Código Murphy

8. Bodas de sangre.

Mi celular vibra intermitente sobre la mesita de noche, indicando que ya es hora de despertar. Gruño con frustración, me remuevo unas cuantas veces en la cama, froto mis ojos con cuidado y dejo salir un bostezo de cavernícola, al tiempo que vuelvo a acurrucarme entre las sábanas calientes.

Cinco minutos más, por favor.

Mi petición es denegada y el repiqueteo del teléfono golpeando la madera se escucha una vez más. Entonces me veo obligada a reunir fuerzas e incorporarme de una vez por todas. Siento que peso mucho, además mis ojos se niegan a abrirse del todo y el frío de la mañana me pone la piel de gallina.

Me sobresalto cuando quedo sentada en el colchón y veo el cuerpo del hombre dormido en el lado derecho de la cama. Lleva el torso desnudo y las sábanas no lo cubren muy bien que se diga. La espalda ancha, salpicada de lunares, sube y baja a un ritmo calmado, dejando claro que Frederik no está ni cerca de abandonar el placer de un buen sueño. 

De pronto, mi mente comienza a hacerme malas jugadas, así que por mero instinto me apresuro a revisar que todas mis prendas estén en su lugar, ¿Qué pasó anoche?. 

Recuerdo la lluvia, la oscuridad, la charla sobre nuestros temores de medianoche, las confesiones vergonzosas de mi pasado amoroso... Nuestros cuerpos en contacto, su aliento a menta... El beso que nunca sucedió.

Suspiro aliviada, porque al fin y al cabo no hice nada de lo que pudiera arrepentirme ahora. 

Acaricio mis labios con la yema de los dedos, es un acto de pura inercia, mientras mi memoria reproduce el hecho de que deseé sentir los suyos ayer. No, no los suyos, sino los de ese que se niega a salir de mi cabeza y, por ende, de mi corazón. Suena intenso, pero es real. No se supera una ruptura en tres días, mucho menos un comprimiso de años.

La caricia se traslada a mi cuello, apartando la maraña de cabello en el proceso, y así continúa hasta llegar a la clavícula. La imagen de un rostro jovial, alegre, de piel morena y sonrisa de comercial se forma en mi mente adormilada; el recuerdo de sus manos haciendo el mismo recorrido me arranca una sonrisa felina.

Despertar al lado de Bruno era toda una aventura, sus besos húmedos en mis hombros que terminaban esparciendose a lo largo de mi piel, su roce dulce; casi puedo percibir ese característico aroma a café que siempre lo acompañaba. Las luchas cariñosas antes de levantarnos de la cama para ir a trabajar, yo quería perder todas las veces, así podría ganar unos segundos más sumergida en aquella pasión de enamorados y el mar de excitación.

—Buenos días.— doy un salto al escuchar tan repentinamente la voz de Fredrik. Me aclaro la garganta y volteo para mirarlo. Las mejillas me queman y las palmas de mis manos empiezan a sudar.

¿Qué rayos pasa conmigo hoy? ¿Dónde quedó mi pudor?.

—Buenos días. 

Se incorpora de inmediato, es obvio que le ha costado menos trabajo que a mí, y se deshace del manojo de sábanas que le cubren las piernas para luego levantarse. Me quedo embobada admirando semejante escultura, mis ojos están inquietos porque no pueden decidirse qué parte mirar, pues todas son maravillosas, exquisitas.

Observo detenidamente cómo se flexiona cada músculo de su espalda y brazos cuando busca una camisa en la maleta y se la coloca deslizándola por su cabeza. Su cabello broncíneo está despeinado y me sorprendo a mi mísma anhelando poder deslizar los dedos entre aquella melena rebelde. Para mí mala suerte, son los suyos los que acaban por hacer el dichoso trabajo.

¡De acuerdo, ya basta, Murphy!.

¿Todo bien?— pregunta divertido; el muy maldito notó mi indecoroso escrutinio, eso es seguro.

—Sí, sí, sólo estoy un poco nerviosa. Hoy es el gran día.

—¿Te muerdes el labio cuando estás nerviosa?.

Mierda. 

Libero mi labio inferior del agarre de mis dientes y paso la lengua por él, arde horrible. 

—Así es, es un tic. 

Será mejor tomar una ducha helada lo más pronto posible, antes de que haga o diga una locura por la estúpida calentura mañanera después de una noche extraña como la de ayer. Así que me paro de la cama, busco mis cosas y cojeo hacia el baño, la rodilla vendada no es mi mejor aliada en estos momentos en los que necesito huir rápidamente.

Aseguro la puerta, sin embargo, eso no es suficiente para bloquear a Frederik venerándose a sí mismo por haber comprobado que me parece atractivo. 

—¿Un punto para mí?— da golpecitos a la madera.

—¡Cierra la boca!.

Es cierto cuando dicen que los hombres son un paquete incompleto, si tienen algo no tienen lo otro. Frederik, por ejemplo, es un perfecto Adonis, pero al mismo tiempo un narcisista insoportable como Dorian Gray. 

—¡Pediré nuestro desayuno!.

Una vez que se va, inicia la carrera contra el tiempo. Ya saben, la rutina de baño diaria cambia en demasía cuando se está a pocas horas de una boda, por eso, prácticamente he cojeado toda la mañana de aquí a allá. Depilé todo mi cuerpo en tiempo récord, lavé mi cabello con la esperanza de que el olor a fresas del shampoo dure lo suficiente, me pinté las uñas de pies y manos y, como puede, intenté cambiarme la venda yo mísma sin estropear nada. No obstante, esa fue una tarea imposible, por lo que he tenido que pedir ayuda a Maya, quien muy amable aceptó sin siquiera pensarlo.

—De verdad te agradezco mucho.— digo apenada mientras acomodo el escote del vestido, por su parte, ella le da las últimas vueltas a la venda nueva al rededor de mi rodilla y corta lo que sobra.

—No hay de qué.— se incorpora cuando termina, entonces se ubica detrás de mi y prosigue a abrochar los botones en mi espalda. Me angustio cuando hace un gesto extraño, como si no estuviera satisfecha con lo que ve—. Falta algo. 

Entro en pánico, claro que falta algo, estoy al lado de una mujer hermosa en todo sentido. Con su cabello peinado hacia atrás y los labios coloreados de un rojo brillante Maya se ve despampanante, tanto, que yo tendría que volver a nacer con un rostro diferente para igualarla. Si lo vemos desde esta perspectiva, falta mucho.




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