Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 158: Insurrección-27

CAPÍTULO 158: Insurrección-27

Año 1902 – Red Hollow

En aquel tiempo, Red Hollow era un paraje perdido entre bosques eternos, donde la niebla cubría los árboles y el aire olía a hierro y resina. Allí vivía Bruno, hijo del líder de la tribu de licántropos. Desde que tenía memoria, su vida había girado en torno al honor, la caza y el legado. Le habían enseñado que un día él sería Bruno de los Lycan, el nuevo alfa, el guardián de su gente y de las antiguas leyes que mantenían el equilibrio entre hombre y bestia.

A pesar de la rudeza de la vida, Bruno era feliz. Conocía cada sendero, cada río helado y cada rostro de su clan. Amaba la sensación de correr bajo la luna, libre, con el corazón latiendo a la par de los suyos. Había propósito, había orgullo. Todo parecía tener un sentido.

Pero el mundo cambió. El ejército de Marius llegó a Red Hollow con promesas de poder, de gloria, de una nueva era para los suyos. La mayoría de los guerreros de la tribu, seducidos por la idea de formar parte de un ejército que “unificaría a todos los lycan bajo un solo estandarte”, se arrodillaron ante él. Incluso el padre de Bruno lo hizo, creyendo que era el destino de su raza.

Bruno se opuso. Creía que su tribu no debía servir a nadie, que su fuerza era suya y de nadie más. Pero su voz quedó ahogada entre los rugidos de los que ansiaban guerra. En cuestión de días, Red Hollow quedó vacía. Las hogueras se apagaron, los cánticos de luna se silenciaron y los aullidos nocturnos se convirtieron en ecos lejanos.

Cuando el ejército de Marius partió, Bruno se quedó atrás. Solo. Sin tribu, sin padre, sin propósito.
Desde entonces, vagó entre ruinas y bosques, con el peso de un linaje roto sobre sus hombros.

Esa fue la noche en la que dejó de ser Bruno de los Lycan y se convirtió simplemente en Bruno, el guerrero sin manada, el que sobrevivió cuando todos eligieron servir.

Bruno, en su forma lycan, se abalanzó de nuevo con una ferocidad que ya no tenía nada de contenida. Sus garras chocaron contra las defensas del Uber Lycan, una y otra vez, hasta que finalmente consiguió romper su guardia. Con un movimiento rápido, trazó un tajo profundo en la cara del monstruo, abriéndole la piel desde el pómulo hasta el hocico. La sangre oscura salpicó la tierra.

Pero el Uber Lycan no cayó. Con un rugido gutural, hundió sus garras en el abdomen de Bruno, atravesando músculo y piel, desgarrándole una parte del vientre. El dolor era insoportable, pero Bruno no retrocedió. Dejó que su instinto lo guiara. Con la mandíbula abierta en un aullido silencioso, se lanzó al cuello de su enemigo y clavó los colmillos directamente en su yugular.

El Uber Lycan trató de zafarse, pero ya era tarde. Bruno arrancó un pedazo de carne y venas, y el rival empezó a escupir sangre, cayendo de rodillas antes de desplomarse por completo. Su respiración se volvió un gorgoteo agónico.

Bruno se apartó, tambaleante, respirando con dificultad. Su cuerpo comenzó a reducirse, y en cuestión de segundos volvió a su forma humana, desnudo, cubierto de barro, sangre y sudor. Sujetaba su abdomen herido, pero aun así dio unos pasos hacia el cuerpo derrotado.

—Te detesto —le dijo entre dientes, con rabia contenida, con toda la historia de su sangre ardiendo en su voz.

Sin dudar, hundió la mano en el torso del Uber Lycan, separó costillas y carne, hasta rodear algo caliente y palpitante. Tiró con fuerza. El corazón salió aún latiendo, grotesco, cubierto de sangre negra.

Bruno lo apretó en su puño. El órgano estalló en una lluvia de sangre y tejido.

El campo quedó en silencio.
El rival yacía muerto.
Y Bruno, jadeando, herido, creyó que al fin había ganado.

Bruno se mantuvo de pie apenas unos segundos más, respirando con dificultad, convencido de que por fin había puesto fin a su tormento. Pero entonces sintió algo. Un escalofrío. Una presencia. Giró lentamente la cabeza.

Fénix estaba allí. A solo unos metros. De pie, tranquilo, sin rastro de agotamiento. Sus ojos rojos lo observaban con una calma casi cruel. En sus manos, sostenía una barra de plata pulida, larga y mortal.

Bruno apenas tuvo tiempo de reaccionar.

Fénix se movió con una velocidad letal.

La barra de plata atravesó su pecho con un sonido húmedo, perforando piel, músculo, hueso, hasta hundirse de lleno en su corazón. El dolor fue instantáneo, abrasador, como fuego líquido quemando desde dentro. Bruno cayó de rodillas, escupiendo sangre, mientras el metal ardía como lava sagrada dentro de su cuerpo.

—En realidad —dijo Fénix, con voz baja— el plan fue sencillo.

Se agachó un poco, mirándolo a los ojos, mientras Bruno temblaba.

—Solo tuve que inyectar a otro sujeto con el suero Uber Lycan... y dejar que tú lo mataras por mí. Yo solo tuve que esperar el momento adecuado.

Bruno escupió sangre oscura en la tierra.

—Hijo… de… perra…

Fénix ladeó una sonrisa amarga, casi sin emoción.

—Fuiste una molestia durante demasiado tiempo —dijo—. Pero al final… el alfa siempre gana.

Sacó su Matilda. El metal brilló bajo la luz tenue del cementerio. El cañón se apoyó con precisión en la frente de Bruno, tembloroso, derrotado, agonizando mientras la plata devoraba su corazón desde dentro.

—Últimas palabras.

Bruno levantó la cabeza con dificultad, la sangre resbalando por su mentón, sus ojos llenos de un brillo febril. Se echó a reír. Una risa rota, ronca, pero cargada de desprecio.

—Mírate… —dijo entre resuellos—. El gran Fénix. El lobo alfa. El monstruo imparable…

Escupió sangre a un lado, sin dejar de sonreír.

—Pero al final… solo eres un perro. Un perro bien entrenado… que mueve la cola cuando su ama se lo ordena.

Fénix no se movió. No reaccionó. Solo escuchó.

—Enid te silba… y tú corres. Te mira… y tú caes de rodillas. Eres fuerte, sí… pero sin voluntad propia. Sin orgullo. Un arma con sentimientos prestados.




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