—Tuvo un desmayo por agotamiento. Además, tiene deshidratación y anemia. —Le informó la enfermera. Pupi observó a Ian, que aún dormía—. Vamos a tener que hablar con sus padres.
—No conozco a sus padres.—no conocía nada de Ian.
—¿Sos la novia?
—¡No! No. —No podía decir que vivían juntos, ¿O sí?— Soy compañera del colegio, estaba conmigo cuando se desmayó. — Optó por no decirlo.
—Bien, vamos a esperar que el suero se termine, y se puede ir a casa.
—Gracias.
—Es necesario que empiece a alimentarse mejor.
—Se lo diré, gracias.
La enfermera los observó unos segundos más y se retiró de la habitación.
Pupi ocupó la silla al lado de la cama y lo observó dormir.
Se estaba alimentando mal. No almorzaba bien en el colegio, y muy pocas veces lo había visto cenar.
Cuando llegaba del trabajo, generalmente, se iba a dormir directamente.
Se había pegado un susto de muerte, pensó que había tenido un ACV, recordaba la clase de primeros auxilios, donde habían remarcado que las personas que sufrían un ACV podían perder el habla durante un episodio.
No eran amigos ni familia, pero vivían juntos, era necesario que se cuiden entre ellos durante el tiempo que durara todo esto.
—¿Qué pasó? —preguntó Ian con la voz rasposa. —¿Dónde...? —comenzó a toser.
—¡Gracias a Dios! —se puso de pie. —Te desmayaste, estamos en el hospital. —sirvió agua en un vaso y se lo alcanzó.
—Gracias. —Dijo después de beber.
—Estás deshidratado, y con anemia por alimentarte mal. A partir de mañana...
—Fue sólo un desmayo. Es tarde y no deberías...
—Nada de fue sólo un desmayo, dijeron que una vez que despertaras te darían el alta, espera que voy a buscar al doctor.
Salió de la habitación prácticamente corriendo para no darle tiempo de rebatir nada.
El doctor apareció inmediatamente y volvió a revisarlo.
Indicó que le dieran el alta cuando termine el suero y volvió a repetirle que se alimente bien.
Ian no hizo ningún comentario, sólo se limitó a escuchar las indicaciones del médico y asentía de vez en cuando.
Si él no hacía nada, ella lo haría. Encontraría el modo.
—Dije que no te podías dar el lujo de un taxi.
La retó por quinta vez ya ingresando al edificio.
—Te desmayaste de cansancio, no me iba a arriesgar a que te desmayes de nuevo sólo por no gastar en un taxi. A partir de mañana vas a empezar a comer mejor, por lo menos en el almuerzo.
—No me puedo dar el lujo de gastar todos los días en el menú del comedor.
Sabía eso, y le generaba un sentimiento de enojo e impotencia inmenso. Era ilógico que el colegio tenga precios tan altos en algo tan básico como la comida. Eran chicos en crecimiento y la buena alimentación era necesaria. ¿No estaba incluido eso en la beca?
Pero para ayudarlo él se tenía que dejar ayudar, y era demasiado terco.
—Sé que no queres ser mi amigo, ni que nos vean juntos en el colegio, pero a partir de mañana...
—No necesito nada. Puedo cuidarme solo.
—No veo que estés haciendo un buen trabajo.
—No necesito tu ayuda.
Fue tan determinante que dejó a Pupi sin palabras. No se podía ayudar a alguien que no quería ser ayudado.
Se sintió una idiota al pensar que la relación entre ellos había mejorado un poco.
Y éste rechazó tan directo, cuando ella sólo trataba de ayudar, le dolió.
Ian se encerró en su habitación sin decir una sola palabra.
Ni gracias.
Y lo mismo sucedió los días que siguieron. Era igual que los primeros días de convivencia. Ian volvió a colocar una pared entre ellos, pero esta vez esa pared le dolía y no entendía por qué. Tal vez porque la cercanía había logrado que la convivencia no sea tan difícil.
—¿No tenes hambre? —Le preguntó Camila.
Llevaba 15 minutos mirando su bandeja de comida.
¿Qué comió Ian? ¿Sólo un sándwich?
—¿No creen que el precio del menú es un poco alto?
Su bandeja tenía una hamburguesa, ensalada de lechuga y tomate, y un alfajor como postre.
—Creo que está bien.— dijo Joaquín.
Él había pedido el otro menú, que contenía una porción de pastas y el mismo alfajor.
—A mí me resulta un poco caro.
—Podemos ir a tu pizzería favorita cuando no te guste el menú. —sugirió Joaco.
No era a lo que se refería. Pero no intentó discutir al respecto. Sería inútil.
Mei la observaba con curiosidad.
—Me voy al aula.
Tomó la bandeja que apenas había tocado para dejarla en el comedor de camino.
—Pupi. —la llamó Hernán. Se volteó para enfrentarlo. —Si no vas a comer eso... —le extendió la bandeja. —Ok, era una prueba. En tu vida serías capaz de ceder una bandeja con hamburguesa. ¿Qué está pasando?
—No tengo hambre. ¿La queres?
Hernán la miro directamente a los ojos. Se mantuvieron así cerca de un minuto. Sabía que estaba intentando adivinar, pero nunca se imaginaria por donde iba el asunto. O eso esperaba.
—No. No la quiero. —dijo finalmente. —Hoy entrenamos, no puedo.
No lo dijo en vos alta, pero lo vio en sus ojos castaños, estaba preocupado por ella, pero no era ella por quien debía preocuparse. Obviamente, Hernán nunca se preocuparía por Ian. Lo odiaba.
Como Ian la odiaba a ella.
Comenzó a caminar hacia el comedor nuevamente para dejar la bandeja con la comida.
—¿Qué pasó? —Mei se le unió.
Observó hacia los costados buscando algún oído chusma. Después de cerciorarse de que era seguro hablar dijo: —Se desmayó, me asusté mucho. Come un sándwich de mierda cada mediodía, y después se va a trabajar, porque no puede darse el lujo de comprar el menú del día. Y quiero ayudar y no sé cómo. Él tampoco me deja.
—¿Te gusta?
—No, me preocupa. Una cosa nada tiene que ver con la otra.