Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 161: Insurrección-30

CAPÍTULO 161: Insurrección-30

Un silencio absoluto reinaba en aquel espacio blanco, infinito, sin suelo ni cielo. Solo una neblina suave, inmóvil, como si el tiempo hubiese dejado de existir. En medio de esa nada, Bruno estaba sentado, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en ninguna parte.

No sabía cuánto llevaba allí. No sabía si respiraba, si tenía peso, si su cuerpo era real o un recuerdo.

De pronto, pasos.

Un eco suave que no debería existir en un lugar sin sonido.

Bruno alzó la vista.

Helena Strauss caminaba hacia él, con el mismo porte elegante de siempre, pero sin la dureza en los ojos. Allí no había máscaras, ni planes, ni ambición. Solo una mujer que había perdido demasiado.

Cuando estuvo cerca, se detuvo y lo observó.

—Parece que al final llegamos al mismo sitio —murmuró Helena.

Bruno soltó una media sonrisa cansada.

—Supongo que sí. Nada mal para dos desastres, ¿no?

Ella bajó la mirada, respirando hondo, como si reunir valor todavía fuese difícil incluso más allá de la vida.

—Bruno… —dijo al fin—. Lo siento. Te prometí un lugar, un propósito… y nunca pude cumplirlo. Te utilicé. Te empujé hacia algo que ni tú entendías del todo.

Bruno negó suavemente con la cabeza.

—Yo también tengo que pedir perdón. Intenté ser lo que necesitabas. Intenté ser tu arma. Tu aliado. Lo que fuese. Pero nunca pude… —tragó saliva, con una honestidad que nunca había mostrado en vida—. Nunca pude sustituir a Fénix en tu historia.

Helena parpadeó, sorprendida por su claridad. Después, un hilo de melancolía apareció en su expresión.

—Y yo… tampoco pude reemplazar a Enid en la tuya.

Bruno dejó escapar una risa leve, triste.

—Éramos dos personas perdidas intentando encajar en los huecos que otros dejaron.

Helena también rió muy suavemente, como si fuese la primera vez que lo hacía con sinceridad.

—Aun así… —dijo ella, mirándolo a los ojos—. No estuvo tan mal, ¿verdad?

Bruno sonrió, más cálido que nunca.

—No. Para nada. Supongo que fue… lo que tenía que ser.

Un silencio tranquilo los envolvió. No había dolor, rencor ni odio. Solo aceptación.

Helena dio un paso más, ya sin miedo.

—Ojalá en la próxima vida volvamos a encontrarnos… sin mentiras. Sin cargas.

Bruno asintió.

—Sería bonito.

Una luz blanca comenzó a nacer detrás de ellos, suave al principio, luego más intensa, rodeándolos como un abrazo. No quemaba. No cegaba. Solo invitaba.

Ambos dieron un último vistazo al otro, en paz por primera vez.

Y juntos, dejaron que la luz los envolviera.

Semanas despues...

El calendario susurró en voz baja,
las hojas cayeron una tras otra,
y, sin darnos cuenta, llegaron semanas nuevas,
días suaves, noches tranquilas,
hasta que diciembre apareció en el horizonte,
como una promesa encendida de luz.

La Navidad llegó sin prisa,
pero con la certeza de quien siempre vuelve.
Trazó destellos en las ventanas,
calidez en los pasillos,
esperanza en los corazones cansados.

Las heridas que ayer ardían,
hoy son apenas un recuerdo lejano,
cicatrices que cuentan historias,
pero que ya no duelen al tocarlas.

Las risas volvieron a llenar las habitaciones,
los pasos suenan más ligeros,
el aire huele a hogar,
a dulces, a fuego encendido,
a paz.

Fénix respira en calma,
Enid duerme sin sombras,
los amigos se reúnen sin miedo,
y hasta los ausentes,
se sienten cerca en esta estación de luces.

Todo parece en equilibrio,
como si el mundo, por fin,
hubiera encontrado su compás.

Las calles se tiñen de rojo, verde y plata,
y cada noche las estrellas cantan,
un villancico sin palabras,
pero lleno de significado.

Porque diciembre llegó,
y con él un abrazo largo,
un momento de tregua,
una promesa silenciosa:
la de seguir adelante,
la de no olvidar,
pero también la de sanar.

Y así, bajo el cielo invernal,
entre copos de nieve o luces colgantes,
todos están bien.
Todos están en paz.
Y por primera vez en mucho tiempo…
todo está bien.




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