Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 157: Insurrección-26

CAPÍTULO 157: Insurrección-26

El Uber Lycan tensó los músculos y, en un latido, se lanzó hacia adelante como un misil viviente. Bruno, sin inmutarse, clavó los pies en la grava, giró con la agilidad de un gato de combate y evitó el primer embiste con una elegancia cruel. La bestia pasó junto a él, tomó impulso para volver y lo encontró esperándole con los puños listos.

—Vamos, demonio —gruñó Bruno, saliendo al encuentro con una velocidad fría—. Enséñame si realmente eres lo que dicen.

El choque fue brutal. Zarpa contra brazo, hueso contra hueso. El Uber Lycan consiguió, con una mano inmensa, atraparlo por el torso en un intento de estrangulamiento; Bruno pataleó, mordió el aire, buscó apoyo en la lápida más cercana. Con un movimiento salvaje, la criatura lo alzó y lo lanzó como si fuese un muñeco contra un montón de tumbas. Las losas saltaron, la tierra voló y Bruno estrelló su cuerpo contra mármol y tierra con un ruido seco que hizo eco entre los cipreses.

El impacto lo dejó tambaleando, pero no derrotado. De su boca escapó una risita amarga que pronto se transformó en un gruñido. Sus manos se cerraron, los tendones del cuello se tensaron, y una fiebre interna comenzó a recorrerle el cuerpo. La piel se le tensó, la mandíbula crujió y la figura de Bruno empezó a alargarse y encogerse a la vez: los músculos se hincharon, la espalda se curvó y un pelaje oscuro brotó en parches por sus brazos.

—¿Otra perversión más? —siseó Bruno mientras la transformación le torcía la voz—. ¡Pues muy bien!

En pocos segundos, aquello que había sido humano dejó paso a un canino gigantesco de aspecto feroz, un lycan similar en estatura al Uber Lycan, pero con una ferocidad distinta: más rabia, menos técnica. Ahora sí, la pelea se volvió un pulso pareja, inevitable.

Ambos saltaron como dos sombras enloquecidas. Garras que cortaban el aire, zarpazos que partían raíces, colmillos que se buscaban mayor cercanía. La diferencia de fuerza seguía existiendo, pero Bruno había ganado en furia y resistencia; dejó de ser un blanco y se transformó en un rival que mordía cada oportunidad.

El combate se volvió danza y tormenta. Cada golpe abría un cráter en la tierra; cada mordisco arrancaba un gemido; cada zarpazo dejaba marcas en la piedra de las lápidas que volvían a plegarse como si el cementerio hubiera sido diseñado para la violencia. Por un momento, los dos gigantes se separaron, jadeando, observándose el uno al otro con la antigua inteligencia humana todavía visible en la furia animal.

Bruno escupió sangre y arqueó la espalda; el Uber Lycan, con la mandíbula sangrando un poco por los encuentros anteriores, se plantó firme y avanzó con un paso que hacía temblar el suelo.

Bruno entrecerró los ojos, gruñendo. Se agachó un instante, hundió las garras en la tierra húmeda y, con un rápido movimiento, levantó una nube de polvo y tierra que cegó al Uber Lycan por un segundo. Aprovechando la distracción, se lanzó hacia él con toda su fuerza y hundió sus fauces en el bíceps enemigo. El sonido fue nauseabundo: carne desgarrada, hueso fracturado, un rugido que cortó el aire. Bruno arrancó una enorme porción de músculo, dejando el brazo del Uber Lycan colgando por apenas algunos hilos de tejido.

El monstruo rugió, giró el torso y, antes de que Bruno pudiera retirarse, lo mordió brutalmente en el trapecio. La presión fue tan fuerte que la sangre brotó como una fuente oscura, y ambos cayeron separados, jadeando, tambaleándose sobre el suelo lleno de tumbas destrozadas.

Bruno levantó la mirada, la respiración pesada, la mente consumida por el dolor y la rabia.

(“¿Esto es lo que se siente ser débil…?”) pensó, con un hilo de orgullo quebrado dentro de sí.
(“Durante años me entrené para ser el más fuerte… para ser el elegido… y aun así, ese monstruo impuro me supera… su instinto, su fuerza, su maldita resistencia. Helena mintió… la pureza no significa nada.”)

Sus garras se clavaron en la tierra. Su cuerpo temblaba, pero sus ojos seguían ardiendo. Frente a él, el Uber Lycan volvió a alzar la cabeza, la sangre chorreando del brazo colgante, y ambos, aún con las heridas abiertas, se prepararon para lanzarse una vez más.
El cementerio se llenó de gruñidos, de respiraciones salvajes y del eco metálico de la violencia.




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