruñido grave, casi un suspiro. Bajó más la cabeza, permitiendo que ella lo acariciara. Su respiración se volvió más lenta, más controlada.
—Vas a volver —susurró Agnes, con lágrimas en los ojos—. Lo sé. Vas a volver, Fénix… y cuando lo hagas, te voy a gritar por todo esto, ¿vale? Pero por ahora… solo quédate conmigo.
El licántropo cerró los ojos un momento, y aunque no podía responder con palabras, un leve movimiento de su cuerpo, casi imperceptible, le dijo a Agnes todo lo que necesitaba saber: Fénix seguía ahí, resistiendo dentro del monstruo.
Horas más tarde, la habitación del hotel estaba envuelta en un silencio tenso. El vapor escapaba por la rendija del baño mientras Fénix se duchaba, dejando que el agua helada le corriera por la piel. Cada gota parecía arrastrar el peso del combate, el rugido del fuego y los recuerdos ajenos que aún resonaban en su mente.
En el sofá, Marcus estaba sentado con el torso vendado, mirando la televisión sin prestar atención. A su lado, Agnes sostenía una libreta y repasaba todo lo que Fénix les había contado con voz seria.
—Entonces, según lo que viste en los recuerdos de Matthias… —empezó, bajando la mirada hacia sus apuntes— Helena no solo está viva, sino que planea aliarse con Viktor. Y lo más grave: quiere convencer a Enid para que se una a ellos.
Marcus resopló con amargura.
—Eso no va a acabar bien. Si Enid llega a creerles, se nos acaba el juego.
Agnes asintió.
—Por eso debemos actuar rápido. El evento de esta noche es nuestra única oportunidad. Enid va a asistir a una gala benéfica en el Palacio de la Ópera de Múnich.
El ruido del agua cesó. Se escuchó el sonido del vidrio al correr la mampara, y unos instantes después, el leve chasquido de una cremallera.
La puerta del baño se abrió, dejando salir una corriente de vapor. Fénix apareció con una toalla al cuello, el cabello aún húmedo. Su cuerpo mostraba las cicatrices recientes del combate, pero su expresión era fría, decidida.
—Así que la gala es en el Palacio de la Ópera —dijo mientras tomaba la camisa negra que reposaba sobre la cama—. Perfecto. No hay mejor sitio para un desastre con etiqueta.