Alguien me estaba sacudiendo el brazo, era bastante molesto porque deseaba seguir durmiendo. No fue hasta que escuché una pequeña voz que planteé la idea de despertarme.
–Elián desayuno –exigía–. Vamos.
Cuanto más la ignoraba, más insistente se volvía y me zarandeaba con mas fuerza, no quería que Andra se enfadara y terminara saltando sobre mi estómago, así que lentamente abrí mis ojos para encontrar una mancha dorada y rosada frente a mí. Recogí las gafas para poder ver nítido. Andra estaba parada con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Incluso cuando trataba de parecer enojada era un encanto.
–Llevo aquí diez minutos –se quejó–, y no despertabas.
–Lo siento –me disculpé, luego me incorporé de la cama para que mis pies pudieran encontrar las zapatillas. Tome a Andra en mis brazos llevándola al comedor dispuesto a cocinar. Tal fue mi sorpresa al encontrar panqueques acompañados con miel de arce en la mesa.
–¿Mama volvió? –pregunte aturdido.
–No –Andra se sento mientras se servia jugo¬–. Tenía hambre y Brais cocino.
Me sorprendí ante aquello, usualmente era yo quien hacia todo cuando mis padres no estaban, dejé a Andra sirviéndose panqueques mientras me dirigía a la cocina. Cruce la puerta para encontrar a Brais recargado en la nevera con una taza de café.
–¿Desde cuándo cocinas y bebes café? –inquirí.
-Elián no solo tú puedes hacer eso.
Tomé una taza y serví el café que quedaba. Me senté en un banco cerca del mostrador, nunca había tenido un silencio incómodo con mi hermano, ahora era bastante extraño.
–Mamá llamo –informo Brais con la mirada en la puerta–. Podemos ver a papá después del mediodía.
–Eso significa que está bien –dije con alegría.
–Está muy lastimado, aunque no es nada serio.
Otro silencio incómodo, ¿cómo era posible estar con una persona que conocías de siempre y sentirse de esa manera? ¿Qué estaba pasando con Brais? Después de lo que pasó ayer, se había encerrado en su habitación sin decir una palabra, ni siquiera quería cenar. Él nunca rechazaba una comida por lo cual su actitud me ponía en duda.
–¿Vas a decirme qué pasa contigo? ¬–pregunte con ímpetu
–No es nada –farfullo por la forma en que lo dije.
–Siempre nos decimos todo –le recordé–. ¿Qué es diferente ahora?
-Me voy a la ducha- sin decir más que eso, Brais dejó su taza en el mostrador y se fue hacia las escaleras.
En verdad quería saberlo, pero no podía obligarlo a que me lo dijera. Decidí volver al comedor para acompañar a Andra con el desayuno, mi estómago estaba vacío y mis tripas rugían con hambre.
–A veces eres muy tonto –dijo Andra en el momento en que me senté junto a ella.
–¿Sabes lo que le sucede?
–Es un secreto– musito para después hacer un gesto de cerrar una cremallera sobre sus labios.
–No es posible que con cinco años sepas más que yo –me queje sardónicamente.
–Es porque no eres muy inteligente –comento Andra con sorna.
–¿Eso crees?
Andra prorrumpió en risas posteriormente continuamos tranquilamente con el desayuno. Esa tranquilidad fue interrumpida por el sonido de mi teléfono celular.
–No a los teléfonos celulares en la mesa –exclamó Andra, amenazando mi existencia con una cuchara.
–Podría ser mamá –me excuse a la vez que contestaba la llamada.
En realidad, era Kilian quien decidió acompañarnos al Centro para ver a papá. Mire el reloj, aún había tiempo antes del mediodía, pero no lo suficiente.
Terminamos el desayuno rápidamente, Andra estaba ansiosa por ver a papá y Brais ya se apresuraba a ir al centro porque era un viaje largo y si teníamos que pasar por Kilian demoraríamos más.
En tan solo una hora llegamos al Centro, nunca en mi vida había estado allí. Sin embargo, en un mes viviría en este lugar. Había oído que el Centro era como otra ciudad, y parecía ser así. Desde fuera se observaba como se erigían altos edificios blancos, alrededor se encontraba una gran muralla que servía de apoyo al domo que se cerraba encima de los edificios. La entrada al centro era una gran cúpula de cristal, en sus lados había grandes paredes blancas que cubrían el Centro en una circunferencia.
Brais estacionó el auto cerca de un par de motocicletas, lo suficientemente cerca para no caminar tanto.
–¿Alguna vez has estado dentro? –pregunté a mi amigo mientras bajábamos del auto. El no parecía tan sorprendido como Andra o yo.
–Antes de que nos cambiáramos de ciudad me rompí el brazo en un ataque –explico–, pero el de este lugar, dudo que sea lo mismo.
–Vine una vez –interrumpió Brais–. Cuando papá quería convencerme de ser un cazador en vez de estudiar programación, ¿recuerdas?