Coeficiente de fiabilidad

28.2

Creo que nunca estuve tan nervioso en un avión. Bueno, miento. Una vez, cuando volábamos a la final de los playoffs, mi estómago decidió que era el momento perfecto para declararse en huelga. Pero al menos entonces no tenía esta maldita sensación de que todo está perdido. Solo vergüenza. Ahora, en cambio, tengo el corazón en la garganta, la presión por las nubes, las manos temblando… y todavía falta una eternidad para enfrentar la vergüenza final, o sea, ver a Alicia.

—Vas a morirte, pero no por el vuelo, sino porque yo te voy a matar si no dejas de moverte —gruñe Hunter cuando me cambio de posición otra vez y vuelvo a hacer clic con el cinturón de seguridad—. Siéntate ya, respira y al menos finge que eres un ser humano que sabe lo que hace.

Inhalo hondo y asiento. Ok. Soy un adulto. Puedo con esto. Yo… estoy a punto de perder la cabeza.

—Creo que deberíamos alquilar un auto y recorrer Ucrania —dice Hunter de repente, cambiando de tema—. Estuve investigando y parece que hay lugares muy interesantes.

—No pienso recorrer nada contigo. Por si olvidaste, tengo otros planes para este viaje.

—Podemos visitar esos sitios después de que Alicia te mande al diablo —se encoge de hombros.

Genial. Ahora sí me inunda una nueva oleada de pánico. ¿Qué le voy a decir cuando la vea? Me planto frente a su puerta, ella abre, me mira… ¿y luego qué? “Hola, estoy aquí. Como no contestabas mis llamadas, decidí cruzar el océano. No podía con tu silencio.” Genial. Suena como el plan de un acosador.

—Eres el peor amigo del mundo —le digo, llevándome los dedos a las sienes—. Te traje para que me apoyes, no para que te burles.

—¡No me burlo! Al contrario, estoy preparándote psicológicamente para lo peor. Así no te toma por sorpresa.

—Entonces cambia de táctica.

—Hmm… —Hunter mira a su alrededor—. Ya sé. Necesitas beber algo.

—¿Agua?

—No. Algo fuerte. Voy a preguntarle a las azafatas si tienen alcohol —se levanta y se va hacia las chicas con falditas azules. Seguro su repentina preocupación no tiene nada que ver con mi crisis y sí todo que ver con esas faldas.

Cierro los ojos, tratando de disfrutar su ausencia. Ya me he arrepentido mil veces de haberlo traído conmigo. Pero justo cuando empiezo a relajarme, una señora mayor con un suéter azul brillante se instala en el asiento de Hunter. Fantástico.

—Voy a descansar un ratito aquí. Mi asiento está al otro extremo del avión… ¿Quién pone el baño en la cola? —dice desabrochándose un botón. —Voy a ver a mis nietos. ¿Usted también va a ver a la familia?

—No —respondo, obligándome a sonreír—. A ver a una chica.

Los ojos de la señora se iluminan.

—¡Ay, qué bonito! ¿Y en qué ciudad vive? ¿Se conocieron por esas cosas modernas, el internet?

Lanzo una mirada asesina a Hunter, que está tan ocupado coqueteando con las azafatas que ya ni se acuerda de mí.

—Es una historia larga… No le interesaría —digo con la esperanza de que entienda la indirecta y me deje en paz.

Pero ella rueda los ojos y me da un golpecito en el hombro.

—¡Por supuesto que me interesa! Mire, yo también tengo una historia especial con mi difunto esposo…

Y se pone a contarla. Paso la siguiente media hora escuchando cómo su Mikola viajó por cinco ciudades para convencerla de salir con él. Me cuenta cada detalle —cómo la esperaba bajo la ventana con flores, cómo le escribía cartas, cómo la llamaba desde un teléfono público cuando aún no existían los celulares…

Cuando termina, me aprieta la mano con fuerza:

—Cuida ese amor, muchacho. Yo ahora no solo cruzaría un océano, me iría hasta el espacio si eso significara volver a ver a mi Mikola…

La miro. Su rostro lleno de arrugas, pero tan cálido. Y por primera vez en días, me invade una extraña sensación de paz. Si pudiera elegir, habría traído a esta señora encantadora en lugar de Hunter. Debería memorizar su historia. Tal vez pueda usarla con Alicia como último recurso.

Cuando se va, Hunter regresa a su asiento, me lanza una diminuta botellita de coñac al regazo y me susurra:

—Increíble. Apenas cinco horas en el aire y ya te encontraste otra novia. Te juro que se lo cuento todo a Alicia...




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