Era tarde, bastante tarde. Salte de la cama en busca de mis gafas para ver la hora, la alarma había sonado ya cinco veces, con apremio me incorpore decidido a vestirme.
Hoy era la boda de mi hermana Aledis. Mi madre había estado organizando el evento durante medio año, un breve descuido y cualquiera tendría una riña, sin embargo, no considere mi mala costumbre de despertar tarde.
Cuando apenas estuve cerca del armario escuche un estrepito que se produjo en la planta baja. Bajé corriendo las escaleras, todo era un gran alboroto. Papá vagaba de un lugar a otro mientras acataba las ordenes de mamá. Mi hermanita, Andra, corría y saltaba por toda la casa, detrás de ella la perseguía Brais mi hermano mayor, Aledis acababa de salir de su habitación gritando groseramente porque su estilista le quemaba el pelo y yo todavía estaba en pijama al pie de las escaleras, observando como mi familia era un caos.
Consumidos en sus propios asuntos, nadie notó mi presencia, por lo que regrese a mi habitación con la intención de vestir el traje que mi madre se esforzó en conseguir. Quería que todos vistieran las mejores galas del mundo para el día más importante de la vida de Aledis.
Cuando finalmenete me encontraba vestido, miré en el espejo que tenía junto a la ventana. El traje era negro azabache lo que hacia resaltar mis ojos azules escondidos tras las gafas. Peine mi cabello hacia atrás para verme más elegante. Aunque a decir verdad consideraba que aquello seria en vano, porque conociendo mi vida, terminaría sin saco, la camisa enrollada y el cabello hecho un lio. ¿Qué podría hacer? Era desordenado.
Sin embargo, intentaba ser más ordenado ya que papá siempre me recordaba que, si quería ser un Código, debería ser más responsable. Mi cumpleaños dieciocho se celebraría en tan solo una semana, por lo cual podría reclutarme para comenzar mi entrenamiento como un Código.
Los Código, eran aquellos que se dedicaban a mantener el orden y la paz, ayudaron a la gente a permanecer en calma cuando los ataques de hacia trecientos años comenzaron, no permitiann que las personas entraran en pánico.
En este mundo, las personas deberían estar protegidas de los Sinestros. Estas criaturas eran oscuras y desalmadas, se dedicaban a causar caos y pánico entre las personas, eso los alimentaba. Se desplazaban como humo azabache por el aire, aquel humo era un virus, el virus Cirtlax; si alguien tenía la desgracia de respirarlo se convertiría en Sinestro o moriría. Para todos, la segunda opción era lo mejor. Sin embargo, había como erradicar a aquellos monstruos.
Las Luciérnagas, eran lo opuesto a un Sinestro, gente de gran belleza y amabilidad, capaces de eliminar cualquier rastro del virus.
Luego estaban los Cazadores, ellos rastreaban a los Sinestros para matarlos, había que ser un gran experto en el tema para enfrentar esas cosas. Mi Padre era un cazador, uno de los mejores. Por mucho tiempo estuvo decidido a convencer a Brais de ser un Cazador, aunque el opto por tener una vida normal fuera de eso.
Pasado un tiempo sumido en mis pensamientos, regrese a la realidad cuando mamá asomó la cabeza por la puerta y suspiró aliviada de encontrar al menos una persona en orden.
–Que bien, estás listo Elián –comento en tono imperativo–. Tu hermana está desesperada por irse, –te veo abajo finalizo dando marcha hacia las escaleras.
Asentí mientras que me enderezaba las gafas, era momento de bajar o todo se atrasaría por mi culpa. Esta vez, salte los peldaños de las escaleras de dos en dos para no demorarme tanto. En el recibidor ya se encontraba toda la familia, mamá tomaba del brazo de papá sonriendo con amor, Brais estaba detrás de ellos jugando con una consola, Andra estaba tirando de su pantalón para que la dejase jugar, el decidió ignorarla. La cereza del pastel era Aledis, vestida con un hermoso vestido blanco de seda. Su cabello dorado estaba recogido de tal manera que disimulaba la parte quemada bastante bien, y, sus ojos azules tenían un brillo especial que nunca le había visto.
Me acerqué a ella, tomando su mando, obligándola a dar una vuelta sobre si para observarla mejor, Aledis hizo un sonido parecido a un chillido combinado con una risa.
–Definitivamente eres la realeza –dije plantándole un beso en la mejilla
–¡Me arruinas el maquillaje! –exclamó limpiando con delicadeza el lugar donde le había besado.
Andra tomo mi saco y comenzó a jalar de el para que la cargara pues Brais no le prestó atención, así que yo lo hice.
–¿No me veo hermosa Elián? –preguntó pestañeando rápidamente en un gesto para parecer adorable y a la vez irritar a Aledis.
-Por supuesto que sí -musite para que solo ella me escuchara-, pero no se lo digas a Aledis.
–Bueno, llegó el auto –vocifero mamá emocionada dirigiéndose a mi-. Ya sabes qué hacer, iremos en el auto con tu hermana y tú tomarás el de tu padre; Andra tomarás las flores, tú los anillos, ¡Brais deja esa consola! –exclamo mientras se la arrebataba–, cariño, solo preocúpate de verte bien ante los invitados, te daré la consola cuando la boda termine.
Brais asintió, pero tan pronto como mamá salió de la casa junto a papá, me mostró que tenía otra escondida en su traje, me guiñó un ojo y fue tras ellos.