Código Murphy

4. Orgullo y prejuicio.

—¿Vino?— la azafata de sonrisa impecable sostiene la bandeja con tal confianza que bien podría creerse que está pegada a su mano.

Me emociona la idea de ir bebiendo alcohol durante el viaje, a lo mejor sirve de estimulante para soportar a mi compañero de asiento unas horas más. El tipo lleva un gesto de desagrado estampado en la cara desde el principio, a este punto ya no sé si se debe a mi, en sus propias palabras, "irritante personalidad de principiante", o al niño que ha estado insistiendo en que juegue con él y sus carritos. 

Es simplemente molesto, al parecer está enojado con la vida porque le ha tocado viajar en segunda clase con la gente corriente. He llegado a esta conclusión debido a que absolutamente todo lo critíca con dureza y aires de superioridad. Además, a pesar de que viene vestido con una camisa casual y jeans, se le notan los millones hasta en la forma de caminar.

—Gracias.— digo mientras recibo la copa con la bebida. Como era de esperarse, el sujeto rechaza la oferta; seguramente cree que es demasiado común para alguien de su estatus.

Hasta ahora no hemos mantenido una verdadera conversación, no pasamos de las mini-competencias y los gestos de soy mejor que tú, como quién termina de leer el capítulo de su libro primero o quién adivina el próximo dulce que se comerá el glotón de en frente, en eso último llevo ventaja.

Le doy un gran sorbo al vino, por poco lo acabo de una sola sentada. Él me observa como si estuviera cometiendo el peor de los crímenes, otra vez.

—Típico— niega varias veces, a lo que mis cejas se hunden, pidiendo una explicación—. La gente como usted suele sentirse imponente con tan poco, como una copa de vino de mala calidad, por ejemplo. 

—¿La gente como yo?.

—Señorita, simplemente por la manera en que viste, y me refiero a la extraña necesidad de llevar accesorios de lujo a la vista de todos, puedo deducir una personalidad sedienta de atención, reflectores y drama. Sin hablar de esa actitud cuestionable de siempre tener que ganar para estar tranquila.

Confirmado, es un completo imbécil con complejo de psicólogo frustrado que se cree una mente brillante demasiado avanzada para existir en este tiempo histórico. Apuesto a que no es más que un fracasado y mediocre sin aspiraciones ni sentido de la vida. Un vividor de la fortuna de otros.

A pesar de todo, decido no desatar una pelea por ahora.

—¿Disculpe?.

—Además de que, basándome en su aparente gusto literario, intuyo que es una de esas almas idealistas que sueñan despiertas con vivir en una utopía.  Adivino que tiene un centenar de metas por cumplir y que solamente ha podido alcanzar dos o tres, no obstante, la lista de sueños imposibles sigue creciendo.

Bingo. Un zombie que se mueve por mera inercia.

Observo un momento la portada de Orgullo y  Prejuicio en mi regazo. ¡Pero si es un clásico!.

—¿De verdad su existencia es tan deprimente como parece? Apostaría una empanada a que ni siquiera conoce cómo es que el mundo funciona realmente, prefiere conformarse e ir por el camino fácil. Dígame ¿Alguna vez ha conseguido algo por sus propios méritos? Excepto perder su asiento en primera clase, claro está, ¡Oh espere! Lo escuché diciéndole a esa señora chismosa que en realidad fue un error. Le informo que su manera de pensar no lo hace más que un ser humano inútil.

La mencionada me mira ofendida, la ignoro porque estoy demasiado ocupada demostrando mi desagrado por este hombre.

El tipo regresa la vista a su libro, Sherlock Holmes, lo que me reitera que estoy destinada a odiarlo tanto como a ese personaje, aunque es obvio que no lo está leyendo en realidad. Acto seguido, se masajea la sien y agrega más leña al fuego.

—Sólo digo que el estar persiguiendo imposibles es una pérdida de tiempo y una manera tonta de desaprovechar lo que realmente se tiene, la gente ambiciosa como usted no lo entiende. Dígame, ¿Alguna vez se ha detenido a pensar en cuánto tiempo le dedica a las cosas y a las personas que ama y ya posee? Claramente no, sólo le importa conseguir lo que no le corresponde, ¿Qué hará cuando lo que debería importarle por encima de todo ya no esté? No hay otra opción que llorar por el qué hubiera sido. No es deprimente, es realista.

—Qué prejuicioso. 

—Qué orgullosa. 

—Ni siquiera me conoce, no tiene derecho a sacar conclusiones.

Entonces, por fin me sostiene la mirada. Es extraño, en sus ojos color miel no se percibe el mismo enojo con el que habla, de hecho se podría decir que se nota en ellos algo de diversión. 

Detallándolo bien debo admitir que es un poco atractivo; cejas pobladas, pestañas largas, piel dorada por el sol y cabello sedoso. De acuerdo, es bastante guapo, pero toda la belleza se la quita la arrogancia. 

—Bien, ¿Cuál es el nombre de la señorita?. — una falsa sonrisa se asoma en sus labios delgados, el hoyuelo en su mejilla aparece de inmediato.

La pregunta hace eco en mi cabeza, quizá deba sacar algo de diversión en esta situación tan desesperante. No estaría mal jugar con la realidad, moldearla a mi antojo y esperar a ver qué pasa; eso es lo que haría un verdadero artista. Después de todo estoy en busca de una aventura. 

—Grace— miento con maestría, los años me han hecho de cierto modo experta en el arte.

—Supongo que no es un placer, Grace— extiende la mano en mi dirección, vacilo unos momentos antes de estrecharla. Está tan fría que acabo por soltarla rápidamente—. Soy Frederik. 

Y tan pronto como dice eso, ella aparece.

La mujer anda tambaleándose, casi corriendo, al tiempo que mira hacia atrás para asegurarse de que no la siguen. Lleva puestos unos enormes lentes de sol y su atuendo, aunque desordenado, deja en claro que se trata de una prófuga de primera clase. 

De un momento a otro comienza a dar saltitos mientras camina como uno de esos espías supuestamente sigilosos de las películas de acción, para después apuntar a los pasajeros con la botella medio llena que sostiene como si fuese un arma de largo alcance. 




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