El túnel del metro Park Pobedy se inclinaba hacia lo profundo, como las entrañas de un gigante enfermo. Las luces fluorescentes, medio fundidas, parpadeaban en un ritmo agonizante. Algo respiraba ahí abajo. Algo que no era humano.
El dispositivo Fénix-7 que Sonya me había dado vibraba en mi mano, su pantalla mostrando un pico de actividad del Genoma BQ25. No eran lecturas normales. Eran erráticas, salvajes, como latidos de un corazón a punto de estallar.
—Mueller, ¿qué demonios dejaste atrás?— El aire olía a sangre vieja y bilis, mezclado con el dulce tufo de la carne en descomposición. Las paredes estaban marcadas con arañazos profundos, como los de la Cripta, pero estos no eran de desesperación humana. Eran de algo más primitivo.
Ruido.
Un crujido húmedo, como huesos rompiéndose y reformándose demasiado rápido.
Me agaché, los músculos tensos pero controlados. El lobo dentro de mí olfateó el peligro antes de que mis ojos lo vieran.
Y entonces, aparecieron.
Los Fallidos.
Eran tres. O quizás cuatro. Era difícil decirlo, porque sus cuerpos no mantenían forma fija.
El primero tenía brazos alargados como tentáculos, terminados en garras retorcidas. Su espina dorsal sobresalía en picos irregulares, como si sus vértebras hubieran crecido hacia afuera.
El segundo arrastraba un torso hinchado, lleno de protuberancias palpitantes. Su boca estaba partida hasta las orejas, llena de dientes en hilera, como un tiburón mutado.
El tercero… apenas podía llamarse humano. Era una masa de carne y hueso en constante cambio, como si el Genoma BQ25 no pudiera decidir qué monstruo quería ser.
No había inteligencia en sus ojos. Solo hambre.
El Fénix-7 emitió un pitido agudo. Lecturas críticas. Estos no eran sujetos tratados. Eran fracasos. Experimentos que Mueller había abandonado cuando perdió el control.
El primero lanzó un chillido gutural y cargó.
No había tiempo para las armas. No había espacio para estrategia. Era un instinto puro.
Esquivé su primer embate, sintiendo el aire cortar donde sus garras pasaron. Demasiado lento. Estos no eran depredadores refinados como yo. Eran bestias sin conciencia.
El segundo saltó desde las sombras, su boca abierta en un gruñido que resonó como el chirrido de un metal retorcido. Lo atrapé en pleno aire, mis manos cerrándose alrededor de su garganta. Crujido. Su cuello cedió, pero no murió. Siguió forcejeando, sus extremidades retorciéndose en ángulos imposibles.
El tercero, la masa informe, se deslizó hacia mí como una avalancha de carne viva.
Sus pseudópodos se enroscaron alrededor de mi pierna. Sentí los huesos aplastándose. El lobo dentro de mí rugió, exigiendo libertad.
—¡NO!— no esta vez. No como ellos.
Con un movimiento brusco, arranqué el tentáculo de carne. El monstruo aulló, retorciéndose. El Fénix-7 en mi mano parpadeó en rojo.
Lectura: ORIGEN DE LA SEÑAL - NIVEL -7.
Mueller no solo había dejado experimentos fallidos. Había dejado algo más abajo.
El ascensor al Nivel -7 estaba sellado con símbolos de bio-peligro Nivel 10. Más alto que cualquier advertencia que hubiera visto.
Al abrirlo, el aire se espesó. Humedad. Podredumbre. Y algo más… algo eléctrico.
La sala era un laboratorio abandonado, pero no como la cripta. Esto era peor.
Jaulas de contención destrozadas. Mesas de operación manchadas de sustancias negras. Y en el centro…
Un tanque de cristal.
Dentro, flotando en un líquido ámbar, había un cuerpo.
No un monstruo. No un humano. Era algo intermedio. Mi reflejo distorsionado. El Fénix-7 estalló en lecturas frenéticas. GENOMA BQ25 - VARIANTE "ALFA". Y entonces, los ojos del ser en el tanque se abrieron.
Dorados. Como los míos. Pero sin humanidad. Sin dolor. Solo hambre. Y en ese momento, supe. Mueller no había huido. Había creado su sucesor. Y ahora… me miraba.