Coeficiente de fiabilidad

6.1

Papá me lanza una mirada de “no quiero, pero toca” y se va con los periodistas. No me queda otra que esperar.

Podría aprovechar para empezar a ordenar su despacho, pero sin instrucciones claras, temo tirar a la basura algún documento importante. No quiero meter la pata antes de que mi puesto como asistente sea oficial. ¿O era limpiadora? Asistente suena mucho mejor. De hecho, mejor aún: asistente del entrenador de un equipo de hockey. Suena casi profesional.

Pero como la asistente-limpiadora aún no ha recibido sus responsabilidades, decide dar una vuelta por la arena para hacer algo más que mirar el techo. Es decir… inspeccionar su futuro lugar de trabajo.

Lo primero que llama mi atención es el horario de entrenamientos, sujeto con una chincheta en un tablón. Según la tabla, dentro de una hora, después de los Orlans, les toca a los patinadores artísticos. Eso sí es un espectáculo visual: giros elegantes, líneas perfectas y ligereza absoluta. Mucho más bonito que un grupo de chicos sudorosos en equipación pesada que, desde la grada, parecen más mineros cabreados que atletas de élite. Y papá, claro, su capataz.

Paso junto a las puertas etiquetadas como "Sala de equipamiento" y "Reparación de patines", y me detengo a echar un vistazo. La luz es tenue y huele a cuero, metal y aceite. Sigo avanzando hasta una sala donde varias mujeres se paran frente a un espejo de cuerpo entero, charlando animadamente en francés. De vez en cuando, observan sus propias posturas reflejadas en el cristal. Son delgadas, esbeltas incluso con ropa deportiva. Definitivamente patinadoras.

Continúo mi expedición por este laberinto de pasillos, cada vez menos segura de recordar el camino de regreso. No es nada nuevo. Puedo perderme en cualquier parte. Estudié cinco años en la universidad y hasta en el último curso todavía me equivocaba de aula o de edificio. Según Sol, sufro de cretinismo topográfico. Yo prefiero llamarlo alma romántica distraída, porque mi mente suele estar tan ocupada soñando que no le da tiempo a memorizar direcciones.

¡PUM!

— ¡Ay! — me giro de golpe. Unas manos me sujetan por los hombros para evitar que pierda el equilibrio.

— Eres puro caos — dice una voz con un toque de ironía. — ¿Me estás siguiendo?

Oliver. Por supuesto. Este maldito pueblo parece conspirar para que nos choquemos cada dos por tres.

Me quedo tan pasmada que no alcanzo a responder. Su mirada me examina con desconfianza genuina, y de pronto me siento como un conejito indefenso frente a una serpiente. Hipnotizada, vulnerable y completamente desconcertada.

El sonido de algo golpeando el suelo me saca del trance. Miro hacia abajo y veo decenas de pequeñas pastillas esparciéndose por el suelo.

— Mierda… — gruñe Oliver.

Instintivamente, me agacho para ayudar a recogerlas, pero él se apresura a agarrarlas como si fueran piedras preciosas.

— No hace falta, yo me ocupo — dice en un tono demasiado brusco.

— No tengo nada mejor que hacer — respondo, tomando una del suelo. Apenas la toco cuando su mano la arrebata de mis dedos con rapidez.

— Gracias, pero no es necesario — insiste. Mete las últimas pastillas en su bolsillo y se pone de pie. Sus movimientos son tensos, y sus ojos apenas logran esconder el vacío calculado de su expresión.

— ¿Qué es eso? — pregunto sin pensarlo, más por romper la tensión que por curiosidad real.

Aprieta la mandíbula.

— Vitaminas.

— ¿Vitaminas? — repito, arqueando una ceja. — Parecen bastante caras…

— Lo son. Especiales para deportistas — responde seco. Su voz sigue sonando tajante, pero luego se suaviza. — Me esperan. Que tengas una buena tarde, Alicia.

Se gira y se aleja rápido, dejándome sola en el pasillo semioscuro.

Bajo la vista y me doy cuenta de que ha dejado algo atrás.

Un pequeño frasco de plástico transparente.

Lo recojo y lo acerco a la luz. Leo la etiqueta. No me dice nada.

La curiosidad me hace sacar el móvil y teclear el nombre en Google.

Leo la descripción.

Y frunzo el ceño.

— Esto no son vitaminas… — susurro para mí misma.

Es un potente analgésico.

Un medicamento recetado para el manejo del dolor intenso tras una lesión o cirugía.

Curioso.




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