—Creo que Hernán me está engañando. — susurró Camila mientras observaban una vidriera.
—Probablemente. — respondió Mercedes con tranquilidad. —La fidelidad es un bicho raro. Esos zapatos quedarían geniales con el vestido que te compraste ayer para el almuerzo del equipo.
Guadalupe observó a sus amigas.
Se conocían desde hace cuatro años, cuando ingresaron en la secundaria Sagrado Corazón de Jesús. Un colegio que se caracteriza por la exigencia y los nombres que ha dado al país a lo largo de la historia. Por lo que está reservado para una minoría muy exclusiva.
Mercedes era hija de Claudia Boero, una de las pocas modelos de alta costura del país, se había retirado hace unos años a razón de su poca estabilidad emocional, pero no borraba el hecho de que había sido de las modelos más hermosas de Argentina; y su papá era un importante empresario gastronómico, dueño de una gran cantidad de restaurantes alrededor del país. Mei había heredado la apariencia de su madre. Alta, morocha, cuerpo perfecto, ojos color esmeralda y la veloz inteligencia de su padre. Esto la convertía básicamente en una mujer peligrosa. Hermosa e inteligente, y totalmente consciente de ello.
Camila, por otra parte, era de la misma altura que Guadalupe, metro y medio con suerte, castaña de ojos marrones, y una personalidad muy singular, que generaba atracción en el sexo opuesto casi de forma inmediata. Y aun hoy, después de cuatro años desconocían a que se dedicaba específicamente su familia, pero parecían estar en el negocio de la construcción. Camila no hablaba del tema, y tampoco se le preguntaba mucho, pero sabían que no había sido así siempre, cada tanto, hacía algún comentario que les daba entender que durante su infancia había atravesado muchas carencias, pero lo quería seguir manteniendo oculto, principalmente en el colegio. Creía que, por esa razón, para Camila, las apariencias eran tan importantes. Había insistido para salir con Hernán, uno de los chicos más lindos del colegio y parte del equipo de Rugby. Y su mejor amigo.
No coincidía con muchas de las cosas que pensaba Camila, pero ¿Quién era ella para juzgar? Aceptaba a su amiga tal cual era.
Guadalupe era el opuesto a Mei, rubia, ojos turquesas, no tenía gran altura, pero su cuerpo estaba bien proporcionado. Su padre, era director de seguridad informática en una de las empresas más importantes de Argentina.
Las tres estaban catalogadas como las reinas del colegio. Título que se habían ganado gracias a su belleza.
Título que no le importaba en lo más mínimo.
De las tres, Camila era quien más disfrutaba y abusaba del estatus social dentro del colegio.
—No sé para qué insistís en estar de novia con él. Te fue infiel desde que comenzaron a salir hace un año.
Hernán era su mejor amigo, lo amaba, pero sabía que se comportaba como un idiota con Camila, ya habían discutido eso muchas veces, y con Camila también, pero siempre terminaban volviendo, por lo que ya ignoraba el tema.
Camila la observó unos segundos, luego volvió su mirada hacia la vidriera.
—Porque es lindo, sería el capitán del equipo de no ser por Joaquín, y su papá es un importante hombre de la política.
Guadalupe rodó los ojos. El ochenta por ciento del alumnado eran hijos de políticos, pero el padre de Hernán estaba entre los más importantes.
—Muy profundo. —Susurró.
Mei comenzó a reír.
—La profundidad no es una de las cualidades de Camila. No todos tenemos una familia ideal, Pupi.
Siempre le echaban en cara las mismas cosas.
—Mi familia no es ideal. —respondió aburrida. —Y no tiene nada que ver...
—Pero se aman. —La interrumpió Mei. — Es más de lo que Camila y yo podemos decir de los nuestros. Cami, ¿Te vas a probar estos? ¿O te gustaron más los otros?
—Me los voy a probar. Deberías aceptar la invitación de Joaquín. —Dijo mientras entraban al negocio—. El chico lleva insistiendo cuatro años. Son el uno para el otro.
Salir de compras después del colegio era algo que disfrutaba mucho, pero hoy había algo que le molestaba, pero no podía identificar que era. No se sentía cómoda entre sus amigas.
—No me interesa Joaquín. Es un buen amigo, pero nada más.
—Deberías aprovechar... Hola, quería probarme los zapatos plateados de la vidriera.
La empleada de la tienda, unos pocos años mayor que ellas, las observó detenidamente.
Las tres estaban con el uniforme escolar. Pollera negra, camisa blanca con el escudo del colegio, y el blazer de dos botones color blanco, y los bordes negros. La única diferencia entre las tres era el calzado, Mei y Camila llevaban los zapatos reglamentarios, mientras que Pupi utilizaba sus Converse, estilo botita, de color negro.
El uniforme de los varones consistía en un pantalón negro, la camisa blanca, y la diferencia estaba en que el blazer tenía los colores invertidos, negro, con los bordes blancos.
El colegio además de ser exclusivo era estrictamente religioso y conservador, algunas normas se habían quedado en el siglo XV, y había rumores que las había impartido el mismo Vaticano, claro que esto último era falso.
Las nuevas generaciones habían intentado modificar esto, pero sin mucho éxito. Podían suspenderte, incluso expulsarte, si encontraban adolescentes hormonales dando una manifestación de afecto durante el horario escolar. El colegio tenía prohibido, incluso, que una pareja vaya de la mano. Era ridículo, pero la institución marcaba este punto con mucho orgullo. A razón de esta regla del medioevo, el alumnado había encontrado la forma de manifestar sus relaciones, el chico solía prestarle su blazer a la chica los primeros días de relación, y muchos vivían este intercambio con mucha intensidad.
Mei solía burlarse de eso, lo veía como una declaración de territorio. Sin embargo, Camila, había llevado el blazer de Hernán por semanas.