CAPÍTULO 155: Insurrección-24
El Palacio de la Ópera de Múnich resplandecía bajo las luces doradas del atardecer. Limosinas y coches de lujo se detenían frente a la alfombra roja, mientras fotógrafos y periodistas se agolpaban tras las vallas para captar a cada figura importante que descendía de los vehículos. Políticos, empresarios y celebridades alemanas acudían al evento benéfico, una gala que mezclaba arte, poder e hipocresía con el perfume caro del éxito.
Dentro, la orquesta afinaba sus instrumentos mientras los invitados tomaban copas de champán y charlaban sobre inversiones, cultura y política internacional. Todo parecía brillar. Todo, excepto la mirada de Enid Drakewood.
Su limusina negra se detuvo frente al palacio. El chófer bajó enseguida para abrir la puerta, y Enid salió con la elegancia habitual: un vestido largo de seda azul oscuro, joyas discretas pero innegablemente costosas, y ese aire de autoridad que hacía que la multitud se apartara sin que ella dijera una palabra.
Cruzó la alfombra roja entre flashes, sonriendo con esa perfección entrenada que tanto irritaba a sus rivales. Pero en cuanto la puerta principal se cerró tras ella y la música de la gala comenzó a envolver el vestíbulo, un sonido distinto rompió su calma: su teléfono vibró dentro de su bolso.
Con un gesto leve, se apartó a un rincón del vestíbulo, lejos de las miradas. Abrió el bolso y sacó el móvil. La pantalla mostraba un nombre que no veía desde hacía semanas: Fénix.
Un mensaje perdido. Largo. Dudó unos segundos antes de abrirlo.
Al hacerlo, sus ojos se movieron lentamente de una línea a otra, sin cambiar de expresión.
“Enid… sé que probablemente borrarás esto. No te culpo.
Pero necesito decirlo.
Lamento todo lo que ha pasado, cada palabra que dije, cada decisión estúpida que nos separó.
No escribo para justificarme, sino porque no puedo seguir callando.
No quiero pelear contigo. No quiero verte como una enemiga.
Lo que hicimos juntos… lo que construimos, significó más de lo que te imaginas.
Y sí, me rompe el alma que estemos separados.
Si las cosas hubieran sido distintas, quizá hoy estaría a tu lado, viéndote sonreír en esa gala.
Pero el destino quiso otra cosa.
Aun así, espero que estés bien.
—F.”
Enid mantuvo la mirada fija en la pantalla unos segundos más. Su rostro seguía imperturbable, pero en sus ojos había un brillo distinto, una emoción contenida que intentaba esconder bajo capas de orgullo.
Finalmente, suspiró con sutileza. Bloqueó el móvil y lo guardó en el bolso con la misma calma con la que solía dar órdenes en la sala de juntas.
—No esta noche… —murmuró casi para sí.
Enderezó la espalda, recuperó su expresión serena y avanzó hacia el salón principal del palacio, donde las luces se atenuaban y el telón comenzaba a subir.
Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, su mente no estaba en la música ni en los negocios.
Estaba en aquel mensaje.
En él.
Las luces del Palacio de la Ópera comenzaron a atenuarse lentamente. Un murmullo elegante recorrió la sala principal mientras la orquesta se preparaba en el foso. Los asistentes, vestidos con trajes impecables y joyas deslumbrantes, ocupaban sus asientos de terciopelo rojo. El aire olía a perfume caro y a expectación.
Enid ya estaba sentada en la tercera fila, con el programa de la ópera entre las manos, fingiendo interés en la sinopsis. Su mente, sin embargo, seguía atrapada en el mensaje que había leído horas antes. Intentaba concentrarse en la función, pero algo dentro de ella no dejaba de dar vueltas.
De pronto, una voz familiar, grave y tranquila, sonó a su lado:
—¿Este asiento está ocupado?
Enid levantó la vista. Su expresión se congeló durante un segundo. Frente a ella, de pie, estaba Fénix, vestido con un traje negro impecable, la corbata ajustada y esa media sonrisa que solía irritarla y tranquilizarla al mismo tiempo.
—¿Fénix? —susurró, casi sin creerlo.
—En persona —respondió él, con una sonrisa ladeada mientras se acomodaba la chaqueta—. ¿Puedo? Prometo no hacer ruido durante la función.
Enid no contestó, simplemente lo observó con una mezcla de asombro y desconfianza. Finalmente asintió con un leve movimiento de cabeza.
Fénix se sentó a su lado. El murmullo de la sala se desvaneció poco a poco mientras el director levantaba la batuta, pero entre ambos, el silencio era denso, cargado de todo lo no dicho.
—No pensé que vendrías a un evento como este —comentó él, con un tono ligero—. La última vez que te vi, los teatros no estaban precisamente en tu lista de prioridades.
—No lo están —respondió Enid con voz baja, sin mirarlo—. Pero a veces hay que mantener las apariencias.
—Sí, lo sé —dijo Fénix, mirando hacia el escenario, donde los músicos comenzaban a tocar—. Yo también he estado haciendo eso últimamente. Mantener apariencias… sobrevivir.
Enid giró el rostro hacia él.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó, conteniendo la emoción con elegancia—. ¿Qué has estado haciendo, Fénix?
Él soltó una breve risa, seca, sin alegría.
—¿Quieres la versión corta o la que incluye explosiones y casi morir tres veces?
—Sorpréndeme —dijo ella, cruzando las piernas.
Fénix se inclinó ligeramente hacia ella, bajando la voz.
—Estuve en el infierno, más o menos literalmente. Marcus y yo sobrevivimos a una emboscada en el zoológico de Hellabrunn. Helena está viva… aunque no por mucho tiempo.
—¿Helena Strauss? —susurró Enid, conteniendo la sorpresa.
—Sí. Y tiene un nuevo juguete llamado Bruno, un tipo que parece sacado de una pesadilla. También tuvimos una visita de Matthias. No terminó bien… para él.
—¿Y Agnes? —preguntó Enid con un tono más suave.
—Está bien. Gracias a ella sigo respirando —respondió Fénix con sinceridad—. Consiguió el suero Uber Lycan para mí. Fue un milagro que no la descubrieras.