Codiciados

Prólogo

 

 

-Mira hacia el cielo cariño... -dije observaba como mi pequeño retoño alzaba su pequeña cabecita al cielo- hace mucho, mucho tiempo todo lo que ves estaba en completa armonía, todo era solo paz y tu madre... -suspiré- el amor de mi vida, lo hizo todo mucho mejor... Su compañía y su sonrisa hacía que todo brillara con más intensidad para mí -reí- no podías estar tanto tiempo molesta con ella porque su sonrisa contagiosa no te lo permitía.. . -suspiré en melancolía hacia el cielo al mismo tiempo que el viento nos abrazaba en una cálida brisa, arropándonos con su compasión-... ¿Recuerdas a los animales ancestrales? -ella asintiendo, haciendo brillar esos hermosos orbes negros en emoción.

Aquellos animales de los que hablaban aquí, son seres que brillaban en sabiduría y justicia, que poseían un poder inigualable a muchos otros. Muchos de los mortales decían que eran "fantasmas" o algo así, otros, que eran solo un simple mito. Pero nosotros sabíamos la verdad sobre aquellos seres que compartían su tierra para con nosotros, ya nuestra familia le encantaba ir a visitarlos. Siempre mantenían una conexión especial con nosotros... Como amábamos el tener que ir a verlos- ellos en el pasado no se tenían por qué esconder -ella volteó a verme con sorpresa- eran libres..., igual a esas hermosas aves que surcan los cielos que tanto te gusta observar e igual que las majestuosas ballenas que dominan los yeguas..., ellos eran libres y estas eran sus tierra -susurré lo último, sin salvarme de ser escuchado.

-Y si eran sus tierras... ¿por qué tuvieron que esconderse? ¿No les agradamos? -Preguntó con el ceño ligeramente fruncido en señal de tristeza.

-Nosotros no somos como ellos -susurré antes de colocarme de pie al borde del monte que nos permitía tener la mejor vista del pueblo que se ubicaba a los pies de este- somos diferentes ¿entiendes? Ellos siempre luchan por vivir la vida que se les dio al máximo antes de volver a la tierra como los mortales que son..., no somos así -me coloqué a su altura y le acaricié la mejilla con las yemas de mis dedos temiendo que se rompiera- nuestro deber, es poder asegurarnos de que no existe fuerza alguna que pueda impedir su prosperidad, y es por eso que no nos involucramos directamente con ellos, no es correcto y los animales ancestrales lo sabían, por eso dieron paso a cederles sus tierras..., buenas tierras para cultivar. Cosechan lo que comen y les dieron ricas tierras para que vivieran en ellas... Ellos se los regalaron, y fue entonces que decidieron que era hora de retirarse de ahí, no fue fácil, pero así lo decidieron ellos y no alteraremos lo que ya fue pactado, aún si fue hace cientos de años y los humanos no lo recuerden, nosotros sí, y eso es suficiente para que continuemos nuestra labor... Y algún día tendrás que ser tú la que le dará este mismo sermón a la próxima generación -pellizqué su barriga haciéndola reír llena de la esencia de una pequeña niña- la próxima generación de los Cuatro Grandes... -susurré para ambos.

-Papá... -sus manos jugueteaban entre sí con nerviosismo- si mis hermanos y yo estamos destinados a ser los próximos Cuatro Grandes... ¿Cómo sabremos cuáles serán los siguientes? -esa es una buena pregunta. Eso ni siquiera yo lo podía responder, pensé.

-Sé que lo sabrán... Ustedes son fuertes, listos y unidos, sabrán responder esa pregunta..., lo sé. El tiempo avanza y no perdona a nadie, los pueblos que ahora protegen cambiarán, no se estancarán en el ahora, que para cuando recuerdes estas palabras ya será el pasado. Pero sé que, sin importar las circunstancias, los encontrarán -acaricié su cabeza, al mismo tiempo que ella tomaba mi mano al caminar para bajar de la colina.

-Papá... -la miré- antes de nosotros... ¿Quiénes eran los Cuatros Grandes?

-Yo era uno... -suspiré al cielo- tu madre..., ella también lo era... -no pude continuar, un molesto escozor en mis ojos intervino en el peor momento, y un doloroso nudo se instaló en el medio de mi garganta impidiendo que salieran las palabras..., pero para ser honesto, ni siquiera sabría qué decir.

- ¿Las extrañas? -preguntó de pronto con inocencia abrazándose a mi brazo con fuerza.

A quien engaño, jamás podrá remplazar la falta de una madre que acorrala a mis hijos. Al final, ni siquiera soy capaz de poder siquiera pensar en remplazarla, y eso les pasa la cuenta a mis pequeños hijos.

-Cada segundo que pasa en mi vida... -la observé. Ella tenía sus mismas pecas en la nariz, sus ojos y su tan hermosa sonrisa- no hay momento que no piense en ella..., pero me dejó un regalo para poder recordarla -me miró con intriga- a ustedes... -aclaré con una sonrisa. Acomodé un mechón detrás de su oreja- su madre dejó un pedazo de ella en cada uno de ustedes y se aseguró de que podía sonreír, aun si ella no los veía, ustedes sonríen a través de su madre.

- Entonces... ¿Dónde está? ¿Está muy lejos? ¿Por qué no nos puede ver? -preguntó mientras volteaba su cabeza a todas las direcciones, intentando buscarla.

-Ella... no está aquí... -se me formó un nudo inmediato a penas lo pronuncié.

No puedo..., aun después de años, simplemente no puedo

-Ella... se encuentra lejos..., lejos de nosotros -respiré hondo- se encuentra junto a las estrellas... -admiré apuntando el cielo plagado de destellos brillantes y relucientes en el manto negro de la noche, dando una imagen majestuosa- ahí se encuentra tu madre -respondí apacible- para ella, las estrellas eran su mayor confiada de sus alegrías, sus penas y sus frustraciones, así que no dudo de que haya ido en esa dirección, estoy seguro de que está donde siempre amó observar ...

-Pero... ¿por qué no se quedó aquí con nosotros? -vi cómo se arremolinaban unas pequeñas lágrimas en las comisuras de sus ojos, sujetando con fuerza su medallón como si temiera perderlo- ella... ¿no nos quería? -preguntó en un ligero sollozo.

-Ella los amaba -susurré... No podía hacer más que eso, no tenía voz- y dio su vida para que pudiera ver lo que ella más amaba de este lugar... No quería que ustedes no pudieran tener esta experiencia. Ella dijo que ustedes serían bendecidos, no sé cómo, pero ella estaba segura y eso bastaba para mí, y ahora te toca a ti, Vasta, confía en ella -apreté su mano con la mía, abrigándola con mi calor tratando de reconfortarla.




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