12:43 am 5 de Enero 2013 Valencia, Venezuela
Robert, Ricardo y Fran habían escapado a salvo del hotel; aunque lejos de tener tiempo para recuperarse de aquel susto, aún tenían que encontrar a sus padres. Debido a esto, Robert abrió la puerta de la azotea en la que se encontraban, y luego de echar un vistazo detallado, le indicó a los demás que era seguro bajar.
Entonces, todos hicieron lo propio, pero no fue hasta observar los alrededores, que se dieron cuenta que estaban dentro de un pent-house. Debido a esto, se dividieron para hacer una inspección rápida del lugar, y Fran, como de costumbre, se adelantó, llegando así hasta una pila polvorienta de cajas, donde encontró las llaves de un auto.
Por su parte, Robert entró a una pequeña habitación, y cuando cruzaba la entrada, se escuchó un golpe brusco desde el baño. Con precaución, el chico tomó su AK-103 por el cañón, a modo de bate, y abrió la puerta del servicio; solamente para ver que había un zombi encerrado en la ducha.
En seguida, salió de allí y volvió para inspeccionar la habitación, donde al cabo de unos minutos, halló un bate en el closet. Acto seguido, volvió al baño, corrió la puerta de la ducha, y cuando esa cosa intentó abalanzarse sobre él, le reventó el cráneo de un batazo.
Mientras tanto, Ricardo estaba en el piso inferior, el cual estaba dividido en dos partes: un garaje y un pequeño salón de fiesta. Ricardo entró a este último, y con cuidado, revisó cada rincón del lugar en búsqueda de cualquier peligro; aunque en vez de eso, halló una barra para atizar el fuego de las chimeneas, en otras palabras, el arma ideal para luchar a corta distancia.
Al terminar la revisión en aquella zona, el chico empuñó su atizador con fuerza, y procedió a entrar al garaje. Este tenía capacidad para unos cuatro vehículos de tamaño estándar, y en la parte un amplio portón. No obstante, estaba prácticamente vacío, y en él solo quedaba un pequeño auto de dos puertas. Este era completamente blanco y parecía estar en perfecto estado; además, al acercarse para verlo mejor, se dio cuenta de que estaba lleno de provisiones.
Al ver esto, Ricardo no pudo contener su emoción, subió las escaleras tan rápido como su ancho cuerpo se lo permitía, y antes de que sus amigos pudieran decir algo, gritó:
—¡Encontré un Volkswagen en el aparcamiento!
Los hermanos intercambiaron una mirada breve, y entonces Fran sacó de su bolsillo las llaves que había encontrado antes.
—Supongo que no se lo llevaron porque faltaban estas —razonó Fran, levantando el llavero a la vista de todos.
—Entonces, vamos a probarlo y ojalá que funcione —suspiró Robert.
De inmediato, los tres bajaron las escaleras y caminaron al interior del aparcamiento. Una vez allí, Fran se subió al auto, metió las llaves en el conector y lo encendió; haciendo que el motor rugiera con fuerza durante los primeros segundos.
Al ver esto, Robert abrió el portón manualmente, y vieron que este daba hacia un enorme aparcamiento, donde estaban estacionados los autos de los vecinos, e incluso algunos visitantes. A su vez, también notaron que se encontraban en un segundo piso, y que frente al garaje de la derecha, habían varios vehículos puestos a modo de barricada.
Entonces, Fran aceleró con cuidado y tuvo que esquivar unos cuantos vehículos que habían chocado entre sí. Incluso, en uno de ellos se hallaba un zombi, que por lo visto llevaba semanas allí metido y golpeaba el vidrio con los muñones que antes le habían servido de manos.
Mientras tanto, Ricardo se bajaba del auto para abrir el enorme portón, y a duras penas, logró hacerlo. Sin embargo, instantes después, unos cincuenta infectados se colaron a través de él, y Ricardo apenas pudo subirse al auto.
Acto seguido, los caminantes rodearon el pequeño vehículo y comenzaron a golpearlo con desespero.
—¿Qué haremos? —inquirió Robert, sintiendo cómo se le formaba un nudo en el estómago.
—No lo sé, déjame ver qué encuentro —dijo Ricardo, inclinándose para revisar la guantera del auto.
En esta se encontraban una caja de fuegos artificiales y otra de cerillos, además de un rollo de papel higiénico y una linterna.
Inmediatamente, Ricardo abrió la primera caja que, según la etiqueta, era de minifus —este tipo de pirotecnia tiene la forma de un cigarro y produce un estruendo enorme—, tomó uno de ellos y luego abrió la otra, extrajo un cerillo y lo raspó contra la lija del empaque.
Por pura suerte, el cerillo encendió al primer intento, y con rapidez, Ricardo lo utilizó para prender el minifu. Este soltó su humo característico, abrieron la ventana del auto y Ricardo lo arrojó lo más lejos posible.
Rápidamente, volvieron a subir la ventanilla, y al cabo de unos pocos segundos, se escuchó una explosión bastante fuerte. Esta activó la alarma de unos cuantos vehículos, e hizo que los infectados siguieran el sonido de las alarmas.