Alina nunca había cuestionado las reglas. En Blackridge, seguirlas no era una opción, sino una necesidad. Todos llevaban el chip en la muñeca, una pequeña luz azul que parpadeaba con cada pensamiento registrado, con cada emoción controlada.
El Código Cero no toleraba errores.
Esa mañana parecía igual a todas. Se despertó a las seis en punto con el sonido mecánico de la alarma, sintiendo la fría luz artificial filtrarse por la ventana. El cielo tenía ese gris metálico de siempre, como si el sol fuera un lujo reservado para otro mundo.
Bostezó y estiró la muñeca frente a la pantalla del espejo. BIORREGISTRO COMPLETO. ESTADO: ÓPTIMO.
Suspiró. Sabía que no debía sentirse aliviada, pero lo estaba. No todos recibían ese mensaje cada mañana. A veces, el sistema detectaba niveles anormales de estrés, miedo o insatisfacción. Y entonces, los problemas comenzaban.
Se vistió con el uniforme reglamentario: chaqueta gris, pantalones oscuros y botas negras. Nada llamativo. Nada que pudiera hacer que alguien la recordara.
La Academia estaba a solo unas calles de distancia, pero el trayecto siempre se sentía eterno. No por la distancia, sino por la vigilancia. Las cámaras giraban con cada movimiento, los drones patrullaban el cielo, y los Guardias del Código recorrían las aceras con sus miradas vacías.
Era mejor no mirar demasiado tiempo a nadie. Nunca sabías quién podía estar marcado.
El comedor de la Academia estaba tan silencioso como siempre. Nadie hablaba más de lo necesario, nadie reía sin motivo. Solo el sonido de cubiertos chocando contra bandejas metálicas y los susurros de pantallas táctiles activándose.
Alina tomó su bandeja y se sentó en su mesa habitual. Estaba revisando su itinerario cuando ocurrió.
El mensaje apareció sin previo aviso.
"El código puede fallar."
Alina sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su respiración se aceleró. Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie más lo hubiera visto. Pero todo seguía igual. Los estudiantes seguían comiendo, sus ojos pegados a las pantallas.
Volvió a su comunicador. El mensaje estaba allí. Sin remitente. Sin rastro.
Tocó la pantalla con los dedos temblorosos, pero antes de que pudiera hacer nada, el mensaje desapareció.
Se quedó inmóvil.
No. No podía haberlo imaginado.
El sistema no fallaba. No había forma de enviar mensajes anónimos. Ni siquiera los Guardias tenían ese poder.
Y, sin embargo, alguien lo había hecho.
Alina sintió su corazón martilleando contra el pecho. Su chip seguía en su muñeca, brillando con su característico tono azul. ¿El sistema había detectado su reacción? ¿Lo registrarían como un comportamiento sospechoso?
Intentó calmarse. No podía entrar en pánico. Tenía que actuar con normalidad.
Tomó un sorbo de su bebida sin sabor, obligándose a respirar con calma. Pero en el fondo de su mente, una idea comenzaba a tomar forma.
Si el código puede fallar… entonces tal vez, solo tal vez, hay una forma de escapar.
Y eso lo cambiaba todo.
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Editado: 12.04.2025