Llevaban cerca de una hora tiradas en la cama sin decir ni una sola palabra.
Mei había ofrecido su casa, sabía que lo haría, pero tuvo que rechazar su oferta. No quería irse a México, pero entendía que la mamá de Mei no estaba en condiciones de cuidar de ella.
—Podrías escapar. —Susurró. Se incorporó en la cama y la miró. —Sé que es una idea infantil y tonta, pero es lo único que se me ocurre.
Rió por lo bajo.
—No es tonta, pensé en eso también.
—Es tonta porque si te escapas perderías todo por lo que estas pidiendo quedarte. —asintió. Había llegado a la misma conclusión.
—¿Adónde voy a ir de todas formas?
—¿Cuándo dijeron tus papás que lo resolverían?
—No me dieron un tiempo, pero ya pasaron tres días y... él viaja dentro de una semana y media.
—Si lo pensas detenidamente, la mayoría de nosotros vivimos prácticamente solos. Joaco y Hernán no ven a sus padres por semanas cuando están en campaña. Mi papá ni siquiera se preocupa por mi vida, y mi mamá está en su constante estado de no entender que pasa a su alrededor. Pero tus papás son más presentes. Pensé que era algo bueno, pero ahora no tanto.
—Eso mismo le plantee a mi mamá en el desayuno de ayer, ustedes prácticamente viven solos todo el año.
Volvieron a quedar en silencio. Las dos habían tenido las mismas ideas.
—Bueno, volvamos a la rutina de mis visitas a tu casa. Podrían ser de las últimas.
Se puso de pie y se dirigió hacia el vestidor.
Habían tomado la costumbre de probarse la ropa de la otra, porque siempre era bueno saber que tenían como opción en el vestidor de la otra en caso de necesitarlo en una emergencia.
—Si me voy a México tampoco voy a estar para que me saques la ropa.
Mei sólo asomó el dedo del medio desde el vestidor.
Iba a extrañar a su mejor amiga. Se habían sentado una al lado de la otra desde primer año. En el primer cruce de miradas había pasado algo extraño, sintió que la conocía de toda la vida, a pesar de que era la primera vez que se veían. Quería mucho a Camila, pero con Mei era una conexión diferente, como si hubiesen sido hermanas en otra vida, o algo así. Porque no había nada que explique la fuerte conexión, eran completamente opuestas. Donde Mei era seria, distante e irónica, Pupi era todo lo contrario.
Muchos de los rumores abaurdos en torno a ellas se debía, principalmente, a la ironía con la que Mei trataba a todos, pero era, precisamente, por eso que la quería tanto.
Se complementaban increíblemente bien. Eran como el Ying y el Yang. Y no porque una fuese rubia y la otra morocha, Pupi necesitaba de Mei para bajar a tierra y Mei necesitaba de Pupi para volar un rato.
Salió del vestidor con el jean negro que le había comprado su mamá la semana pasada.
—Es increíble. —se observó en el espejo de cuerpo entero. —¿Viste cómo me marca el culo? ¿Habrá en otros colores?
—Podemos ir a ver mañana.
—Hecho. Hay algo que tengo que contarte. —Se puso nerviosa de golpe, eso era raro en ella. Así que se sentó en la cama para prestarle más atención.— El lunes me... Le dije a un chico que me gusta. —Pupi abrió bien grande los ojos—. Y me rechazó.
Esto era algo absolutamente nuevo.
—¿Era muy mayor? ¿Era casado?
Mei río. Sus gustos por los chicos eran algo peculiares. No encontraba atractivos a los chicos de secundaria. Hasta ahora, todos con los que había salido eran mayores de 18 años. También era la razón por la que había rechazado a todos los chicos del colegio.
—¡No! Me gustan maduros pero no exagero. Es un año más grande. Le dije a Ian si...
—¡Stop! ¿Ian? ¿Ian... antisocial Ian?
Le asintió con seguridad.
—El otro día, que discutió con Joaco, fue tan sexy. Tan adulto. Así que empecé a fijarme en él. No es feo. Estoy segura que si no fuese tan antisocial sería bastante popular entre las chicas. Y si no fuese becado.
Había hecho la misma apreciación. No era un chico feo, pero... era raro. Pero había otro tema que le había hecho más ruido.
—¿Te rechazó? ¿Por qué?
—Porque no le intereso. En realidad, fue bastante directo en eso. No le interesa salir con nadie.
Pupi se quedó pensando unos segundos.
—¿Será gay?
Su amiga lo consideró un instante.
—Puede ser...
Un golpe en la puerta las interrumpió, Pupi fue a abrir.
Era su mamá con una bandeja de frutas.
—Wow, Mei ese jean te queda increíble. — exclamó mientras apoyaba la bandeja en la mesa de té de su habitación.
—Gracias Martina.
—¿Te quedas a cenar con nosotras?
—¿Papá no llega hoy tampoco? —Eso ya se estaba volviendo una rutina.
—No, cielo.
—Puedo quedarme. Si se van a ir quiero disfrutar de ustedes el tiempo que pueda.
—Sobre eso...
—Ustedes son mi familia. Me duele mucho que tengan que irse y ofrecería mi casa, pero sé que no se puede convivir con el actual estado de locura de mi mamá, y no se irían tranquilos, y no obligaría nunca a Pupi tener que convivir con eso. Pero conozco a Pupi y no es una chica que haga locuras. Tiene 16 años y todavía es virgen.
—¡Mercedes! —gritó Pupi.
—¡Sos virgen! Y pongo las manos en el fuego por ella. Sé que, si la dejan acá, cuando vuelvan seguirá tan virgen como ahora. Además, no va a estar sola, voy a estar con ella.
Pupi estaba tan avergonzada. No tenía valor para mirar a su madre, aunque ella se reía.
—Aprecio tu sinceridad, Mei. Iba a hablar de esto durante la cena. Papá quería hablarlo pero no va a llegar, así que me toca hacerlo por los dos...—esto captó la atención de ambas. Su madre se sentó en la cama y le sujetó la mano. — No es fácil, hemos discutido mucho con tu papá estos días, y él sigue insistiendo que no es justo que cambies todo por él, así que... —tomó una bocanada de aire — decidimos darte la confianza para que vivas sola este año.