Después de machacar bien a los chicos en el hielo, papá los manda al gimnasio y a mí me invita a almorzar en su oficina.
— Solo hay que… hacer algo de espacio — dice mientras aparta montones de papeles del escritorio. — Nunca tengo tiempo para organizar esto.
Personalmente, ni siquiera había notado el desorden. Mi atención se centra en la vitrina llena de trofeos, medallas y diplomas. Hay tantas distinciones amontonadas que pronto tendrá que comprar otra estantería. Es impresionante. Con todo ese oro se podrían revestir de nuevo las cúpulas de las iglesias de Kiev.
— ¡Vaya…! — no puedo contener mi asombro. — ¿Todo esto es tuyo?
— De los equipos que he entrenado — papá se detiene a mi lado. — En Canadá me conocen como el entrenador que fabrica jugadores para la NHL.
— La Liga Nacional de Hockey — añado, solo para demostrar que algo sé del tema.
— Exacto. En el draft de este año, alguno de mis chicos seguro conseguirá un contrato y dará el salto a la gran liga.
— ¿Por eso los machacas tanto?
— No. Los machaco para que den lo mejor de sí en el partido de mañana. Si los Orlans hacen el ridículo contra los Lobos de Vancouver, entonces… Bah, da igual, esto no te interesa — esboza una sonrisa forzada. — Mejor siéntate y come algo.
Saca un táper.
— No teníamos ingredientes para hacer estos sándwiches — comento, observando con desconfianza los triángulos de pan perfectamente cortados, rellenos de pavo, pepino y queso curado.
— Fue Margaret — se encoge de hombros. — No se lo pedí, pero… A veces pasa por las mañanas a desearme un buen día. Y nunca viene con las manos vacías.
Contengo una sonrisa.
— Deberíamos invitarla a cenar.
— Quizá algún día…
— Mañana.
— Mañana tenemos partido fuera.
— Pero volverás, ¿no? Mientras tanto, yo puedo preparar algo especial. ¿Alguna vez ha probado la comida ucraniana?
— No lo sé… — se encoge de hombros. Da un bocado a su sándwich y lo mastica pensativo. — ¿De verdad crees que es buena idea?
— ¿Por qué no?
— De acuerdo — cede. — ¿Y Hunter? ¿Lo invitamos también? Al fin y al cabo, son una familia…
— Solo si prometes no hacerlo hacer flexiones después de la cena.
— No lo haré, porque en mi casa estará bajo vigilancia.
— Y hablando de vigilancia… ¿por qué armaste ese numerito?
— ¿Qué numerito? — se hace el desentendido.
— Eso de prohibir que hablen conmigo. Fue…
— Fue lo correcto. Alicia, gracias a los genes de tu madre, has crecido siendo una chica muy guapa. Y sé perfectamente cómo piensan los chicos.
— O sea, que te preocupa que alguno de ellos quiera acostarse conmigo.
— Sí — apenas logra tragar el bocado. — Me aterra.
— Pero tengo cabeza, papá. Si alguno intenta algo, puedo manejarlo.
— No lo dudo. Pero mejor que desde el principio sepan a qué consecuencias se exponen.
Muerdo mi sándwich. Bastante bueno, la verdad.
— En esto se diferencian mucho tú y mamá — comento, pensativa. — Ella, al contrario, sueña con que me case pronto y le dé nietos.
— ¿Nietos? — papá se atraganta. — ¿Tan pronto?
— Tengo veintidós. Cuando nací, tú y mamá tenían diecinueve.
— Nosotros no somos el mejor ejemplo. ¿No crees?
— Estoy de acuerdo. Pero, aun así, agradecería que recordaras que ya soy adulta.
— Para mí, siempre serás mi niña — se encoge de hombros. — No puedo evitarlo.
Se hunde otra vez en su montaña de papeles, buscando unas servilletas, y por poco vuelca el termo con té.
— Necesitas un asistente.
— Un asistente, un contable y una persona que me limpie esto — suspira.
— Y yo necesito dinero. Así que… ¿qué tal si me contratas? — sonrío con mi brillante idea.
— Te puedo dar dinero sin más. ¿Cuánto necesitas?
— No. Así no lo acepto.
— ¿Por qué?
— Volvemos a la conversación sobre que soy una adulta. Quiero ganármelo, no vivir a tu costa. Si es legal, claro.
— Creo que no estamos infringiendo ninguna ley si me ayudas sin exigir contrato.
— Me gusta el trabajo de oficina. En la universidad trabajé en la biblioteca, organizando archivos, así que tengo algo de experiencia. Además, así no me aburriré en casa.
— ¿Eso significa que te quedarás más tiempo en Frostgate?
Sí. No es que lo haya planeado así, pero creo que es lo correcto.
— Me quedaré hasta que tu oficina deje de parecer un almacén de papel reciclado.
Veo cómo los ojos de papá se iluminan.
Apuesto a que, si fuéramos más cercanos, me abrazaría.
— ¡Trato hecho! Pero no más de tres horas al día, y el pago será en efectivo cada fin de semana.
— Me parece justo.
Apenas termino mi sándwich cuando la puerta se abre.
Un chico aparece en el umbral con el pelo empapado de sudor. Sus ojos se posan en mí por una fracción de segundo antes de bajar la vista al suelo, como si yo fuera la mismísima Medusa y mirarme fuera peligroso.
— Entrenador, han llegado unos periodistas. Quieren hacerle unas preguntas.
— Diles que no tengo tiempo.
— Ya se lo dije. Pero insisten en que tenían cita previa.
Papá vuelve a sumergirse en el caos de papeles. Entre recibos y folletos publicitarios, encuentra una hoja con la fecha de hoy y una anotación: entrevista.
— Es verdad… lo olvidé. Ahora voy.
Exhala pesadamente.
— Sí, definitivamente necesito una asistente.