12:46 pm 7 de Enero 2013 San Antonio, Texas
Pasamos dos días más navegando tranquilamente, hasta que el 7 de enero al mediodía, Itay divisó tierra, y logramos desembarcar en San Antonio, Texas; justo como estaba planeado.
Bajamos lo que quedaba de las provisiones, y no habíamos recorrido más de dos calles, cuando encontramos una camioneta azul con las llaves pegadas al conector. Luego de corroborar que todavía encendiera y le quedara algo de gasolina, JDM tomó el volante. A su vez, Itay se sentó en la cabina, donde también colocamos los bolsos con provisiones, y las chicas iban en el asiento trasero con Keeper. Victoria sostenía su AK-103, y Vanessa portaba mi Desert Eagle. En cuanto a mí, ocupé el asiento del copiloto, y me encargué de cuidar el lado derecho del auto.
El plan marchaba mejor de lo esperado, hasta que, de repente, divisamos una enorme multitud en el medio de la carretera, y esta comenzó a avanzar en nuestra dirección. Ya era demasiado tarde para evitar que nos detectaran, así que le quité el seguro a mi arma, y José hizo una maniobra para bordearlos.
A medida que se acercaban, notamos que eran demasiado inteligentes como para ser infectados, y a pesar de nuestros esfuerzos por perderlos de vista, consiguieron obligarnos a frenar.
—¡Bajen del auto, cabrones! —ordenó una voz con acento mexicano.
—Tranquilo, tranquilo, venimos en paz —explicó JDM en tono conciliador.
—Más te vale, ese —amenazó la voz—. Un cholo nunca olvida.
—Solo queremos cruzar por acá —dejé el arma en mi asiento y bajé de la camioneta con las manos en alto.
—Pues no se va a poder, cabrón —negó el sujeto, a la vez que se nos acercaba un gran grupo de pandilleros.
La mayoría de ellos tenía el cuerpo completamente tatuado, y a juzgar por la manera en la que sostenían sus armas, estaban preparados para un enfrentamiento con cualquiera.
Por otro lado, el hombre que parecía estar a cargo de todo era bastante bajito, musculoso y su cuerpo estaba lleno de tatuajes. Este vestía con una franelilla amarillenta, pantalones de mezclilla rotos, y un par de zapatos negros.
—¿Por qué no? —inquirí, tratando de no parecer intimidado ante aquella multitud.
—No ayudamos a los gringos, esos pendejos no querían ayudarnos ni a nosotros ni a nuestros paisanos —replicó el mexicano, aparentemente molesto.
—Escucha —Itay dio un paso al frente, y unos cuantos pandilleros le apuntaron con sus armas, aunque este no les hizo mucho caso—, ninguno de nosotros es gringo, ni tampoco estamos a favor de ellos.
—No mames —el sujeto pareció reconocer el acento de Itay—. ¿Eres mexicano?
Él asintió como respuesta.
—¡Déjenlos tranquilos, muchachos! —ordenó, dirigiéndose a la pandilla—. Eres muy valiente, chavo, nadie se había atrevido a contradecirnos. ¿Cómo te llamas?
—Itay— se presentó, haciendo una ligera reverencia—, ¿y tú?
—José Sánchez, líder de los mexicanos sobrevivientes —respondió el hombre, observándonos con detenimiento.
—¿Tienen un grupo?
—Pues claro, apenas empezó la masacre, los cholos decidimos proteger nuestro país, pero esos pendejos nos superaban en número. México cayó poco a poco, y huimos para acá. En la frontera vimos a varios gringos que no querían darnos paso y quisieron echarnos a tiros, así que tuvimos que matarlos para llegar a esta zona —nos contó Sánchez con indignación.
—¿Cómo te atreves a insultar mi país? You fucking... —antes de que Vanessa culminara la frase, me llevé el dedo a los labios y le indiqué que hiciera silencio. La chica me miró con rabia por unos segundos, pero debido a la situación no tuvo de otra que obedecer.
—Como les decía, tenemos un grupo bastante fuerte. Hay comida, armas, y algunos carros —prosiguió el hombre que, por suerte, no le hizo caso a aquel comentario—. ¿Se nos unen?
—De verdad agradecemos tu oferta, aunque primero que nada debemos hacer algo muy importante —explicó Itay.
—Entiendo —se acarició la barbilla—, pero no crean que los dejaremos ir así como así —se giró hacia los cholos—. ¡Muchachos, denle algo de comer a estos chavos, que ya están esqueléticos!
Lo peor es que tenía razón. Nuestra dieta de enlatados evitaba que muriéramos de hambre, pero no nos nutrían lo suficiente, así que todos estábamos bastante delgados.
En ese instante, un par de sujetos nos trajeron un plato con varios tacos rellenos de guacamole, y sin perder tiempo, empezamos a comer con desespero. Al terminar, seguimos conversando con la pandilla, y finalmente decidieron escoltarnos hasta la frontera con Austin, Texas.
En seguida, los sujetos se subieron a sus enormes camionetas, condujeron unos cuantos metros por delante de nosotros, y al cabo de unos minutos, vimos cómo una multitud se atravesaba en el medio del camino. Por un momento creímos que serían más cholos, pero el sonido de varios disparos nos hizo ver que estábamos errados.