Coeficiente de fiabilidad

28.1

Oliver

Creo que me estoy muriendo. O al menos estoy pasando por las diez etapas de una crisis nerviosa al mismo tiempo. Me tiemblan las manos, el pulso va a la velocidad de la luz y en la cabeza solo gira un pensamiento: ¿Qué demonios estoy haciendo?

Hay cosas tiradas por toda la habitación, la maleta sigue abierta y vacía, y en mis manos… un manual de conversación ucraniano-inglés.

—¿Hablas en serio? —Hunter está en la puerta, con los brazos cruzados, mirando cómo intento desesperadamente memorizar al menos unas cuantas palabras—. ¿De verdad crees que te va a servir “Buenos días, estoy perdido, ¿puede ayudarme a encontrar un hotel”?

—¿Y si me sirve? —murmuro, respirando hondo—. Necesito estar preparado.

—Hermano, en el mundo moderno existe Google Translate. Te saca de cualquier lío.

—Ojalá Google Translate hiciera que Alicia contestara el teléfono —gruño, mostrándole la pantalla. Otra llamada perdida, una más.

Hunter se queda en silencio por un momento. Se acerca, toma el teléfono y examina con cuidado la lista de mis intentos.

—Treinta y dos veces, McKay —dice al fin, levantando una ceja—. Esto ya no es romántico, es acoso. Eres un maldito psicópata. Yo tampoco te abriría la puerta.

—¡Estoy desesperado! —exclamo, alzando los brazos—. ¡No responde! ¿Por qué? ¡Tengo tantas cosas que decirle!

—¿Y no se te ocurre que quizá… solo quizá… NO QUIERE hablar contigo?

Lo miro fijamente.

—¿Qué? ¡No! ¡Eso no puede ser! En el fondo, Alicia sí quiere. Lo sé… lo vi en su mirada. Estaba enamorada de mí. Eso no se esfuma tan rápido.

Hunter pone los ojos en blanco.

—Ya, cállate antes de que vomite. Mejor te ayudo a hacer la maleta —dice, observando el desastre que tengo en la habitación—. ¿Qué planeas llevarte a Ucrania?

Miro mi intento de equipaje. Al lado de la maleta hay un caos de cosas que me parecen vitales: camisetas, pantalones, patines (¡un verdadero jugador de hockey siempre debe estar listo!), cinco cargadores distintos y un paquete de Snickers.

—Sabes que allá también hay tiendas, ¿verdad? —suspira Hunter.

—Es por si acaso —respondo, metiendo las barritas en el bolsillo lateral—. Son nutritivas. Buenas para el cerebro.

—Me temo que ya no hay Snickers que salven tu cerebro… —Hunter se aprieta el puente de la nariz—. Bien. Me voy contigo.

Me quedo congelado.

—¿Qué?

—Voy a volar contigo —pronuncia, marcando cada palabra.

—No.

—No vas a sobrevivir este viaje, McKay. Estás como un labrador nervioso antes del veterinario. Necesitas a alguien que te ayude a no hacer el ridículo. O, en su defecto, que haga menos doloroso tu desastre.

—Puedo… puedo hacerlo solo.

—¿En serio? —levanta una ceja—. Ni siquiera te controlas.

—Lo tengo todo bajo control.

—¿Por eso estás empacando un secador de pelo, cuando ni cabello tienes para secarte? ¿También es parte de tu plan estratégico?

Miro el secador en mi mano. Mierda, ¿cómo llegó ahí? Ni siquiera sabía que tenía uno.

—Tal vez tu compañía no sea tan mala idea…

Hunter sonríe.

—¡No te vas a arrepentir! Este viaje lo vamos a recordar toda la vida.

Y sí. Estoy seguro de que no lo olvidaré.




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