Codex del silencio

Capitulo 1

El resplandor azulado del monitor iluminaba el rostro de Henry mientras sus dedos volaban sobre el teclado. Era pasada la medianoche y estaba a punto de completar el nivel final cuando un *tic* seco contra el vidrio lo hizo saltar en su silla.

*Tic. Tic. Tic.*

Henry frunció el ceño, quitándose los audífonos. Apartó la cortina de su ventana y allí estaba Sam, parado en el jardín delantero con su característica sonrisa torcida y lo que parecía ser todo un arsenal de equipo de grabación colgando de sus hombros. El brillo de las luces de Londres en el horizonte detrás de él.

—¿Qué demonios...? —murmuró Henry, abriendo la ventana con cuidado de no hacer ruido. Su madre tenía el sueño ligero, y lo último que necesitaba era que lo descubriera despierto a esta hora, especialmente hablando con Sam, a quien ella consideraba "una mala influencia".

—¡Henry! —susurró Sam con entusiasmo apenas contenido, sus ojos oscuros brillando con emoción—. ¡Tienes que venir! ¡Ahora!

—¿Estás loco? Es la una de la mañana.

—Exactamente. La hora perfecta para cazadores de fantasmas. —Sam levantó su cámara como si fuera un trofeo—. Vamos al cementerio. Mi canal necesita contenido real, Henry. Nada de esas tonterías editadas. Vamos a capturar evidencia en vivo.

Henry sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire fresco de octubre que entraba por la ventana. Sus ojos bicolor —uno verde, uno avellana— miraron hacia atrás, hacia la puerta cerrada de su habitación.

—Sam, sabes que no creo en esas cosas.

—¡Exacto! Por eso eres perfecto. Necesito un escéptico para darle credibilidad. Además... —Sam hizo una pausa dramática—. Tengo información de que esta noche hay algo especial. Un seguidor anónimo me mandó un mensaje sobre actividad inusual en el cementerio. Podría ser el video que nos haga virales.

Henry suspiró. Conocía a Sam desde el jardín de niños, y había aprendido que una vez que se le metía algo en la cabeza, no había forma de detenerlo. Y siendo honesto, la alternativa era quedarse encerrado en casa un viernes por la noche, como siempre.

—Dame cinco minutos.

Se puso rápidamente su camisa blanca favorita, unos jeans rasgados, sus Converse negras y los guantes cortos que usaba cuando tenía frío en las manos. Dejó una nota en su escritorio por si acaso —"Salí a caminar, no podía dormir"— y se escabulló por la ventana con la práctica de años de experiencia.

El Uber los dejó a dos cuadras del cementerio. Sam había insistido en que era mejor aproximarse a pie para no levantar sospechas. Las luces de Londres brillaban a lo lejos.

—Esto es una mala idea —murmuró Henry mientras Sam buscaba el punto débil en la cerca que su "contacto" le había mencionado.

—Las mejores ideas siempre lo son. —Sam encontró la sección suelta y la levantó—. Tranquilo, este lugar es enorme. Nadie va a notarnos.

Se adentraron entre las tumbas, pasando junto a las lápidas antiguas. Sam tenía su cámara en alto, grabando todo con su entusiasmo de comentarista.

—Aquí estamos, amigos, en el cementerio donde descansa la vieja guardia y donde los locales reportan avistamientos regulares de —

—Shhh. —Henry se detuvo en seco, agarrando el brazo de Sam—. ¿Escuchas eso?

Un cántico bajo, rítmico, flotaba en el aire nocturno. No era el tráfico distante de Londres. Eran voces humanas.

Los dos intercambiaron miradas. Sam, por primera vez desde que Henry lo conocía, parecía nervioso. Pero la curiosidad ganó. Se movieron sigilosamente hacia el origen del sonido, ocultándose detrás de un mausoleo grande decorado con ángeles.

Lo que vieron los dejó helados.

Un círculo de figuras vestidas completamente de negro se reunía cerca del lago reflectante del cementerio. Velas negras formaban un pentágrama perfecto. Y estaban... cantando. No, salmodiando. En latín.

—Oh, mierda —susurró Sam, pero ya tenía la cámara enfocada, grabando cada segundo—. Esto es oro puro.

Las figuras levantaron sus manos al cielo. El aire se volvió denso, cargado de electricidad estática que hacía que el cabello rubio de Henry se erizara. Y entonces, en el centro del círculo, el aire mismo pareció rasgarse.

Una figura emergió de la nada.

Era imposiblemente alto, vestido con un traje negro impecable que probablemente costaba más que el auto de la madre de Henry. Su rostro era angelical en el sentido más perturbador posible: hermoso, pero con algo fundamentalmente equivocado en él. Sus ojos brillaban con un toque rojizo en la oscuridad.

—Fabuloso —dijo con un acento británico que goteaba sarcasmo, mirando a las figuras encapuchadas con algo entre diversión y aburrimiento—. ¿Otro club de fans de Londres, entonces? Ya perdí la cuenta. Realmente necesito empezar a cobrar por estas apariciones.

Una de las figuras se quitó la capucha, revelando a una mujer de mediana edad con demasiado rímel y lo que claramente era trabajo de botox.

—¡Oh, Señor Oscuro! ¡Hemos esperado tanto este momento! ¡Queremos ser tus novias, reinar a tu lado hasta el apocalipsis, y ser las reinas de tu imperio de caos!

El hombre o lo que fuera soltó una carcajada que hizo que las aguas del lago se ondularan.

—Oh, por el cielo... —Se pellizcó el puente de la nariz—. Escuchen, señoras, aprecio el entusiasmo, realmente lo aprecio. Pero primero, no hago 'novias'. Plural suena agotador. Segundo, ¿imperio de caos? ¿Quién escribe sus líneas, una autora de Wattpad rechazada? Y tercero— su voz se volvió peligrosamente baja —tengo estándares bastante altos, incluso para mí.

La mujer no se inmutó.

—¡Hemos preparado el ritual! ¡El antiguo rito de unión por si esto sucedía! —Comenzó a recitar en latín, su voz elevándose: —*"Sub hoc maleficio, anima tua et mea sunt implicatae, nec caelum nec infernum nos separare poterit usque ad saecula saeculorum!"*

Un anillo de oro apareció flotando entre ellos, brillando con luz propia. La mujer dio un paso adelante, intentando mirar directamente a los ojos de la criatura, pero él retrocedió, esquivando su mirada con pánico apenas disimulado.




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