Código Solovyev

Capítulo VI

El helicóptero aterrizó en la azotea del Perímetro Seguro Gamma, una fortaleza de hormigón y cicatrices en el corazón de Moscú. La ciudad bajo nosotros era un cuadro dantesco: rascacielos derrumbados como dominós, calles surcadas de cráteres, y el olor omnipresente a humo, pólvora y carne podrida. Voronin me miró al bajar, sus ojos escaneando mi rostro en busca de la bestia. Solo encontró hielo tallado a golpes de verdad.

—El Silo Theta era solo el principio — le dije

—¿Romanov?

—Muerto. Pero su regalo vive — mostré el encriptador cuántico con el águila bicéfala. El plástico aún conservaba el calor residual de la mano de Sonya. —Con esto, desenterraremos a las ratas de sus agujeros.

Tres noches después.

El Distrito Financiero "Aurora" era una ironía macabra: torres de cristal destrozadas por garras bestiales, logotipos corporativos de World Exploration descascarados por el fuego de mortero. Aquí, entre escombros de lujo, se escondían los últimos cómplices. Los que vendieron a Anya como "variable de control".

Usé el encriptador de Sonya.

Una frecuencia fantasmal, indetectable, se activó:

Canal seguro: 'Margarita Blanca'. Bienvenido, Custodio.

La voz sintética tenía un dejo del acento de Sonya. ¿Un toque personal?

Los datos fluyeron en mi retina a través de lentillas tácticas:

James Dark no había huido a Suiza. Estaba aquí, bajo el Banco Eurasia, en un búnker de nivel 7.

Dr. Mueller dirigía un laboratorio clandestino en la estación de metro Park Pobedy, usando prisioneros como conejillos de indias, su falso remordimiento lo venció su sangre científico.

Inversor clave: "Zephiroth-7" — alias del magnate oligarca Yuri Volkov. Dueño de Aurora.

El lobo olfateó el aire entre los escombros. Rastros débiles: colonia cara (Dark), formol (Mueller), y… vodka de ciruela y caviar (Volkov). Humanos. Corruptos. Débiles.

El subsuelo del Banco Eurasia olía a miedo y dinero viejo. Los guardias eran mercenarios con implantes WE-77x: ojos inyectados de rojo, músculos temblorosos por cócteles de esteroides. Amateur.

Esperé en el conducto de ventilación sobre su sala de control. Dark estaba allí, gordo y pálido bajo luces neón, gritando a una pantalla:

—¡Ese monstruo de Solovyev no puede estar vivo! ¡Quemen el silo Theta! ¡Quemen!

Salté. Sin garras. Sin rugidos. Solo precisión. Había dos guardias dentro, al primero le triture la garganta con el canto de la mano. El segundo le fracturé el cráneo contra el servidor. Dark me apuntaba con su pistola de oro temblando.

—¡T..Tú! ¡Nosotros te creamos! ¡Eres NUESTRO! — Sonreí. Por primera vez, el gesto no fue bestial. Fue humano. Terrible.

—Créame, Dark. Esto no es creación… — Avancé, pisando charcos de sangre mercenaria. —…es poda.

Le mostré el encriptador. En la pantalla principal, se desplegaron los archivos de Anya: su tos grabada, sus ojos vidriosos pidiéndome.

—¿Recuerda su voz, James? — susurré mientras inyectaba un nanotubo WE-77x en su yugular. —Ahora la escuchará eternamente.

El grito de Dark se mezcló con la tos de mi hermana en los altavoces. Sinfonía de justicia.

Sonya me esperaba en el Puente Bolshoy Kamenny, medio derrumbado sobre el río Moscova helado. Llevaba el uniforme de coronel, pero sin insignias. Un fantasma con autoridad.

—Volkov está muerto — dije, arrojándole una llave USB con sus últimas confesiones grabadas. —Mueller huyó por los túneles del metro. Su laboratorio arde.

Ella asintió, guardando el USB sin mirarlo. Sus ojos azules brillaban con el reflejo de la ciudad en llamas.

—El disco "Génesis" está en la red. Los gobiernos del mundo claman por la sangre de World Exploration — respiró hondo, el viento helado enredándose en su pelo corto. —Pero esto no termina aquí.

—No — concordé. El lobo dentro de mí se agitaba, olfateando su fatiga, su dolor, su determinación idéntica a la mía. —WE es una hidra. Cortamos una cabeza. Quedan otras…

Ella extendió una mano. No para un apretón. Para darme un nuevo dispositivo: "Fénix-7".

—Rastrea señales de Genoma BQ25 en cualquier frecuencia. Voronin no sabe que existe — sus labios esbozaron algo que no era una sonrisa. Era un pacto. —Cuando encuentres a Mueller…

—…lo saludo de tu parte — completé, guardando el Fénix junto al encriptador.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue el zumbido de dos depredadores descansando entre cacerías. Bajamos del puente juntos, separándonos en la calle carbonizada: ella hacia las ruinas del Kremlin, yo hacia las sombras del metro.

Antes de desaparecer, volví la vista atrás. Sonya Romanov caminaba erguida entre escombros, su figura se desdibujaba contra los incendios del horizonte. Se pudiera decir que ella misma era la flama.

No era una aliada. No era una cómplice.

Era el espejo en el que mi humanidad rota, por fin, reconocía algo más que odio.

El lobo gruñó dentro de mí.

Esta vez, sonó casi como un hasta pronto.

World Exploration creó monstruos.

Pero solo nosotros decidimos

si devoramos el mundo...

o lo protegemos de los verdaderos depredadores.

- Última entrada, Diario del Custodio.




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