11:26 am 4 de Enero 2013 Carretera hacia Puerto Cabello, Carabobo, Venezuela
El auto quedó colgando en un ángulo peligroso, y eso significaba que, si alguien se movía un centímetro, estaríamos jodidos. Aunque, por suerte, después de un instantes de fuerte tensión, este se acomodó, y volví a acelerar.
Levanté la mirada, y a través del retrovisor, observé montones de infectados acumulándose al otro lado de la carretera. Algunos de ellos eran empujados por los que tenían atrás y caían al vacío, a la vez que otros se limitaban a vernos huir.
Fijé la vista en el camino, y al cabo de unos minutos, comenzó a distinguirse la silueta de un muelle abandonado. Varios gritos de alegría se escucharon en el auto, mientras que yo solo me limitaba a conducir.
Una vez allí, estacioné, bajamos todas nuestras provisiones, y fuimos hasta la puerta que nos separaba del muelle. Sin embargo, al acercarnos, pudimos ver un pequeño inconveniente: aquella enorme reja negra estaba cerrada con candado, así que tendríamos que escalarla.
Fui el primero en subir, llevando a cuestas una mochila con provisiones que sacamos del almacén y mi arma. José saltó justo después de mí, y entre los dos, registramos el lugar por completo, principalmente el área donde estaban los baños, pero además de una terrible peste a excrementos, no hallamos nada fuera de lo común.
Continuamos nuestra inspección por el resto de la zona, y solo vimos tres cadáveres con agujeros de bala en el cráneo. No había señales de vida.
Al ver que todo era seguro, las chicas nos pasaron sus mochilas a través de la reja, y con ayuda de Itay, lograron llegar hasta nosotros.
Fuimos al muelle con la esperanza de encontrar alguna embarcación que pudiera sacarnos de allí, pero no quedaba ni una sola lancha en las inmediaciones. Sin embargo, no todo estaba perdido; a lo lejos, pudimos distinguir un bote de tamaño medio. Parecía encontrarse en buen estado, y a simple vista, no había nadie más en él. El problema era que, como dije antes, estaba lejos.
Teníamos que nadar unos cuantos metros para llegar hasta allá, pero era la única manera de continuar con el plan. JDM nos dio a Itay y a mí un par de cuchillos para combate que guardaba en su mochila, dejamos nuestras pertenencias a cargo de las chicas, e inmediatamente nos lanzamos al agua.
Recorrimos unos cuantos metros dando brazadas, y después de varios minutos nadando, pudimos llegar a nuestro objetivo. Ahora teníamos otro problema, no hallábamos manera de subir al bote.
Nadamos alrededor de este en busca de cualquier pista, y entonces encontramos una cuerda que caía a pocos centímetros del agua. Itay fue el primero en trepar, seguido de cerca por José, y segundos después, yo también empecé a subir.
Tras una mirada rápida a la embarcación, notamos que se encontraba bastante descuidada. La cubierta estaba llena de sangre seca, y había un montón de casquillos de bala regados por el suelo, además, la puerta que conducía hacia el interior del bote tenía el pomo ensangrentado.
Con cautela, nos posicionamos a los lados, y a nuestra señal, Itay abrió la puerta. En ese preciso instante, ocho infectados salieron despavoridos de su encierro y se abalanzaron sobre él. Por fortuna, mi compañero logró apartarse sin recibir daños, y luego apuñaló a uno de ellos en la frente. Segundos después, este se desplomó sobre un charco de su propia sangre.
Itay y yo guardamos distancia de nuestros atacantes para protegernos de sus mordidas, a la vez que José apuñalaba a uno en el ojo derecho, y para cerciorarse de que no volviera a molestar, le propinó otra puñalada en el izquierdo.
Aún quedaban seis de esas cosas, y la mitad venía en mi dirección. Logré apartar a dos de ellos gracias a una patada lateral, pero el tercero se acercó demasiado. Aproveché la oportunidad para apuñalar su sien, le di un derechazo en la barbilla, y se derrumbó en el acto.
José pateó a uno de ellos en el pecho, este tropezó con la baranda del bote, cayó al agua, y luego se hundió, estirando sus manos en nuestra dirección. Nuevamente escruté los alrededores con la mirada, y noté que aún quedaban cuatro; dos querían matarme, y los otros dos iban por JDM. En seguida, Itay cogió un pequeño tubo metálico que estaba en el piso del barco, y golpeó a uno de los caminantes que se dirigía a nuestro compañero. Después, entre los dos, se encargaron de arrojarlo al mar.
Conecté una patada circular en las costillas del infectado más cercano, haciendo que tropezara con el que tenía detrás. Esto causó un extraño efecto dominó, e hizo que ambos cayeran al agua. Ahora solo quedaba uno en pie.
Este se abalanzó sobre Itay e intentó morderlo, no obstante, José lo levantó por debajo de los brazos, y arrojó su cuerpo al lado contrario del barco. De inmediato, me posicioné sobre él y apuñalé su frente varias veces seguidas, hasta que finalmente dejó de moverse.
—¿Están todos bien? —quiso saber JDM.