CAPÍTULO 160: Insurrección-29
Enid y Helena se alzaron otra vez, tambaleándose, las dos cubiertas de cortes, polvo y sangre. No quedaba elegancia en sus movimientos, solo pura resistencia.
Enid cargó primero, con un grito ahogado, y le propinó un cabezazo brutal a Helena. El impacto resonó. Helena retrocedió un paso, pero Enid también quedó aturdida, la vista borrosa, el mundo girando.
Helena se aprovechó del titubeo. La empujó con toda su fuerza.
Enid atravesó una pared de cristal interno, cayendo al otro lado entre fragmentos y polvo. Helena entró tras ella cojeando, respirando con dificultad, pero feroz.
Ambas cayeron por un desnivel, golpeando contra el suelo pulido.
Habían llegado al lobby de Enid Corp.
Helena no dudó. Se subió encima de Enid y empezó a golpearla sin descanso, puños cerrados, uno tras otro, directos al rostro, al abdomen, al pecho. Enid intentaba cubrirse, pero ya casi no tenía fuerzas. La sangre le bajaba desde la ceja, el labio partido, la respiración rota.
Helena apoyó una mano en su cara, empujándola contra el suelo.
—Al final… todo lo que construiste… se acaba aquí.
Pero en ese instante, Enid abrió la boca y mordió con fuerza. Los dientes se hundieron en la carne, arrancando dos dedos de la mano de Helena de un tirón. Helena gritó, retrocediendo, tambaleándose.
Enid, apenas consciente, vio un trozo de madera entre los restos de una mesa rota. Lo tomó con ambas manos, temblando, y con el último aliento lo clavó en el pecho de Helena.
El impacto fue certero. Helena se quedó rígida. Miró abajo, luego a Enid.
—Tú… no… mereces… a Fénix…
Pero las palabras se ahogaron. Su cuerpo perdió fuerza, se desplomó hacia atrás, sin vida.
Enid intentó incorporarse, pero el mundo se volvió negro, y cayó inconsciente justo al lado del cadáver.
Horas después, Enid abrió los ojos en la habitación blanca del hospital. La luz era tenue, y el sonido lejano de los monitores marcaba un ritmo constante. Intentó incorporarse, pero un dolor punzante le recorrió el cuerpo. Aun así, estaba viva.
El doctor entró en la sala, revisando una tabla mientras se acercaba a ella.
—Vaya —dijo con una mezcla de sorpresa y respeto—. Usted es un caso único. Sobrevivió, y bastante bien, considerando lo que pasó. Sus heridas se están regenerando a una velocidad impresionante.
Enid respiró hondo, consciente del vendaje en su abdomen, del cansancio que pesaba en sus huesos, pero con la mente enfocada en una sola pregunta.
—¿Y... mi embarazo?
El doctor se detuvo, levantó la vista y sonrió.
—Los gemelos están en perfectas condiciones. Sobrevivieron. No hay daño alguno.
Enid cerró los ojos, dejando escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo. Su cuerpo temblaba, no de debilidad, sino de alivio. Había luchado, había sangrado, y había vencido… y no estaba sola.
No esta vez.
En ese momento, el doctor miró hacia la puerta.
—Parece que tiene visita. Le dejo descansar —dijo con un leve gesto, saliendo de la habitación.
La puerta se abrió despacio, y Fénix entró sosteniendo un ramo de claveles rojos y blancos. Se detuvo un instante al verla despierta, una expresión de alivio y cansancio cruzando su rostro.
—Vaya —murmuró—. Sigues teniendo esa mala costumbre de sobrevivir a todo.
Enid lo miró con una media sonrisa, agotada, pero viva.
—Y tú sigues teniendo esa mala costumbre de llegar tarde.
Fénix dejó las flores en la mesa junto a la cama. Ella las observó con atención, tocando los pétalos con cuidado.
—Claveles… —susurró—. Son mis favoritos.
—Lo sé —respondió él, bajando la mirada un momento—. O al menos... lo recordé a tiempo.
Se quedó en silencio unos segundos, respirando hondo.
—Enid... perdón. Tendría que haber estado aquí. Tendría que haber evitado todo esto. Pero mínimo… ahora se acabó. Estamos en paz otra vez.
Ella alzó la mano, débil pero firme, y tocó la suya.
—No llegaste a tiempo. Pero llegaste. Eso basta.
Fénix arrastró una silla hasta el borde de la cama y se sentó, sin soltarle la mano. Ella lo miró de reojo, todavía con señales de cansancio en el rostro, pero más tranquila que en mucho tiempo.
—Nunca pensé que acabaría así —murmuró Enid—. Helena Strauss… si alguien me lo hubiera dicho hace dos años, me habría reído.
—Supongo que ya no quedan sorpresas en este mundo —respondió Fénix, con un tono irónico cansado—. O las que quedan, duelen.
Ella soltó una leve exhalación, casi una risa débil.
—Gracias… —dijo, más seria—. Por estar aquí. En el peor momento. Cuando todo se derrumbaba.
Fénix inclinó ligeramente la cabeza.
—No pienso irme. No esta vez.
Enid miró hacia la ventana, pensativa, como si por fin pudiera permitirse imaginar el futuro.
—Ahora que tenemos las pruebas, el nombre de Helena va a quedar manchado para siempre. Ya no podrán usar su reputación. Viktor y Darem van a caer con ella. Serán vinculados. Investigados. Enjuiciados.
Fénix asintió.
—Y esta vez, no podrán comprar su salida. No podrán esconderse.
Ella volvió a mirarlo, con una mezcla de alivio y cansancio.
—Lo conseguimos. Menuda ironía… hubo que llegar al fondo para limpiar todo.
Fénix se recargó contra el respaldo, dejando caer los hombros.
—Bueno… ahora solo toca lo difícil.
Enid arqueó una ceja.
—¿Más difícil que casi morir?
—Vivir —respondió él, mirándola con un gesto sincero—. Pero contigo, no suena tan mal.