Alicia
Estoy sentada frente al televisor, cambiando de canal sin prestar atención. Las imágenes parpadean, coloridas, pero ninguna logra interesarme. No puedo concentrarme. No puedo reunir mis pensamientos. Todos se atropellan, desordenados, caóticos. Pero ese caos en mi cabeza se reduce a una sola cosa: me siento sola. Ni siquiera la presencia de papá y las risas de Margaret en la habitación contigua logran disimular esa sensación. Me siento como si estuviera sola en esta casa. Como si fuera la única persona en todo este maldito país.
Ya pasaron varios días desde la operación de Oliver. Suficientes como para que se haya recuperado un poco. Suficientes como para haber escrito al menos un par de palabras.
Pero él no dice nada. ¿Está tan molesto?
He intentado no pensarlo. Enterrar esa ansiedad amarga en lo más profundo. Yo misma decidí esperar, darle espacio. Pero cada vez que dejaba una nota, cada vez que daba alguna señal de vida, esperaba que él también me la diera.
Un mensaje corto. Un simple "gracias". Cualquier cosa. Hasta una tontería. ¿Tan difícil es?
En lugar de eso — silencio.
Sé que lee mis notas. Que no rechaza la comida. El médico dijo que su apetito está bien. Incluso Hunter gruñó una vez: “Cuando tú le traes comida, se pone menos insoportable”. Pero más allá de eso… nada.
Si le importara, haría algo. Si de verdad sintiera algo… habría al menos intentado acercarse. Pero Oliver guarda silencio.
Ese pensamiento se me mete bajo la piel como veneno. Contamina cada rincón de este corazón hecho pedazos. Inspiro hondo y cierro los ojos. Tal vez espero demasiado de un chico con el que he pasado tan poco tiempo. A mí me bastaron unas cuantas citas para enamorarme. Pero él… él no tuvo tiempo.
Suspiro, intentando contener el dolor. Pero es imposible. Esa tristeza ha echado raíces dentro de mí como un rosal lleno de espinas, apretando cada día más fuerte. No soy tonta. Vi cómo me miraba. Sentí su mano apretando la mía cuando más lo necesitaba. Sé que fui importante para él. Pero no lo suficiente como para que quisiera luchar por mí.
Y esa es la respuesta que tanto esperaba. Él simplemente… no está dispuesto a luchar.
El móvil vibra en mi bolsillo. Me sobresalto, el corazón da un salto. Me descubro deseando con una estúpida esperanza: ¿será él?
Pero en la pantalla aparece: “Mamá”.
Bajo los hombros y contesto.
— Hola, mamá.
— Alicia, cariño —su voz es suave, familiar, tan cálida que de inmediato me dan ganas de llorar como una niña—. ¿Cómo estás?
— Bien… —me envuelvo más fuerte con la manta, como si pudiera esconderme dentro de ella.
— ¿De verdad? —pregunta con dulzura, notando que miento—. ¿Y tu chico? ¿Cómo está?
Aprieto los dientes.
— Mejor —respondo, y de inmediato cambio de tema—. ¿Y tú?
— Regular… hoy casi no salí de la cama —responde suspirando, y casi puedo imaginarla encogiéndose de hombros—. Otra vez la presión me juega malas pasadas.
Me tenso.
— ¿Llamaste al médico?
— Sí, la vecina llamó a emergencias. Querían ingresarme, pero me negué. Un par de días y estaré como nueva. No es la primera vez.
— ¡Pero la última vez estuviste al borde de un colapso! —exclamo, recordando cómo pasó semanas conectada a suero.
Aprieto el móvil con fuerza. Conozco bien a mi madre. Incluso estando mal, aguanta hasta el final, hasta desmayarse en la cola del supermercado si es necesario. Siempre quiere demostrar que puede con todo, que no necesita ayuda.
Cierro los ojos.
Tal vez deba regresar.
Ya no sé qué estoy haciendo aquí. ¿Qué sentido tiene quedarme? Después de todo, ya logré lo que vine a buscar: reencontrarme con papá, encontrar respuestas.
Oliver no me necesita.
Papá ha aprendido a vivir solo.
Pero mamá… mamá sí me necesita. Y extraño muchísimo a Sol.
— Mamá… —aprieto tanto la manta que los nudillos se me ponen blancos—. Voy a volver.
Silencio al otro lado de la línea.
— ¿Estás segura? —pregunta al fin.
Respiro hondo.
— Sí.