CAPÍTULO 163: Insurrección-32 FIN
Tribunal Federal de los Estados Unidos – Distrito Sur de Nueva York
15 de diciembre del año 2000
Una mañana fría, gris y solemne se cernía sobre Manhattan.
El exterior del juzgado estaba rodeado de periodistas, cámaras y policías federales. La expectación era máxima: el juicio contra Viktor Koval y Darem Sentinel, los responsables del incidente de Berlín del 31 de octubre, estaba a punto de comenzar.
Dentro del edificio, los pasillos estaban llenos de movimiento: abogados repasando carpetas, oficiales ajustándose los auriculares, asistentes preparando las bancadas. Se respiraba tensión en cada rincón.
Cuando las grandes puertas de madera se abrieron, entró el equipo de Enid Corp.
Enid caminó al frente, con gesto firme y elegante a pesar de las secuelas físicas recientes. Detrás iban Marcus, Vannesa, Lucian y Fénix, vestido de forma impecable, aunque su postura seguía recordando a un depredador controlado.
Al entrar en la sala del tribunal, todos los murmullos cesaron.
En el área de los acusados estaban Viktor y Darem, esposados, escoltados por agentes federales.
Darem levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Fénix.
Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro.
—Ha pasado mucho tiempo… Uber Lycan —murmuró, lo suficientemente alto para que solo él lo oyera.
Fénix sintió ese viejo instinto encenderse en su pecho, como si cada fibra de su cuerpo quisiera atravesar la sala y arrancarle la garganta a ese hombre. Pero respiró hondo y apretó la mandíbula.
No estaba allí para empezar una guerra. No en ese lugar. No en ese momento.
Enid, sin girarse siquiera, dijo en voz baja:
—Fénix… mantén la calma.
Él asintió.
—Lo sé. Tranquila.
Cada uno tomó asiento: el equipo de Enid Corp en la fila destinada a los testigos, los abogados en su mesa, y los acusados escoltados al frente.
El juez entró.
El martillo golpeó.
La sesión comenzaba.
Y el destino de Viktor y Darem estaba a punto de decidirse.
El juicio llevaba ya más de una hora.
Los abogados presentaban pruebas, el juez escuchaba con atención y el jurado tomaba notas sin descanso. Era un proceso técnico, denso, pero necesario para sentenciar al CEO de Antigen y al último heredero directo de la familia Strauss.
Fénix, sentado junto a Enid, no apartaba la mirada de Darem.
Marcus observaba alerta cada movimiento.
Lucian mantenía la respiración sin darse cuenta.
Todo parecía avanzar según lo esperado…
Hasta que Viktor levantó la mano.
—Señoría… —dijo con una calma escalofriante—. Solicito la palabra.
El juez, sorprendido pero respetando el reglamento, asintió.
Viktor se puso de pie.
Su traje de prisión parecía quedarle demasiado pequeño para la arrogancia que emanaba.
—Hoy es un gran día —empezó—. No para mí… sino para todos. Porque, después de tanto tiempo, por fin ha llegado el momento en que todo volverá a ser como antes.
Un murmullo inquieto recorrió la sala.
—¿A qué demonios se refiere? —preguntó una de las fiscales.
Viktor sonrió.
—A la culminación de mi obra. De nuestro legado. De aquello que empezó mucho antes de que ustedes nacieran.
—Se inclinó hacia delante—. Señoras, señores… ha llegado el día. El Crisol del Caos.
La palabra quedó suspendida en el aire, como un disparo.
—La cúspide de la guerra entre humanos y monstruos.
La misma que vivimos en la Era Umbra.
Fénix sintió un escalofrío.
Ese término… solo lo había visto en fragmentos de memoria ajena, en antiguos relatos lycan.
—Si aún no lo comprenden… —continuó Viktor— les daré una pista.
Miren por las ventanas.
Todos se giraron.
Y entonces estallaron los gritos.
El cielo estaba rojo.
Un velo de energía carmesí extendiéndose sobre Nueva York, como si alguien hubiera desgarrado el firmamento.
Una aurora anómala, enfermiza, cubriendo el horizonte.
El juez se levantó de golpe.
—¡¿Qué es esto?! ¡Oficiales, cierren las corti—
Chasquido.
Un solo chasquido de dedos.
Y los dos guardias federales junto a Viktor cayeron desplomados al instante, con el cuello partido de forma antinatural, como si una fuerza invisible los hubiera retorcido.
La sala estalló en pánico.
Gritos.
Sillas cayendo.
Papeles volando.
Gente corriendo hacia las salidas.
Enid dio un paso atrás instintivamente.
Marcus se puso delante de ella.
Y Fénix…
Fénix ya tenía su Matilda desenfundada, apuntando directamente a la cabeza de Darem.
El paladin, mostro los dientes.
Viktor ladeó la cabeza, observando a Fénix como quien contempla una obra de arte inacabada.
—Sabía que no defraudarías… —murmuró—. Te he subestimado demasiadas veces, Uber Lycan.
El rojo del cielo se reflejaba en sus ojos.
—Espero mucho de ti… Reencarnado.
El mundo, en ese instante, pareció detenerse.
Y la guerra estaba a punto de empezar.
20 de diciembre del año 2000.
La situación en Nueva York ha alcanzado un nivel sin precedentes en la historia moderna. Durante la madrugada, un fenómeno desconocido se extendió alrededor de toda la ciudad, formando un velo oscuro que envuelve Manhattan y los distritos cercanos. Testigos aseguran que, en los bordes, ese velo adquiere un tono rojizo inquietante, como si respirara por sí mismo.
Las autoridades federales confirmaron que el velo es totalmente impenetrable. Ningún equipo terrestre, aéreo, marítimo o subterráneo consigue atravesarlo, sin importar la potencia o el método empleado. Nada entra y nada sale. Cada intento de perforarlo, bombardearlo o cruzarlo ha fracasado por completo.