Coeficiente de fiabilidad

Capítulo 29

Alicia

Por fin salgo de la oficina y respiro profundamente. La entrevista fue bien, me han aceptado para un período de prueba en una agencia inmobiliaria. Debería alegrarme, pero no lo estoy. El trabajo no es malo, el sueldo es decente, los compañeros son amables... pero en el fondo sé que no es lo que quiero. Preferiría seguir ayudando a mi padre. Por extraño que parezca, allí —entre el caos total, entre las paredes heladas de la pista— yo sí me sentía en mi lugar.

Me ajusto el abrigo y acelero el paso. Hace fresco, las farolas proyectan sombras largas sobre la acera, la ciudad bulle con su propio ritmo. Y yo también sigo. Da igual que, en realidad, solo quiera acostarme en mitad de la calle y echarme a llorar. Se pasará. Solo necesito… aguantar un poco más.

Y entonces los veo. Me quedo inmóvil, temiendo incluso parpadear —no quiero disolver este espejismo perfecto. ¡Oliver y Hunter están frente a mi edificio! ¿Pero cómo es posible? ¿Una alucinación? ¿Un sueño? No… en mis sueños, Oliver habla en ucraniano. Y en los sueños no duele. Pero esto… esto me parte el pecho.

Por si acaso, miro a mi alrededor. Si veo unicornios, esto es un sueño. Pero no, aparte de dos canadienses en pleno barrio residencial de Jersón, todo parece normal. Entonces… ¿cómo llegaron aquí? Mientras intento no desmayarme, Hunter alza la cabeza y nuestros ojos se encuentran. Sonríe de oreja a oreja y se acerca sin dudarlo.

—¡Ooooh, es ella! ¡No nos equivocamos de dirección! —su voz corta el aire y, antes de que pueda reaccionar, me abraza con fuerza—. ¡Al principio ni te reconocí! Acostumbrado a verte siempre con gorro y media bufanda enrollada al cuello…

Me levanta del suelo y da una vuelta conmigo en brazos. Siento el calor de su abrazo, pero aún no puedo creer lo que veo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —balbuceo por fin, cuando vuelve a bajarme.

—Pues no podía dejar que MacKaye cruzara el océano solo —me guiña un ojo.

Y entonces la verdad me golpea.

Oliver. Vino. A buscarme.

Desvío la mirada hacia él… y me quedo sin aliento. Está un poco más lejos. No se mueve. No dice nada. Solo me mira. Parece que ni siquiera se atreve a respirar. Pálido. Desconcertado. Creo que está a punto de desmayarse.

Mi corazón late desbocado. La alegría se mezcla con el miedo. Quiero huir. Darme la vuelta. Fingir que no lo vi.

Pero sus ojos. Maldita sea, sus ojos… Oscuros, cargados de emociones que se arremolinan en una sola mirada. Desesperación. Esperanza. Una súplica. Siento cómo dentro de mí algo se resquebraja. Las paredes que construí con tanto esfuerzo empiezan a temblar. Una presión me aplasta el pecho, una calidez se cuela bajo mi piel, mezclándose con el frío de los últimos días de invierno.

—Alicia —su voz es apenas un susurro, como una oración.

Doy un paso atrás. Él, en cambio, avanza.

—Tengo que… debo irme —murmuro, pero las palabras se disuelven en el aire.

Ya está cerca. Su mano se extiende hacia mí. Despacio. Con cuidado. Como si temiera que me desvaneciera.

—¿Cómo estás? —mi voz tiembla, pero me obligo a preguntar—. ¿Y tu hombro?

Me muerdo el labio. ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué le pregunto eso? No debería importarme su salud. Pero me importa. Sus ojos se iluminan por una fracción de segundo —como una puñalada en el estómago.

—Mejor —responde con una media sonrisa.

—¿Qué haces aquí? —pregunto por fin, cuando recupero un poco la voz.

—Te busqué —su respuesta es simple. Sin excusas. Sin adornos.

Quiero reír. Quiero gritar. Maldita sea, ni siquiera soñaba con volver a verlo. ¡Y él está aquí! De pie frente a mí.

—No debiste venir —digo, con los puños apretados—. Deberías estar en rehabilitación, no aquí.

—Primero necesito rehabilitarme contigo —confiesa, y sus ojos —esos ojos que tanto quise olvidar— brillan de desesperación—. No puedo sin ti, Alicia. Lo intenté. ¿Y sabes qué? Fue horrible.

Siento cómo sus dedos rozan mi muñeca. Y eso, maldita sea, es lo más peligroso que podría pasar. Porque sé que si vuelve a intentarlo, si dice una palabra más, me romperé.

Aunque… tal vez ya me rompí.




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