7 de Enero 2013 07:35 pm Denver, Colorado
Lo que uno hace por los amigos. Acababa de salvarme de ser una de esas cosas, y ahora volvía a arriesgar la vida para distraerlas. Definitivamente, si tuviera un ángel de la guarda, este estaría cagándose en todo mi árbol genealógico y maldiciendo el día en el que le asignaron cuidar de mí.
En fin, tan rápido como pude, corrí dándole la vuelta a la manzana y volví a gritar obscenidades contra los zombis, quienes comenzaron a venir en mi dirección. Acto seguido, les disparé varias veces, y derribé a un par de ellos, al mismo tiempo que mis amigos se subían al auto.
A partir de allí contaba con cinco minutos para alcanzarlos, y si no no lo lograba, tendría que cruzar varias calles hasta llegar al punto de control acordado.
Continué guiando a mis perseguidores hasta entrar a un callejón apartado donde, para mi sorpresa, venían más zombis desde el otro extremo, bloqueando así mi única vía de escape.
Mi corazón se detuvo por unos segundos, e intenté visualizar alguna salida cuando, por suerte, alcé la vista y lo vi. Se trataba de un cuerpo masculino en proceso de descomposición, aunque lo realmente interesante era observar que seguía agarrado a un escalera de pasamanos, la cual se suspendía a unos dos metros en el aire.
En seguida, agarré las piernas del cadáver y tiré de ellas hasta que cayó al suelo. Acto seguido, retrocedí unos cuantos pasos, casi al alcance de los zombis, y utilicé aquel impulso para dar un gran salto.
Por cuestión de unos pocos centímetros, pude sostenerme de la escalera, aunque el dolor no tardó en invadir la herida de mi brazo izquierdo, que comenzó a sangrar debido a la presión que estaba ejerciendo. No obstante, ese era el menor de mis problemas.
En pocos instantes, varios infectados se aglomeraron debajo de mí, estirando sus despellejados brazos en mi dirección; por lo que, tratando de ignorar el sangrado, comencé a escalar, al mismo que tiempo que una mano se aferraba a mi zapato con la esperanza de derribarme.
Moví la pierna con desespero hasta que al fin me lo quité de encima, y entonces seguí trepando para llegar al techo del edificio. A su vez, los zombis desistieron al ver que me encontraba fuera de su alcance, y se conformaron con devorar el cadáver entre todos.
Después de unos segundos de dolor, conseguí llegar al techo y miré hacia la calle, solo para observar cómo una horda de caminantes iba hacia nuestro vehículo, donde los chicos seguían esperando por mí.
De inmediato, comencé a correr en dirección al edificio de al lado, y al ver que este era un poco más bajo, opté por aprovechar el impulso para saltar hacia él. Aterricé de pie, y apenas recuperé el equilibro, volví a asomarme por el borde del techo para observar cómo la camioneta aceleraba con rumbo al hotel que habíamos acordado.
Opté por seguir corriendo y saltando entre edificios, hasta que, finalmente, llegué frente a uno bastante alto que me obligó a frenar en seco; puesto que si bajaba a la calle, me comerían vivo, y si me quedaba allá arriba, mis amigos me tomarían como muerto.
Exhalé con fastidio, y decidí revisar la distancia hasta el otro edificio. A simple vista eran unos cuatro metros, y al otro lado podía verse una ventana estrecha, aunque no imposible de atravesar.
En fin, retrocedí unos cuantos pasos para tomar impulso, até el rifle a mi espalda, y comencé a correr tan rápido como mis piernas me lo permitieron. Acto seguido, di un largo salto, incliné el hombro hacia adelante, y entonces mi cuerpo rebotó contra el cristal. Claro, era un vidrio blindado. Supongo que debí haber visto el logo del banco antes de saltar.
Para prevenir el riesgo de caer, me sujeté al marco de la ventana con ambos brazos e hice todo lo posible por recuperar el equilibro con rapidez. Sin embargo, al bajar la mirada, noté que una viga de unos treinta centímetros de ancho se extendía bajo mis pies, por lo que me apoyé de ella y salté hasta otra ventana, la cual estaba junto una tubería rugosa, perfecta para escalar; cosa que hice poco a poco, evitando resbalarme.
Al llegar al piso de arriba, me acomodé en otra viga, y jadeando, noté que tenía las manos bastante sudadas. Me dedicaba a limpiarlas en mi pantalón, cuando la ventana a mis espaldas se abrió de repente, y al otro lado apareció una chica rellenita de cabello negro. Esta me sonreía con diversión, a la vez que sus expresivos ojos castaños escrutaban cada parte de mí con curiosidad.
—¿Quieres entrar? Podrías coger un resfriado allí fuera —dijo la chica en inglés, invitándome a pasar con un ademán.
—¿De verdad planeas que acepte así como así? Ni siquiera me has dicho tu nombre —respondí en su idioma.
—No creí que presentarnos fuera tan importante en este momento, pero ya que insistes, me llamo Jamie —se acomodó el cabello detrás de la oreja—. ¿Qué hay de ti?
—Freider —afirmé, sintiendo algo de vértigo.
—Bien, Freider, ¿vas a entrar o piensas dormir en la cornisa?