El domingo Pupi se despertó cerca del mediodía y no había rastro de Ian por ninguna parte y se sintió aliviada. Podría hacer sus cosas sin la mirada hostil de ese tipo.
Anoche había comido bien gracias a la pizzería, pero debería comenzar a cocinar algo en algún momento.
Tomo las tres porciones de pizza que habían sobrado y las colocó en el microondas y puso agua a calentar en la pava eléctrica.
Pizza con mates era su ambrosía personal.
Comió las tres porciones y se fue con el equipo de mate a su habitación. Aún quedaban cosas por ordenar, quería organizar su escritorio, seleccionar que ropa llevaría al depósito que alquiló su padre, porque no había forma que entrara todo en el pequeño nuevo armario.
Para las cinco de la tarde no tenía más nada que hacer.
Volvió a calentar agua, cambió la yerba del mate y se tiró en el sillón a mirar Netflix.
Ian no había aparecido en todo el día y más allá del alivio que sentía, no podía evitar preguntarse dónde estaría o qué estaba haciendo.
¿Tanto la odiaba al punto de evitar estar en el departamento?
Tendría que hablar con él.
Estaban conviviendo a la fuerza, y por el tiempo que durara esto, tendrían que llevarse medianamente bien. De otra forma sería insoportable para ambos, y ella no estaba segura de poder tolerarlo mucho tiempo si seguía con esta actitud.
Llevaba cuatro episodios de su serie cuando finalmente llegó.
No la miró, no dijo nada. Fue directo al baño y escuchó como el agua de la ducha comenzaba a correr.
Era muy misterioso.
Salió después de 10 minutos con una toalla en la cintura y secándose el pelo.
No pudo evitar observarlo. Si no fuese tan hostil sería realmente lindo, pero su carácter no tenía concordancia con su aspecto, y eso le restaba todos los puntos.
La miró y ella desvió la vista rápidamente.
Debería hacer el mismo comentario, que no ande desnudo por la casa, o que según sus reglas, él debía bañarse por la mañana, pero ella no era así, y no pagaría con la misma moneda.
—¿Estuviste todo el día tirada en el sillón? —le preguntó finalmente.
Pupi sintió vergüenza, y no entendía por qué. Era domingo, estaba permitido no hacer nada los domingos.
—No, termine de ordenar mi habitación.
—O sea que no hiciste nada.
¿Cuál era su problema? Siempre con esa actitud de porquería, no iba a responder con la misma moneda, pero no iba a tolerar que la insulte de forma constante.
—Se llama descansar en algunas partes del país. Y tampoco te importa.
—Algunos no nos podemos dar ese lujo ¿No tenes nada que estudiar? Los trimestrales son en un mes.
—Vamos a estar conviviendo por un largo tiempo hasta que alguno consiga mudarse, creo que debemos intentar llevarnos bien.
—No me interesa.
Aish, nunca había sentido la necesidad de golpear a alguien hasta que conoció a Ian.
—A mí tampoco me interesa tu vida, pero... ¿Por qué esa actitud? Tratemos de hacer las cosas sencillas para ambos.
—Puede que en tu egocéntrica cabeza no entre la posibilidad que no seas interesante para alguien, pero pasa. No me interesa.
—Si no te interesa entonces no te metas si estuve todo el día en el sillón o no. Por lo que vi, vos no estuviste en todo el día tampoco, y mis trimestrales son en las mismas fechas que los tuyos.
—Estuve trabajando, no tengo un papá millonario que me pague el alquiler.
Y con esa declaración se metió en su habitación.
¿Trabajaba? Eso... fue una sorpresa. ¿Podía trabajar un chico de 17 años? ¿Cómo hacía para mantener las notas tan altas? ¿Por eso había dejado el equipo de rugby el año pasado? ¿Dónde trabajaba?
Recordó lo que le dijo ayer «Gaste todos mis ahorros...»
Había ahorrado para vivir solo, y ahora vivía con ella. Capaz por eso la odiaba. Había frustrado sus planes. ¿Por qué vivía sólo? Tenía muchas preguntas.
Salió a los minutos con ropa deportiva y libros en sus manos, se sentó en la mesa y se puso a estudiar.
—¿Te molesta la televisión?
—No.
—¿Queres un mate?
—No.
Definitivamente no encontraría respuestas a todas sus preguntas.
Decidió ignorarlo también, tal vez sea la forma más sencilla de convivir. Hacer como si el otro no estuviese allí lo haría más sencillo.
No logró concentrarse en la televisión de nuevo, tenía muchas preguntas. Apagó la televisión y se fue a su habitación. Podría estudiar, tenía razón que los trimestrales estaban cerca. Buscó su libro de matemática.
Odiaba matemática. Su papá era quien le explicaba, y ahora no lo tenía, debía hacerlo por sus propios medios.
Después de un rato se dio por vencida, no había forma que lograra estudiar con tantas cosas en la cabeza.
Miró sobre la estantería. La pomada para su tobillo estaba ahí. Le había servido mucho, hoy casi no dolía.
Ese había sido un buen gesto, dentro de toda su hostilidad.
No podía ignorar el hecho que vivía con él, aunque lo intentara, se verían la cara a diario.
Tomó la pomada y salió de su habitación.
Él seguía estudiando en la mesa.
—Gracias.—dijo dejando la pomada sobre la mesa.
—De nada.
Quería decir algo más pero no se le ocurrió qué, por lo que volvió a su habitación.
Cerca de las ocho de la noche escucho la puerta de entrada del departamento. Cuando salió, Ian ya no estaba.
***
El lunes se despertó a la misma hora de siempre, seis de la mañana, y no ingresaba al colegio hasta las ocho. Ahora vivía más cerca, y como Ian la obligó a bañarse a la noche tenía tiempo de sobra.
Se preparó un café con leche y tres tostadas, podía desayunar tranquila sin el señor analizando cada movimiento y lanzando comentarios cargados de odio.
Ian salió de su habitación a las siete y cuarto y corrió al baño.
No sabía a qué hora había vuelto anoche. Cuando ella se fue a dormir él todavía no había regresado. ¿Había ido a trabajar?